Recibo la querella del Partido Popular al tiempo que Bush, disfrazado de triunfante piloto, anuncia el fin de la guerra contra Iraq. Me acusan de un terrible delito de opinión:
una página de internet comprometida con el fin de la guerra. Hojeo las páginas del juzgado y me lamento de no haber sido capaz, junto a tantos millones en todo el mundo, de frenar esa barbarie. Leo los argumentos. El Partido Popular entiende que, determinadas opiniones, deben pagarse con pena de cárcel. Aún resuenan en mi cabeza los 14 muertos y las decenas de heridos tras la explosión de un polvorín. Ya había terminado la contienda. Y rebota en mis oídos el sarcasmo del Presidente del Gobierno diciendo que en Iraq hay ahora derecho de manifestación. Las tropas norteamericanas abrieron fuego en Fallujah y la sangre volvió a manchar el suelo de una escuela. Otros trece muertos. Niños sin vida. No están durmiendo. Están quietos. Para siempre. Maldita guerra. ¿Será demagogia hablar de los muertos? Me acuerdo de muertos cercanos y conocidos. De Julio A. Parrado, de José Couso, periodistas asesinados en esta guerra. La tristeza de aquellos a quienes les faltan se mezcla con las sonrisas de los vencedores. Miro la querella y me parece casi obsceno preocuparme por ella. "Injurias, calumnias, amenazas y coacciones". En la página noalaguerra.org se decía que los diputados del PP no hicieron nada por parar la guerra contra Iraq, que tenían que haber negado la legitimidad de la autorización de Las Azores, que su voto les hacía corresponsables del inicio de la guerra y de sus consecuencias. Muchos creímos que les correspondía, como mayoría del Parlamento, sacar a España de esa guerra ilegal e ilegítima. Fracasamos. Y ahora resulta que los delincuentes somos nosotros. Qué terrible delito. Querer parar la guerra.
¿Habrá tantos criminales en la sociedad española? Hay gente contenta con el resultado de esta guerra. No hay ni sombra de arrepentimiento entre los responsables de la invasión. Van a recibir parte del botín.
Vendrán más países y por eso Roma paga. Poco, pero paga. Sólo queda la dignidad de los que dimitieron. Están con el grueso de la ciudadanía. Por el contrario, los ganadores, eufóricos, quieren pasarle cuentas a los que han intentado frenar la guerra. Y a todos los que les planten cara en el futuro. El anteproyecto de Ley del Ministerio de Defensa marca la senda. ¿Cómo puede tener nadie asesores que pasan por encima de la Constitución? Quizá son los mismos que les aconsejan querellarse contra toda la sociedad española. ¿No sería más rentable elegir, como recomendó Bertolt Brecht, a otro pueblo? El Partido Popular inicia la campaña electoral llevando a juicio a los pacifistas. No es nuevo. Nunca, desde mayo de 1968, hubo tanta gente dispuesta a entregar su tiempo para cambiar el mundo. ¿Asusta la opinión pública? Cuando la democracia se convierte en una tarea de todos los días algunos se ponen nerviosos. Y las respuestas se parecen demasiado a las de antaño. Repiten que los alcaldes no tienen por qué pagar las consecuencias de la guerra. Pero el Presidente Aznar insiste en presentarse como César victorioso que reclama el silencio definitivo de sus opositores. Debieran aclararse.
Amenazan al juez Garzón, se querellaron contra Nunca Mais, llevan a los tribunales a los manifestantes y buscan acallar cada una de las voces críticas. No basta la manipulación televisiva. Se trata de amedrentar a la ciudadanía. El PP cree que, con querellas, siembran miedo o labran desvergüenza.
Como si la universidad no llevara siglos soportando querellas. Como si la izquierda no llevara siglos soportando a los poderosos. Como si el Estado social, democrático y de derecho de nuestra Constitución naciera de una Carta Otorgada, regalada en su cumpleaños por algún magnánimo poder. Sabemos que los derechos se ganan. Quien calla otorga. Por eso no callamos.
Enseñamos a los estudiantes que en democracia, la crítica política siempre apela a un adversario. No a un enemigo. Por eso no es bueno criminalizar a la oposición. Nunca vi ánimo de injuria alguno en la página. Cuando se hace crítica política no siempre se es afortunado en el estilo. Pero lo relevante es el fondo. Llamar "cómplices de asesinato" a los diputados del Partido Popular es una expresión mejorable en la forma. Pero no yerra en el fondo. De lo contrario, correspondería también al PP poner querella criminal contra millones de españoles (incluidos muchos profesores e, incluso, ponentes constitucionales) que han denunciado la implicación directa de los parlamentarios del PP en la barbarie de Iraq. Ya hubo un tiempo en el que España fue una cárcel. Los carceleros de antaño parecen tener nostalgia de aquella época. Sin olvidar que, si tan terrorista es quien jalea, alienta, apoya, defiende o ayuda a los terroristas como los que aprietan el gatillo ¿no vale otro tanto para los que hicieron a España partícipe de la tristemente famosa "coalición"?¿Acaso no ha jaleado, apoyado, defendido y alentado el Partido Popular la invasión de Iraq que ha asesinado a miles de personas inocentes? En la querella vuelven una y otra vez a mi condición de profesor de Universidad. Una vez más marran el tiro. Como profesor, estoy lleno de orgullo de que la iniciativa de la página proviniese de estudiantes indignados ante una guerra que iba a masacrar a todo un pueblo. Les decimos a menudo a nuestros alumnos que no son críticos, que tienen que aprender a pensar por ellos mismos. ¿Y cuando lo hacen? Como no puede ser de otra manera, sólo cabe apoyarles y emocionarnos porque han aprendido lo más importante. Son una generación sin miedo, con una idea de democracia mucho más profunda que la de sus mayores y eso llena de esperanza a este país. El PP quería sus nombres, ávido por descargar su hacha vengadora. Soy incapaz de acordarme. Tendrán que disculparme: son decenas de miles.
Además, no están solos. La universidad española ha salido de su letargo. Ya lo hizo, aunque con timidez, contra la barbarie etarra. Y ahora, con plena contundencia, contra la barbarie de la guerra y sus cómplices. Ninguna querella va a acabar con su espíritu crítico. Dejaríamos de ser universitarios. Ya no hay espacios para manifiestos como el que mandó la Universidad de Cervera a Fernando VII ("lejos de nosotros la peligrosa novedad de discurrir"). Ya no hay, al menos en la Universidad pública, renuncias a la inteligencia impuestas por ningún autoritarismo. Ese modelo de universidad quizá le convenga a los que sólo entienden el saber como una escuela de disciplinamiento. Pero no es el nuestro. En una ocasión, desde el Partido Popular se expresó cuál era su modelo ideal de juventud. Pero incluso "Operación Triunfo" se salió de la fila de los que están, en opinión de Colin Powell, "on the right side". ¿Podía nadie esperar realmente otra cosa de la Universidad? Una querella no va a debilitar mi oposición a toda guerra. Aunque traiga la desmesura de una petición de pena de cinco años de cárcel. Sólo sea porque en realidad no van contra mí, sino contra todos los que han manifestado su oposición a la participación española en un conflicto que carecía de la aprobación de Naciones Unidas, que carecía de la aprobación del Parlamento español y que tenía enfrente a nueve de cada diez ciudadanos de este país. El compromiso contra la pena de muerte, en la forma que sea, es consustancial a nuestra condición universitaria. Y una guerra es una pena de muerte que afecta a miles de personas. Claro que querrían otra universidad. Pero para cambiarla, no les va a bastar esta castiza caza de brujas. Alguna huella tendría que haber dejado los 25 años de Constitución que este año celebramos. Otros celebran los 50 años del inicio del mcarthysmo emulando a sus mayores.
Ni como universitario ni como persona comprometida con mis ideas puedo asumir las razones de una querella que entiende que opinar es un delito. Sin embargo, sí puedo conceder que ando muy preocupado por la deriva del Partido Popular y del Gobierno.
No tanto porque quieran verme castigado, sino por todo lo que han destrozado en los últimos meses. No han entendido que esta guerra era también una guerra contra Europa, contra nuestra concepción de las relaciones internacionales, contra nuestra idea de los derechos humanos. Y también, lo que incomprensiblemente se les escapa, contra nuestra moneda. Aunque sólo fuera por eso, podrían haber discernido que uno de los objetivos de esta guerra era impedir que la Unión Europea alcanzase la mayoría de edad. Pero Aznar prefirió poner en marcha la Carta de los ocho y poner los pies encima de la mesa de los que mandan.
El problema, de cualquier forma, es de más hondo calado. Estamos jugándonos, en todo el mundo, una forma u otra de democracia. Está claro dónde se ha situado el Partido Popular. No les debe extrañar que, como universitarios, tengamos que defender los principios democráticos que recoge nuestra Constitución. Qué pensarían, en caso contrario, nuestros alumnos. Una querella no basta para hacernos olvidar tan altos cometidos. Pero quién puede dudar que se esfuerzan.
Nunca hemos estado en una querella tan acompañados. Estamos juntos muchas y muchos. Con la vieja Europa, con todos los países que han plantado cara a la hegemonía de los que se quieren imperio, con todos los que han salido tantas veces a la calle a pedirles que parasen la guerra. Estamos, a fin de cuentas, con todos los que no han soportado desde su fe, su ideología, su sentido común o su humanidad el terrible espectáculo de una guerra movida por los más desvergonzados intereses económicos. Y también estamos con el pueblo de Iraq sobre el que caían las bombas. No nos dimos cuenta de que las armas de destrucción masiva de las que hablaban Bush, Blair y Aznar las llevaban ellos consigo. No vamos a caer ni en la resignación ni en el cinismo. Ambos dejan demasiado campo libre al fascismo.
El Gobierno español ha roto muchas cosas. Pero no han conseguido cortar los lazos del pueblo español ni con el mundo árabe ni con todos los pueblos que han mostrado su rechazo a la agresión en cada rincón del planeta. El enorme movimiento de oposición a la guerra ha conseguido evitarnos las terribles secuelas de cualquier ardor guerrero. Esa es la España que cuenta. La que tiene que seguir opinando. Porque no ha parado la barbarie en Palestina, no ha parado en Afganistán y la ocupación colonial de Iraq va a seguir creando problemas. ¿Sabremos reinventar Naciones Unidas? La parálisis del Partido Popular, que no supo parar anécdotas desafortunadas como la boda en El Escorial, aventuras peligrosas como Perejil o ejercicios criminales como la invasión de Iraq, ha quebrado el camino al centro que tanto tiempo y esfuerzo les había reclamado. Deben ser cosas de la segundatransición.
Ojalá les ayudemos entre todos a encontrar la sensatez.
Basta con que vuelvan a asumir las formas democráticas.
Tampoco es cuestión de pedir milagros. Pero sí que respeten las normas esenciales del juego. Hay que repetírselo muchas veces, pues parecen haberlo aprendido tarde. Especialmente a los que creen que unas elecciones pueden convertirse en un plebiscito personal, una suerte de Arco de la Victoria, a mayor gloria de su impulso bélico.
Conviene que frenen este transitar de desmesura en desmesura. La excusa del terrorismo no puede seguir cercenando democracia. Incluso en lo que se refiere al espinoso conflicto del País Vasco. Cualquier persona con dos dedos de frente no puede creerse que Batasuna y Al Qaeda son la misma cosa. La gran victoria de Aznar es haber conseguido que Estados Unidos, crecientemente convertido en un Estado terrorista (condenado por el Tribunal Internacional de La Haya por su agresión a la Nicaragua sandinista), equipare a ambas organizaciones. En breve, comunistas, nacionalistas periféricos (no así el nacionalismo españolista), socialistas, anarquistas, cristianos de base, socialdemócratas, demócratas radicales o simples demócratas…todos potenciales terroristas. Incluso aquellos que, apoyando una iniciativa de Elkarri, nos ofrecimos al PP para completar listas electorales en aquellas partes de Euskadi donde la barbarie etarra lo dificultara o lo impidiera. Algunos tenemos claro que la vida es un límite infranqueable en política. Pero ya sabemos que para un pensamiento armado con pinceladas de Donoso Cortés, Canovas del Castillo, un par de falangistas de pistola al cinto y otro par de antiguos ex izquierdistas reciclados a Torquemadas con necesidad de justificarse, todo matiz se zanja optando por la España o la antiEspaña. Y, por supuesto, esa España vuelve a tener veleidades imperiales, hoy al lado de la guerra global permanente de otro mesiánico radicado en esta ocasión en Texas.
Recuerdo una manifestación en Berlín oriental que me impresionó fuertemente. Andaba por aquél entonces en Heidelberg, cursando estudios de posgrado. Desde el verano de 1988 algo se movía en lo que era la República Democrática Alemana. La manifestación que todos los 19 enero conmemoraba el asesinato de Rosa Luxemburgo tomó aquel invierno de 1989 un cariz especial. Una manifestación paralela a la oficial portaba pancartas con un lema de la dirigente comunista: "La libertad es la libertad de los que piensan diferente". Los ciudadanos de la entonces República Democrática gritaban en la calle que ellos eran el pueblo. La caduca nomenclatura, acostumbrada a la guerra fría, no entendía nada. Efectivamente, no entendieron nada. Pocos meses después caía el Muro de Berlín. En nuestro país, algunos quieren recordarnos aquello que decía Franco:
"haga usted como yo y no se meta en política". Cada cuál busca los referentes que más le convengan. Yo voy a continuar con el consejo de la Luxemburgo.
Construye más democracia.
Con el Partido Popular me veo en los juzgados. El conjunto de ciudadanos españoles nos vemos con ellos en las urnas. Ojalá que no sea en vano.
* Juan Carlos Monedero es Profesor Titular de Ciencia Política en la Universidad Complutense de Madrid (jcmonedero@cps.ucm.es)