Desde la Gente El presidente estadounidense George W. Bush y su colega y anfitrión francés, Jacques Chirac, compartieron un momento de distensión en la terrraza del Royal Hotel, construido durante la Belle Epoque, en la pequeña ciudad francesa de Evian, frente al lago Leman que separa a Francia de Suiza. La tensión reinante entre estos dos líderes, durante aquellos días previos a la invasión a Iraq, parece haber quedado atrás.
El recuerdo de las víctimas inocentes, la destrucción de las ciudades iraquíes, el saqueo de milenios de cultura universal y el desprecio por el derecho internacional, no han quedado atrás. Cien mil manifestantes de distintos lugares de Europa convergieron en Suiza y en Francia para mantener viva la memoria y repudiar a la globalización neoliberal con imponentes manifestaciones.
Ambos mandatarios, junto a otros seis presidentes y jefes de gobierno, eligieron esta bucólica región de Europa para una nueva edición de la cumbre del Grupo de los Ocho. Esto es, de los siete países más ricos del mundo más Rusia.
La fuerza de la costumbre -este rito se cumple periódicamente- nos presenta a esta reunión como algo natural, cuando en rigor se trata de un acontecimiento profundamente antidemocrático, más próximo a los Caballeros de la Mesa Redonda que a las ideas, por lo menos en teoría, predominantes durante el pasado siglo XX y lo que va de éste.
Si la existencia de la Organización de las Naciones Unidas, antes del atentado perpetrado por los gobiernos de los Estados Unidos, Gran Bretaña y España con la agresión a Iraq, expresaba -de algún modo- un débil e inestable equilibrio democrático; este grupo de los países más poderosos de la Tierra, disciplinado por Washington, con una absoluta decisión de actuar como los gobernantes del mundo, constituyen el paradigma de un poder totalitario supranacional, con una enorme capacidad para determinar los rumbos políticos, económicos y militares de casi todos los rincones del planeta.
De qué vale -podríamos preguntarnos- que los pueblos de los distintos países, elijan democráticamente a sus gobernantes, si luego siete caballeros con un octavo que hace de Rey Arturo, deciden los destinos de la humanidad.
Hace dos meses y medio la supuesta existencia de armas de destrucción masiva, que nunca fueron halladas, dividió en dos al Consejo de Seguridad de la ONU. Los halcones con Washington a la cabeza, que estaban en minoría, y los países que consideraban que la invasión a Iraq no era necesaria, liderados por Francia, Alemania, Rusia y China. Hubo quienes creyeron ver en este último grupo de países una suerte de reserva ética, frente a tanta arbitrariedad unilateralista. Esa visión no era infundada y -probablemente- las contradicciones que se manifestaron en esa oportunidad no se han resuelto aún. Es más, con el correr del tiempo y la agudización de la situación económica mundial, no hay que descartar que la herida atlántica se vuelva a profundizar. Pero lo cierto, y esta reunión del Grupo de los Ocho lo demuestra, es que los Estados Unidos aún ejercen un poderoso liderazgo que les permite actuar -con una alta dosis de cinismo-, luego de las más abyectas violaciones de la Carta de las Naciones Unidas, como si fueran los campeones de la democracia y de la paz.
Mintieron cuando utilizaron el pretexto de las armas de destrucción masiva, y luego sobre esa mentira -por boca del subsecretario de Defensa, Paul Wolfowitz- expresaron la verdad: Ądijeron que habían mentido!
Y sin ruborizarse, con la soberbia de quienes no tienen que rendirles cuenta a nadie, ahora le advierten a Irán y a Corea del Norte que deben abandonar sus programas nucleares. Si pensamos que esta advertencia parte de ocho países, de los cuales por lo menos cuatro poseen los mayores arsenales atómicos, con armas de destrucción masiva que siguen perfeccionando, comprobaremos que esta neofeudalización del mundo no es una mera metáfora, sino una muy grave realidad.
Por su parte los Estados Unidos el país "primus inter pares", ha logrado que estos caballeros -no tan honorables como los del Castillo de Camelot-, que tienen asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU, aprueben la Resolución 1483 que le confiere a Washington el rol de gobernante colonial sobre Iraq, deroga el embargo que pesaba sobre Bagdad y les permite comerciar libremente, a través de empresas anglo- norteamericanas el petróleo iraquí.
Esta cumbre del Grupo de los Ocho ratificó lo acordado por sus ministros de Economía, reunidos en Deauville, Francia, durante los días 16 y 17 de mayo pasado. En esta reunión, realizada pocos días antes de la reunión del Consejo de Seguridad, donde se aprobó la mencionada Resolución 1483, se acordó activar los mecanismos para la reestructuración de la deuda iraquí que asciende, con las reparaciones de guerra por la invasión a Kuwait incluida, a 380 mil millones de dólares. La deuda externa más grande del mundo, que supera a la de Brasil, cuyo monto es de 250 mil millones de la misma moneda.
Esta reestructuración más que abultada; la concesión estadounidense al Fondo Monetario Internacional y al Club de París, para que establezcan los mecanismos de pago de la deuda externa iraquí y el compromiso de pago de las obligaciones, anteriormente contraídas por el gobierno de Saddam Hussein con Francia, Alemania y Rusia, que saldrá de las exportaciones del petróleo de Iraq, fue el principal "argumento" con el que Washington compró los votos de estos países díscolos, con los que ahora compartió con elegancia y buenos modales las floridas terrazas del Royal Hotel de la alpina y lacustre ciudad francesa de Evian, como si hace dos meses no hubiera habido ningún crimen en el golfo Pérsico.
"Vivimos en un mundo -escribió, a mediado de los años noventa, el francés Jean Baudrillard en su libro 'El crimen perfecto'- donde la más alta función del signo es hacer desaparecer la realidad, y enmascarar al mismo tiempo esta desaparición".
Nota emitida en el programa radial "Desde la Gente", de LT8 Radio Rosario, República Argentina, el martes 03/06/03. Publicada en el sitio www.hipotesisrosario.com.ar