14 de abril del 2003
Se inicia la III Guerra Mundial, dice Felipe González
Malime
Lo dijo en la presentación de su libro refiriéndose a la situación internacional por la repercusión que supone la invasión de Iraq, sin que Naciones Unidas, ni ningún otro país o bloque de países lo hayan podido evitar.
Esa grave afirmación, que a muchos puede parecer fuera de tono, desde mi punto de vista si retrocedemos históricamente, veremos que si tiene sentido. Se han generado las condiciones que tienen mucho que ver con la I y la II Guerras Mundiales, en un paralelismo de circulo en espiral, y que se están manifestando conforme a los siguientes hechos o situaciones.
Tenemos las contradicciones agudas económicas y sociales que necesariamente se tienen que producir en el sistema capitalista, porque éste se asienta en una filosofía competitiva, solidaria solo para generar producción, pero insolidaria para la distribución del bien social generado colectivamente. Y esa contradicción sólo la puede resolver el sistema de la forma más violenta, mediante la guerra abierta y brutal entre países o bloques de países. Fue siempre así y no tiene porque que cambiar ahora, a no ser que una filosofía antagónica, con una base científica que se corresponda con la realidad objetiva, basada en la solidaridad y en el respeto de los derechos humanos se imponga y la sustituya. Pero esa filosofía solo la puede imponer la clase social antagónica que evidentemente no es capitalista, la clase social explotada, generadora de la plusvalía social. Solo el miedo a esa fuerza social organizada puede impedir el estallido de la III Guerra Mundial.
Un nuevo IV REICH se ha instalado en el mundo, aunque la sede central no radique en la vieja Europa. El rápido aplastamiento del pueblo de Iraq, conquistado con los poderosos artilugios para matar y poner su orden fascista ha quedado evidenciado. La sumisión a esa realidad por todos los países críticos contra la invasión es una realidad, ha provocado la necesidad de buscar una salida que ponga coto a la sumisión momentánea a la que se ven abocados. Las contradicciones interimperialistas adquieren la radicalidad que antecedieron a la I y II Guerras Mundiales. La vieja Europa, las oligarquías de los principales países desarrollados no pueden depender de las migajas energéticas, del petróleo y el gas natural, tan imprescindible para la industria, el transporte y los servicios residuales que les dejen los oligarcas yanquis. Máxime cuando esas fuentes energéticas tienen su caducidad en pocos años, anunciada por las propias multinacionales petrolíferas, sin que existan fuentes energéticas alternativas.
La ONU desaparece en el ideario que la vio nacer y como antes sucedió le queda reservado el papel que cumplió aquella Sociedad de Naciones en 1938, donde la mayor parte de las delegaciones se pronunciaron a favor de la preservación del funcionamiento institucional, reducido desde entonces a la esfera técnica (es decir, a los aspectos económicos, sociales y humanitarios). Su adaptación a las excepcionales circunstancias de la II Guerra Mundial, iniciada en septiembre de 1939, potenciarían esta línea de actuación (tecnicidad y neutralidad) hasta su final desaparición, dando lugar al surgimiento de Naciones Unidas después de acabada aquella terrible II Guerra. La nueva ONU, ahora convertida en una especie de ONG mundial, ha recibido en su trasero una gran patada Bushleriana para que se limite a ese papel subsidiario humanitario y pierda su protagonismo y razón de ser. La preservación de la pax romana la impone el moderno imperio con su poderoso ejército.
La I Guerra Mundial fue la primera guerra imperialista que respondía a la necesidad del desarrollo económico y productivo de la época. Aquel desarrollismo industrial y comercial, la conquista de materias primas y de mercados, necesitaba sobrepasar las estrechas fronteras nacionales. Pero aquella primera aventura imperialista fue aplastada. El tratado de Versalles impuesto a Alemania, sentó la necesidad, las bases para el surgimiento del III Reich. El desarrollo industrial y económico de Alemania, la permitió la creación de un potente ejercito, con el que intentó su acción expansionista provocando la II Guerra Mundial. Para ello impuso su ideología nazi, que con sus variantes fueron formas que adoptaron otros países como Italia y España, aliados de segunda talla en la guerra mundial.
Pero en aquella I Guerra Mundial se produjo un acontecimiento: la revolución rusa, que aun no habiendo sido lo suficientemente valorado, todo el mundo lo considera como el gran acontecimiento mundial que cambió el estatus político existente. La revolución rusa dio lugar, por primera vez, a una división del mundo en capitalismo y socialismo, que se amplió después de la II Guerra Mundial por el papel destacado que tuvo la URSS en la batalla contra el nazismo. La revolución triunfó en Rusia, como no sucedió en los países europeos más desarrollados, que tenían una clase obrera verdaderamente importante. Triunfó en Rusia, porque el leninismo propugnó la no aprobación de los presupuestos para aquella guerra imperialista, contrariamente a lo que hicieron los socialdemócratas europeos, que si aprobaron aquellos presupuestos de guerra. Aquella tremenda contradicción interimperialista fue aprovechada revolucionariamente por el leninismo, que apostó por empezar a hacer la revolución socialista país tras país. El pueblo ruso dio el primer paso. Organizado a través de los consejos de obreros, soldados y campesinos, tomó el poder. Lo que pasó después, cómo cayó la URSS y los demás países socialistas requiere un profundo trabajo el explicarlo.
Se ha producido un cambio. Ya no existe el mundo bipolar, que suscitaba las necesarias alianzas interimperialistas. Tampoco existen la I, la II, ni la tercera internacionales obreras y comunistas. El revisionismo triunfante, el mejor aliado del capitalismo ha impedido el desarrollo de la teoría marxista y leninista, su aplicación en la actual coyuntura histórica. Consecuentemente el miedo a la clase social productiva no tiene el carácter de antes, porque no existe organización de clase que parta de los centros de producción, de los lugares donde se generan las contradicciones de clase, y tienen que ser resueltas por los propios trabajadores. Aquí, tampoco existen comités de soldados ni de los cuerpos encargados de la represión que pudieran en un momento desobedecer al amo que les paga, volver sus armas contra ese patrón minoritario. El camino, por lo tanto, queda abierto para que se desarrollen las contradicciones interimperialistas en toda su dimensión.
Hitler, desde su subida al poder mediante las urnas, tardó seis años en extender su ideología y la preparación de la guerra. En el caso del IV Reich la preparación armamentista ha precedido a la justificación con la que llevar adelante la ideología practicada por el moderno imperio. Ese desarrollismo militar que se argumentó en un principio como una necesidad del "mundo libre", frente a las dictaduras comunistas encabezadas por la URSS, finalmente ha encontrado su justificación propagandística con la que poder realizar su expansionismo, la lucha contra el eje del mal, contra el terrorismo mundial, cuyo símbolo quedó grabado con la caída de las torres gemelas.
Hasta ahora la lucha interimperialista ha sido soterrada, disimulada, la Unión Europea, el euro no lo veíamos como una manifestación de poder de la vieja Europa, de confrontación con la primera potencia económica, y su dólar. Dentro de la OTAN se empezó a hablar del euroejército, que no terminaba de arrancar. Con la intervención en Iraq, todo ha salido a la luz. La vieja Europa se rompe, la Reino Unido no se integró en el euro. El viejo imperio ingles mantenía sus reservas, su tradición imperial a la espera de nuevos acontecimientos, en estrecha alianza con el moderno imperio. Sobre ellos a recaído la conquista de Iraq. Pero el nuevo y flamante imperio le ha dejado bien claro al "viejo" que él se encargará del nuevo orden, es decir, de administrar el petróleo. Bajo el eufemismo de que sea la ONU, la que administre la nueva situación en Iraq, se esconde la verdadera razón de esa opción, el petróleo, que defienden no solo los ingleses, y Aznar, sino las demás potencias que desde el principio se opusieron a la guerra, que no se fían de las bondades de los que se esconden detrás del Bushführer. La confrontación euro - dólar será el barómetro que nos ira reflejando el nivel de confrontación interimperialista, como un anticipo de por donde van las futuras alianzas económicas y militares.
Es muy probable que los presupuestos militares europeos, que juntos no llegan a sumar el de Norteamérica tiendan a aumentarse. Son igualmente posibles nuevas alianzas estratégicas económicas y militares de la vieja Europa con países como Rusia que disponen de un importante arsenal nuclear. De hecho son muy significativos los contactos establecidos al máximo nivel entre Alemania, Francia y Rusia.
¿Entraremos en el juego de aprobar los presupuestos de guerra? Nada le vendría mejor al moderno imperio que se trasmitiera desde la Vieja Europa al pueblo americano la sensación de rearme y de amenaza. Una alianza militar encabezada por Alemania, Francia y Rusia, la creación de un euroejército controlado por la vieja Europa sería el pistoletazo de una inminente III Guerra Mundial.
Una nueva situación se ha creado también para la llamada izquierda, para la seguidista del juego político impuesto por la burguesía, sin más visión que la conquista de las urnas y de la otra izquierda que aun dandose cuenta de que la conquista de las urnas solo valen para aupar al poder a uno tras otro Hitleres, Aznares, Bushes o Felipes y Zapateros sigue demostrando su incapacidad para ver y profundizar en la necesaria cohesión ideológica que permita la imprescindible alternativa política y organizativa con la que encarar y hacer frente algún día al poder dominante. Y que solamente podrá ser de una manera: desarrollando la necesidad de la democracia directa que ha de surgir desde los centros de producción, centros de educación y cultura, desde los barrios y pueblos, como alternativa a la democracia delegada en la clase política, donde el control y la revocación de los mandatarios elegidos sea permanente y directa por los que les nombraron.
En los tiempos que corren la alternativa al imperialismo globalizador e insolidario solo puede venir de la revolución solidaria mundial y socialista, incluida la del pueblo americano. El mensaje de solidaridad entre los pueblos tiene que sustituir al que nos quieren imponer de guerra entre pueblos, guerra de religiones o razas terroristas. El mal de los pueblos no está en la protesta desesperada de las gentes, está en el sistema político que legaliza la existencia de esas minorías oligárquicas insaciables que no dejan de acumular bienes que nunca consumirán, mientras las mayorías ciudadanas de cada pueblo sufren la inseguridad, la miseria y la muerte prematura.