Aznar, otra vez bajo el palio pontificio
Manuel Vázquez Montalbán
Se había equivocado el personal al presumir que las relaciones entre el pacifista Juan Pablo II y el belicista José María Aznar se habían deteriorado e incluso co-locado al borde de la excomunión al cejijunto jefe de gobierno español por haber desobedecido el mandato de la paz emitido por el Papa. El pontífice mantuvo su protocolaria visita a Madrid, en un extraño viaje esta vez porque sí, habida cuenta de que no está Karol Wojtyla para muchos viajes pero éste se lo pedía el cuerpo. Ha sido una expedición política urdida por la Conferencia Episcopal con el fin de poner las cosas en su sitio, que no siempre es el sitio de las cosas. Los obispos situaron el diálogo Vaticano-Estado español al más alto nivel simbólico, es decir, el Papa y el rey, pero por allí co- rreteaba don José María para colarse y conseguir la bendición papal y una absolución factual por sus pecadillos iraquíes. De paso, Juan Pablo II convertiría los altares en el camarote de los hermanos Marx al añadir más santos españoles, algunos víctima de la barbarie roja durante aquella guerra civil entre la Ciudad de Dios y la Ciudad del Diablo.
No sólo se coló Aznar con su envidiablemente escurridiza figurilla, sino que se dejó acompañar hasta por 20 familiares, 20, sin duda la audiencia familiar más numerosa recibida por Papa alguno, prueba del algodón de que familia que reza unida permanece unida. A Dios rogando y con el mazo dando. Mientras el Papa volvía a situar, simbólicamente, el palio sobre el nacional-catolicismo español en su versión aznarista, don Federico Trillo enviaba más tercios de Flandes a Irak y esta vez no disfrazados de chicas de la Cruz Roja, sino de fuerzas de seguridad y orden, desde luego de seguridad humanitaria, de orden humanitario. Los más molestos con la vi-sita del Papa han sido los católicos periféricos, porque no se sabe si por recomendación de la Conferencia Episcopal o por mandato divino, el Papa no recibió a re-presentantes de las iglesias vamos a llamarlas autonómicas. De no tratarse de tan alta magistratura, casi podría decirse que el Papa les hizo un feo a los obispos catalanes y vascos y a las autoridades de una y otra sustancia periférico nacional representativa. Hete aquí que incluso la señora Ferrusola, esposa de Jordi Pujol, se había puesto la mantilla para conmemorar la santificación en Roma del fundador del Opus Dei, y ahora el Opus Dei, cada día más presente en la lógica interna de las iglesias española y vaticana, no movía un dedo para que doña Marta Ferrusola de Pujol pudiera utilizar la misma peineta para ser recibida en Madrid por su Papa.
La explicación de la jerarquía eclesiástica española ha sido casi una ordinariez que sin duda irritará a muchas sensibilidades autonomistas. El Papa habría venido a verse con lo general y no con lo particular. Por encima de escisionismos tantas veces disfrazados de autonómicos, miles de jóvenes españoles ofrecieron al Santo Padre dos generalidades indispensables, insustituibles: la de su juventud y la de su españolidad. Es inevitable recordar aquellos tiempos en que la Iglesia procuraba afirmar sus movimientos de masas juveniles de la Acción Católica frente a los intentos monopólicos del Frente de Juventudes. Parece que fue en el otro siglo, pero todo ocurrió ayer y un día po-drían volver a escucharse karaokes competitivos entre... juventudes católicas de España, galardón del ibérico solar... y Cara al sol con la camisa nueva que tu bordaste en rojo ayer....
¿Cómo ha quedado todo después de la visita del Papa? Se han estirado los músculos de los movimientos de masas juveniles católicas y tanto Aznar como el Partido Popular han sido jerárquicamente amnistiados por sus ardores guerreros. Otra cosa es que esos miles y miles de jóvenes católicos que hace semanas contribuyeron a las movilizaciones contra la guerra en Irak sepan distinguir entre mo-vilizarse por el Papa o para que la jerarquía católica vuelva a colocar el palio so-bre la cabeza del jefe de gobierno más irrelevantemente belicista del siglo XXI. Flecos informativos nos siguen ofreciendo todos los horrores y sin sentidos de una guerra de anexión, pero ya no recibimos esa información en directo que se escapó por las rendijas de los biombos prohibicionistas del ejército estadunidense.
El otro día escuché y vi en el programa informativo nocturno de la televisión au-tonómica de Cataluña a un médico español operante en Irak. Ofrecía testimonio de recomposiciones de cuerpos humanos, muchos de ellos niños, esqueletos astillados por armamentos prohibidos utilizados por las tropas de ocupación de Irak. A lo largo de mi vida e historia, he tenido tiempo de constatar que lo único que suele separar a un terrorista o a un criminal de guerra de un estadista es que venza en su empeño. Un terrorista puede llegar incluso a ser premio Nobel de la Paz y un criminal de guerra puede cobijarse a la sombra de cualquier palio, siempre y cuando gane la guerra.