Tras la muerte biológica del tirano Francisco Franco se impuso el criterio de omitir referencias al origen espurio de su régimen. Ello era necesario para evitar cualquier vacío de poder. Franco había designado a su sucesor al entonces príncipe Juan Carlos en una sesión solemne de las Cortes Generales, desheredando a su padre, legítimo aspirante a la sucesión dinástica. No había discusión posible, después del Caudillo la restauración monárquica, esa era la salida. Con ello se evitaba el debate acerca de la forma de Estado subsiguiente al régimen franquista. Decidido el futuro de España, el alzamiento contra la II República se transformó en guerra civil oscureciendo el hecho de haber sido consecuencia de un llamado militar a subvertir el orden constitucional. Ocultada la causa no existían demasiadas ataduras para reconocer ciertos excesos cometidos durante la guerra civil. Con ello se diluían responsabilidades y se pasaban a compartir culpas. Todos recibieron la parte alícuota de atrocidades. Unos quemaron iglesias otros asesinaron poetas. Sin embargo, rojos y nacionales debían reconciliarse en señal de duelo compartido y en beneficio de una España moderna, occidental, europea y atlantista. Por consiguiente, la idea de una España donde las heridas debían cicatrizar sin pedir cuentas al pasado formo parte del discurso de la transición. El compromiso de una parte de la izquierda histórica española aún clandestina o semi-tolerada de no desenterrar los muertos republicanos fusilados, fuesen comunistas, socialistas, anarquistas, o simplemente republicanos. Esta actitud se homologó con un sentido patriótico de reconciliación y de responsabilidad política. Un acuerdo tácito de punto final. Los muertos por el franquismo no existirían. Con un mensaje centrado en el miedo y aduciendo a una posible involución, el golpe de estado se utilizó como recurso para constreñir las demandas de libertad y de democracia. Sin embargo, una sociedad educada durante cuarenta años en el anticomunismo, la intolerancia y el conservadurismo religioso, es presa fácil de la manipulación ideológica, el recurso a los argumentos primitivos de ser los comunistas los causantes del caos, la destrucción de la familia y la disolución de España, calán profundamente en una sociedad despolitizada y ciertamente conservadora. La paz de Franco y el nada despreciable proceso de industrialización cambia la estructura social modificando la visión de una España rural y atrasada. Los recursos del turismo y la inmigración son dos aspectos destacados del fenómeno. La sensación de vivir un proceso de cambio social y de prosperidad venía ser un colchón frente a las demandas de democracia y libertad. Pocos eran los disconformes. Mas bien muchos entendían que los cambios se estaban produciendo sin necesidad de alterar el ritmo señalado por Franco. Las frases del tirano Aa los españoles no se les puede dejar solos@ y Atodo esta atado y bien atado@ fueron el símbolo de la transición y de los años setenta.
Por otro lado, una oposición asida a la agenda del régimen pasó a condenar el uso de emblemas republicanos y cualquier referencia al pasado y la recuperación de la memoria histórica. Sin duda fue el peaje que la oposición pago para obtener su carta de ciudadanía. Acuerdos de fondo alcanzados casi dos años antes que los Amíticos@ pactos de la Moncloa.
Cortina de humo para ocultar los verdaderos pactos políticos de la transición habidos entre representantes del franquismo , la élite modernizadora de los años sesenta y una oposición sumisa que acató el camino marcado por la derecha franquista y modernizadora, cuyos postulados poco diferían entre sí. Con este paraguas, la derecha se siento segura, no renuncio a ninguno de sus postulados y siguió mandando sin grandes sobresaltos.
Nadie en la oposición debía mencionar el origen de sus militantes y dirigentes.
Ellos formaban una generación espontánea sin conexión alguna con el franquismo. Por esta razón, podían recurrir cuando y como quisiesen al discurso anti-comunista de la guerra fría y seguir llamando rojos a todo aquel que defendiese una España diferente. No hubo contraparte. La transición se edifica sobre el armazón franquista es una reforma pactada. Los cambios no afectan la estructura real de poder. Las redes familiares son lo suficientemente fuertes para evitar cualquier tipo de ruptura democrática. Hoy, por ejemplo, mas del 40 % de los dirigentes del partido popular proceden directamente de la nomenclatura del franquismo en su segunda y tercera generación. Hijos o nietos de gobernadores, procuradores, ministros o altos cargos. Si además se unen los apellidos que configuran la derecha tradicional española del siglo XIX y principios del XX, el partido popular poco o nada representa una derecha centrista y nueva. Claro esta que no nos referimos a los votantes o a los muchos alcaldes de pequeños pueblos o poblaciones cuya afinidad al partido popular viene dado simplemente por considerarse liberal o centrista.
La separación entre una derecha franquista y otra emergente en los años sesenta, desprendida de las consignas y estandartes del falangismo y el movimiento nacional es el mito sobre el cual se construye el partido popular. Nada más falso. Si bien la derecha española quiere hacer ver que nada tiene en común con el franquismo político, sus orígenes y sus comportamientos atestiguan lo contrario. En las actuales circunstancias, y bajo la presión de una ciudadanía que en su casi totalidad, mas del 90% según la encuesta del Centro de Investigaciones sociológicas, dice No a la Guerra, su primitivismo ideológico les traiciona. Sin argumentos, recurren al anti-comunismo y al ejercicio despótico del poder.
Asimismo, Aznar, Mayor Oreja o el de su secretario general hacen una piña y señalan que España esta en peligro. Los socialistas y los comunistas quieren dividir la patria y acabar con la españolidad. Son separatistas, violentos, siembran el caos y fomentan el odio de clases. Se sienten acosados y no miden sus declaraciones. Emerge el verdadero rostro de la derecha española y su claro rechazo a las normas democráticas. Ellos no pueden ser tocados ni criticados. Tampoco se les puede públicamente y en ejercicio de la libertad de expresión acusar de cómplices de asesinatos, genocidio o de crímenes de lesa humanidad. Nadie tiene derecho a contravenir sus decisiones. Quienes lo hacen forman parte de la conspiración comunista internacional. Lamentablemente, su arrogancia y despotismo es también resultado de una transición política donde una parte de la izquierda, tal vez la mas numerosa renuncio en aras de unos escaños en el parlamento a denunciar abiertamente el carácter anti- democrático de la derecha española. Quizás ahora sea el momento de desfacer el entuerto.