21 de junio del 2003
Mercápolis
Cádiz Rebelde. Editorial
La "fiesta de la democracia" empezó con un pucherazo y terminó
en un mercadillo con miles de chiringuitos en los que se intercambiaron, a voz
en grito o en los rincones, votos y puestos institucionales. A juzgar por la
marcha del gran negocio, no hay programas que no sean compatibles, proyectos
políticos que no se puedan flexionar hacia la izquierda o la derecha
hasta el encuentro con cualquier otro proyecto político, ni alianza que
desmerezca ninguna alternativa o no pueda presentarse como una orden imperativa
de las urnas.
Todo el mundo ha terminado pactando con todo el mundo después de un frenesí
de reuniones en las que la "voluntad expresada por los votos de los ciudadanos"
cambiaba de hora en hora, a medida que se iban unos y llegaban otros a la mesa
de negociaciones. Algunos pactaron los gobiernos municipales para "el gran proyecto"
con fuerzas políticas directamente antagonistas de aquellas que les sirvieron
para hacer los más estratégicos pactos provinciales.
Los "enemigos irreconciliables" de la campaña electoral terminaron siendo
los aliados para "evitar lo peor", para constituir las "mayorías estables"
por las que al parecer suspiran los ciudadanos, o para cumplir con el "verdadero
deseo manifestado por las urnas". Para cada componenda el político trasladaba
de mesa de negociación a mesa de negociación, de argumento a argumento,
de posible aliado a posible aliado, su bolsa llena de "votos para cualquier
cosa".
Las conclusiones son inmediatas y claras. Los programas globales son pura fraseología
identificativa de los partidos sin contenido ni propósito alguno.
Sería más coherente con la realidad eliminarlos y sustituirlos
definitivamente por el anagrama de siempre y una bonita frase como reclamo electoral.
Para evitar costes podría pactarse un eslogan electoral único,
con fondos coloreados distintos: "Yo soy el mejor".
El mandato ciudadano es completamente inexistente. Ninguna organización
política ni candidato se vincula a nada. Todos disfrutan de una absoluta
libertad de actuación en nombre de sus votantes. La democracia participativa
es un sueño vano por este camino, y la democracia representativa se ha
convertido en un auténtico fraude.
La sociedad de la Libertad, con mayúscula neoliberal, no es otra cosa
que un gigantesco Mercado. Los políticos tienen ya conciencia y técnicas
de mercaderes. El lenguaje se está adaptando también, rápidamente,
al nuevo oficio.
La frase textual de un responsable provincial de partido que ha dicho: "Deseo
sinceramente que nadie nos obligue a perder la coherencia que hemos demostrado
en los últimos años" ya no es una frase escandalosa sino un ejemplo
que sintetiza la norma general. La coherencia final está en los sillones.
El panorama ha sido tan desolador que otro responsable provincial, esta vez
de uno de esos partidos bisagra cuyos concejales voladores se mueven
de un lugar a otro para ir vendiendo mayorías, abrumado por el espectáculo
e incapaz de controlar y explicar las iniciativas locales de sus miembros, proclamaba
el argumento defensivo para todo el sistema: "las organizaciones son todas dignas...
pero alrededor de todos los grupos políticos se pueden mover personas..."
El escándalo de la Comunidad de Madrid expresa de manera sintética
la realidad política que nos venden como democracia. Como era de esperar
la esencia del sistema chorrea por todas partes: la corrupción ha tenido
su asiento en el PSOE y su estímulo en el PP.
La democracia ha muerto hace tiempo. Ahora simplemente los asesinos acuchillan
sobre un cadáver para ver si todavía pueden sacarle algún
jugo.
Alguien muere para que alguien pueda nacer.
En este caso la democracia ha muerto y ha nacido "Mercápolis".