13 de junio del 2003
Blair puede ser el primer chivo expiatorio de Bush por Irak
Simon Hoggart
Newsday
Traducido para Rebelión por Germán Leyens
El primer ministro británico Tony Blair encuentra grandes dificultades.
Es una crisis de credibilidad causada por la guerra en Irak. Y aunque la suerte
de un líder de un país mediano en Europa, a miles de kilómetros
de distancia, podrá parecer sin importancia en Estados Unidos, podría
cambiar todo el equilibrio del poder en el mundo.
Durante años, Gran Bretaña ha sido el compinche de EE.UU., apoyando
la primera guerra del golfo pérsico, Kosovo, Afganistán y ahora
Irak. La ayuda militar ha sido útil sin ser esencial; la verdadera ayuda
fue diplomática. La presencia de Gran Bretaña demostró
que Estados Unidos no estaba tratando de controlar solo todo el planeta.
Pero gracias a la actuación de Blair en los últimos meses, es
poco probable que otro líder británico pueda fácilmente
volver a seguir a un presidente de EE.UU. en una guerra. En particular, pocos
en este país le creerían al primer ministro, diga lo que sea sobre
cualquier tema.
Ya pasó la crisis de las armas de destrucción masiva -o mejor
dicho, nadie las ha encontrado. Es un tema marginal en Estados Unidos, donde
la victoria aliada, la caída de Sadam Husein y el descubrimiento de fosas
comunes en Irak bastan para justificar la guerra -incluso si el pueblo de EE.UU.
pensó que se requería más justificación.
La cosa es diferente en el Reino Unido. Blair tuvo considerables dificultades
para persuadir a la gente de que la guerra era necesaria, justificada o no.
George W. Bush es generalmente presentado en Europa como un tejano de gatillo
fácil, intelectualmente discutible, que ni siquiera ha sido debidamente
elegido. Podrá ser injusto, pero crea un problema para cualquier líder
mundial que desee seguirlo, un problema que Bill Clinton nunca causó,
tampoco en el clímax del affaire Monica Lewinsky.
El propio partido laborista de Blair tuvo serias dudas sobre la guerra en Irak;
en un momento, pareció que la mitad de sus partidarios en el Parlamento
votarían contra la acción militar. Si lo hubiesen hecho, es casi
seguro que hubiera tenido que renunciar y dejar su puesto a un primer ministro
contrario a la guerra.
La mayor manifestación jamás vista en Gran Bretaña protestó
contra la guerra. No fueron los usuales sospechosos de ser izquierdistas, sino
que incluyeron a numerosos patriotas conservadores. "Hagan té, no la
guerra" fue una consigna -no es precisamente un ejemplo de geopolítica
sofisticada, pero es un indicador de que las clases que no protestan estaban
en la calle, a menudo por primera vez.
Blair hizo todo lo que pudo por conquistar ese terreno intermedio. Se presentó
en cualquier sitio -en reuniones públicas, en la televisión y
en el propio Parlamento para presentar su caso. Sonó más sincero
que nunca antes. En vísperas de la guerra presentó lo que muchos
consideraron el mejor discurso de su vida, con ecos de Winston Churchill en
su voz, advirtiendo que si Gran Bretaña "flaqueaba" respecto a Irak,
él renunciaría.
El núcleo absoluto de su caso fueron las armas de destrucción
masiva. Las armas biológicas podían apuntarnos "en 45 minutos".
Habló de manera escalofriante de la capacidad nuclear de Irak. Citó
los últimos informes de inteligencia para subrayar el peligro que representaba
Husein, un peligro que sería mucho mayor si no lo confrontábamos
inmediatamente. El resultado fue una victoria clara y crucial en la votación
que siguió, y las tropas británicas partieron el día siguiente
rumbo a Basora.
Llegó el momento de rendir cuentas. Gran parte de la "inteligencia" utilizada
por Blair como justificación resulta haber sido probablemente viciada
y claramente "retorcida" - orientada en la dirección que necesitaban
Blair y su equipo. Aunque gran parte de la información de Blair provenía
de fuentes auténticas de inteligencia, parece haber sido tomada fuera
de contexto y "mejorada" para reforzar su caso. Y gran parte del famoso informe
británico sobre Husein -citado elogiosamente por Colin Powell en Naciones
Unidas -resulta haber sido una tesis de un estudiante de hace 12 años,
copiado de Internet, con errores de ortografía y todo.
La mayor parte de la culpa por este material cortado-y-pegado se la echan al
asesor más directo de Blair, un antiguo periodista de tabloides llamado
Alastair Campbell, que se considera un manipulador magistral de la opinión
pública. Aumentan los llamados que piden el despido de Campbell, y su
partida sería un golpe estruendoso para el propio Blair.
Tal vez encuentren las armas de destrucción masiva. Si no ocurre, Blair
se verá en apuros. Arrastró a una nación mal dispuesta
a la guerra, convenciendo a la mayoría de los votantes indecisos de que,
a fin de cuentas, era necesario. Si se convencen de que exageró los hechos
y amañó los datos para enviar a jóvenes a la muerte en
una guerra sin sentido, no estarán dispuestos a volver a creerle. Blair
siempre ha tenido la reputación de ser un equilibrista cuando se trata
de la verdad. Si se cae ahora, puede ser que no exista una red de seguridad
que lo salve.
Estas sospechas de que Blair ha sido en el mejor de los casos un maquinador
y en el peor un mentiroso, han dañado considerablemente su reputación.
La semana pasada en la Hora de Preguntas al Primer Ministro, la fosa de los
leones semanal en la que los dos principales partidos se enfrentan cara a cara
en el Parlamento, salió como vencedor, con una afirmación audaz
de que no había hecho nada malo y prodigando elogios al éxito
de las fuerzas británicas (bueno, ¿qué líder nacional ha
hablado jamás de "nuestros cobardes soldados"?).
Pero no respondió a la pregunta crucial. Si las armas de destrucción
masiva no aparecen, si se prueba que Blair engañó al pueblo y
que utilizó informes de inteligencia para propósitos políticos,
podrá sobrevivir en su puesto durante unos años más. En
un sistema parlamentario, es difícil expulsar a un primer ministro antes
de una elección. Así funciona el sistema.
Pero, sinceramente, no veo cómo Gran Bretaña podrá volver
a unirse a algún ataque ulterior de EE.UU. contra el eje del mal, sea
en Siria, Irán o incluso Corea del Norte. Si Blair falló, ustedes
los yanquis se quedaron solos. Bueno, tal vez el gobierno de Fiji les envíe
una tarjeta deseándoles "Buena Suerte".
10 de junio de 2003
Simon Hoggart es columnista en The Guardian en Londres y presentador de un programa
de noticias en la radio de la BBC.
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