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La vieja Europa

De nuestros enemigos

Editorial
Cádiz Rebelde

Cuando hace algo más de tres años tomamos la decisión de fundar y lanzar al mundo esta publicación digital, uno de los objetivos que nos marcamos fue -dentro de la modestia de nuestra capacidad y de nuestras posibilidades- crear una cadena humana de transmisión ideológica que ayudase a recuperar valores y a clarificar conceptos y, como lógica consecuencia, a superar el miedo y a actuar.
Todos nosotros somos profundamente materialistas y, por lo tanto, ninguno cree en la ciencia infusa. Las experiencias, propias y ajenas, nos han enseñado que la memoria histórica es necesaria a la hora de analizar el presente y poder desarrollar estrategias de lucha. Nadie entre los hombres y mujeres que hacemos Cádiz Rebelde es Moisés y no nos ha sido entregada tabla divina alguna. No nos arrogaremos, pues, el don de la infalibilidad celestial. Sólo pedimos que, quienes discrepen de nuestros puntos de vista, lo hagan esgrimiendo argumentos más convincentes que los nuestros.
En el juego político hay demasiada gente que confunde -muchas veces, interesadamente- el horizonte con la meta. Y, desde luego, no son la misma cosa. El horizonte es, por definición, difuso y relativo; la meta, en cambio, es algo perfectamente definido. Algo concreto. Por eso, los objetivos estratégicos de cualquier persona o colectivo que se reivindique de izquierdas y pretenda una transformación revolucionaria de esta sociedad hostil e insolidaria han de ser necesariamente coincidentes y, dejando al margen la letra pequeña, han de encajar sintéticamente en los de libertad y justicia social universales.
Sin embargo, no debemos olvidar que las carreras se componen de etapas. Y son precisamente las diferencias en los objetivos tácticos y en la metodología las que, históricamente, nos han impedido alcanzar la ansiada meta. Además, claro, de la lógica y esperada acción represora de quienes defienden los intereses contrarios a los nuestros; de aquellos que pretenden mantener a cualquier precio sus innobles privilegios; es decir, de nuestros mortales enemigos.
Porque sólo los pusilánimes o los progresantes travestidos de progresistas -que diría el juez Joaquín Navarro- pueden afirmar que el término "enemigo" es centrifugador, malsonante, rancio o políticamente incorrecto. Enemigo es la palabra con la que el Diccionario define al contrario, al que tiene mala voluntad a otro y le desea mal y perjudica. Así, quienes se empeñan en perpetuar este sistema irracional, intrínsicamente perverso e injusto, fundamentado en la desigualdad, en el autoritarismo y en la farsa democrática, son enemigos de la inmensa mayoría del planeta y, por supuesto, también lo son de quienes hacemos Cádiz Rebelde.
Pero es en el Estado español donde vivimos y donde tenemos que poner en práctica, en primera instancia, lo que predicamos. Y aquí y ahora nuestros enemigos controlan la práctica totalidad de los resortes. Detentan y ostentan el Poder. Para mantenerlo, cometen todo tipo de atrocidades. Impiden todo lo que dicen defender. Carecen de escrúpulos. Matan, torturan, roban y mienten a placer. Niegan los derechos fundamentales de los individuos y de los pueblos. Fomentan el paro, la desigualdad de género, la pobreza y la exclusión social. Expolian y destruyen los recursos naturales. Y, para colmo, reclaman nuestro voto para que legitimemos su permanente ocupación de unas instituciones de cartón piedra que necesitan para seguir engañándonos y sometiéndonos. La situación es insostenible.
Decíamos que somos profundamente materialistas. Tampoco estamos, pues, por la labor de resignarnos ante hados y fatalidades en los que no creemos. Nuestros enemigos tienen siglas, nombres y apellidos. Todos sabemos quiénes son. Ya no cabe más tolerancia ante sus iniquidades. Poniendo la otra mejilla, sólo conseguiremos que, además, nos partan la cara.