18 de junio de 2003
Manipulación y democracia
María Toledano
Rebelión
A menor altura, están las cloacas
Rimbaud
Democracia: Doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno. Predominio del pueblo en el gobierno político de un Estado. Pueblo: Conjunto de personas de un lugar, región o país. Gente común y corriente de una población. Revolución: Cambio violento en las instituciones políticas, económicas o sociales de una nación. (DRAE, 1984).
Estas son tres palabras imposibles, torturadas e inutilizadas como casi todas las que usamos para conservar la ilusión de la comunicación. Pero las palabras, en el sentido convencional de signos dotados de significación reconocible por el conjunto de los hablantes, no existen fuera del cacareo ideológico -un bombardeo constante- de los medios de difusión del pensamiento liberal. Son, en estos tiempos donde reinan de los asesinos vestidos de púrpura multinacional, sonidos vacíos, gestos del paladar y la lengua, de las cavidades de la boca por las cuales circula el aire. Sonidos con cierto valor de uso en contextos preestablecidos. Fórmulas impuestas por el poder para que el capital exprese deseos y necesidades, sus sentimientos de clase, sus gustos: la distinción que les caracteriza. Han conseguido que hablemos con sus palabras. Si repetimos sus términos sin advertir la carencia de significado, reproducimos su visión del mundo. La lengua del poder encierra una trampa mortal. Impide que recordemos cuál es el punto de vista, es decir, desde dónde miramos la realidad.
La lógica interna –social, política y cultural- del capitalismo imperial se manifiesta a través de expresiones huecas, palabras (por llamarlas de alguna forma) sin sentido ni referencia pese a formar parte, en apariencia, del repertorio común. Ahora bien, cuando la cosa se pone fea y el empacho espectacular provocado por la jerga y su difusión universal no es suficiente instrumento de opresión, utilizan las resoluciones consensuadas y las armas de destrucción masiva: la artillería pesada. Las palabras son, por tanto, recipientes, contenedores de basura ideológica, y cumplen con su función política de cohesión evitando el permanente -aunque oculto tras las cortinas del espectáculo- conflicto entre clases. Resulta desolador comprobar cómo actúa la ilusión del lenguaje sobre nuestra repuesta crítica. Parece que todos sabemos de qué hablamos cuando hablamos de algo. En realidad, sólo ellos, los poseedores del capital (financiero, cultural o simbólico) saben de qué están hablando. Nosotros escuchamos voces, en ocasiones gritos, órdenes, mandatos con consignas. Creemos interpretar las palabras, ver más allá: resulta difícil. La ruina de la izquierda es también la ruina semántica de la izquierda. Su imposibilidad para pensar, en términos de clase, el lenguaje de la revolución. El significado está vedado ya que carecemos de su propiedad. Igual que no tenemos el control sobre el trabajo o sobre decisiones de la vida: desde la elección de la pareja al comportamiento sexual. Nada escapa a su coerción directa o indirecta. Una fuerza nos atraviesa y empuja. Las palabras son su vanguardia. Los medios de difusión de la ideología dominante repiten el mensaje. Ya nadie escucha, basta con el ronroneo para producir el efecto letárgico deseado.
En la formación de la ideología imperial -esa manipulación teórica que combina derechos humanos y liberalismo con desprecio absoluto de la contradicción- las palabras son la fiel infantería que nunca recula, las divisiones que marcan el camino de expresión de las constantes imposiciones. Condensadas en discursos o bien bajo el ropaje de mensajes cortos reiterados hasta la aniquilación de la capacidad de comprensión, su mismo uso impide el entendimiento. No sabemos lo que decimos. La transmisión de las ideas se ha vuelto imposible: reina el desconcierto. Habitamos el territorio de las castas políticas y económicas, los crecepelos y la democracia formal: la mentira con marchamo oficial. Perder el significado de las cosas, la identidad colectiva y asumir su lenguaje como si fuera único supone la segunda y definitiva derrota en el Ebro. Un Ebro universal. Luego vendrán las fosas. Pero ya no quedará nadie para remover una memoria sin significado.