Las cuentas no salen
Gabirel EZKURDIA (Analista de GAIN)
Casi una semana después de los atentados-suicidas en un concierto de rock en el aeródromo de Tushino, y en espera de que se confirme la autoría chechena del suceso de ayer, el olvidado conflicto de la república caucásica vuelve a las portadas de los principales medios de comunicación.
Desde la masacre del teatro Dubrovka en octubre del 2002 han sido varias decenas los atentados, casi todos en el Cáucaso, lo que difumina su importancia para la mayoría de la sociedad civil rusa. Aún así, son más de una decena los helicópteros derribados sólo este año (recordemos los 118 militares muertos en Jankala en agosto de 2002), casi diarios e incontables los ataques a las Fuerzas Federales y gravísimos los atentados de diciembre del 2002 en Grozny y los tres en mayo de 2003 contra instalaciones del Gobierno proruso y del FSB respectivamente, que quedaron prácticamente demolidas (más de cien muertos). Todo ello es prueba evidente de que la situación en Chechenia dista mucho de ser la publicitada «vuelta a la normalidad» que sobre todo desde marzo anuncia sin cesar el Kremlin.
Uno de los aspectos de más importantes de la escalada de acciones chechenas, es sin duda el de llevar la guerra al seno de la capital, Moscú. Es evidente que el silenciamiento del conflicto, la tergiversación de la realidad en el Cáucaso y la manipulación informativa del Kremlin ninguneando la existencia del conflicto, no son instrumentos capaces de ocultar esta guerra, y la aletargada sociedad civil moscovita comienza a cuestionarse si realmente las cosas están como el Kremlin anuncia que son, o por el contrario la putrefacción del genocidio checheno comienza a aflorar y apestar en el seno de la Federación.
Otro elemento clarificador reside en el hecho de que gran parte de estas acciones han sido cometidas por mujeres. Desde 1999 el Kremlin ha intentado desprestigiar la lucha chechena vinculando sistemáticamente a la resistencia independentista con el «wahhabismo internacional», representado física y simbólicamente por Al Qaeda y el régimen talibán. Moscú ha tratado de simplificar el conflicto emparentando al independentismo con tramas internacionales de «terrorismo integrista», con el fin de dar una imagen sesgada de lo que ocurre y atraerse ayudas y coberturas para dar fin definitivamente a su «operación antiterrorista» genocida iniciada en 1999.
El hecho de que sean mujeres las militantes y activistas prueba, una vez más, la inconsistencia y gratuidad de las acusaciones (las corrientes de pensamiento wahhabí prohiben a las mujeres combatir): son las viudas y las mujeres las que han tomado con determinación de continuar la lucha de sus diezmados compañeros. Además de la desesperación derivada de la dramática situación límite en la que vive gran parte de la población de Chechenia (sin futuro, en un país arrasado, a la vera de los escuadrones de la muerte...) las mujeres chechenas están haciendo frente a la estrategia rusa de aniquilamiento total.
En otras ocasiones hemos definido cuál es la estrategia federal en Chechenia, («táctica aritmética»), o sea de aniquilación absoluta. Tras dos guerras (esta segunda vigente), en Chechenia la población real no pasa del medio millón de habitantes (1.400.000 en 1991). Los cálculos del Kremlin entienden que numéricamente la resistencia no puede estar compuesta por más de 2.000 efectivos (hombres) (5.000 potencialmente). Calcula así viable un exterminio absoluto de la resistencia, no tiene más que hacer las cuentas (como las ha hecho hasta ahora).
Pero es una perspectiva básicamente masculina. Olvida que el compromiso por la dignidad colectiva no entiende de géneros. Es por ello que de un tiempo a esta parte, en el que las mujeres han pasado a tener una presencia mayor en los operativos de la resistencia, el discurso del Kremlin hace aguas. Las mujeres combatientes están demostrando de este modo a Moscú, que no le van «a salir las cuentas». Que las mujeres además de parir nuevas generaciones de combatientes y ser la columna vertebral de la intendencia, también pueden combatir y vengar las vidas de sus compañeros, padres hermanos, tíos, primos o vecinos exterminados. Una prueba más de que toda simplificación interpretativa, toda visión genérica de «terrorismo» basada en el manual de la Casa Blanca o el Kremlin aplicado a Chechenia, en éste caso, es un error que, además de no explicar el conflicto, asegura su cronificación.