Un enorme y rabioso clamor de justicia se extiende, se contagia y se comparte por el mundo. Millones de cuerpos unidos, de caras crispadas y de gritos. Jóvenes estremecidos por el espanto de la matanza en Irak, humillados por una guerra criminal que se hace en su nombre, temblando de coraje; veteranos que vuelven a la pelea en la calle. Puños, impotentes todavía pero airados, van mostrando y concertando voluntades de lucha.
Ese clamor se enfrenta, cada vez más colérico, a los funcionarios de la guerra en los gobiernos y en los medios, que mienten con un cinismo sólo "casi perfecto" porque cada día logra superarse a sí mismo. Mientras gigantescos hongos rojinegros convierten los centros urbanos de Bagdad y de Basora en infiernos, los políticos que los han planificado y provocado, y que los aplauden ahora, hablan de su trabajo por la paz, de la liberación de un pueblo, del inmenso riesgo que le están evitando al mundo, de la democracia que llega con un cuarto de millón de feroces centuriones, señores absolutos del fuego y de la guerra. Mientras hablan ordenan matar con prisa, sabiéndose tan impunes como sus soldados, midiendo los tiempos, calculando la eficacia de sus máquinas de guerra y desmemoria, y los costes electorales.
El mismo clamor se enfrentará también a los que agitan la paz por algún tiempo, a los de media conciencia, sólo un poco de cólera y nada de rebeldía. A los que ya han empezado a tender la mano a los criminales que como Blair, Aznar o Solana les reclaman "un territorio común sobre el que podamos trabajar juntos". Un "territorio de entendimiento" para ir programando las operaciones humanitarias mientras se consiente la terrible destrucción de un país y la matanza de sus habitantes.
Y a los periodistas de Falsimedia, sin alma, que sirven a empresas de comunicacióncómplices de evidentes crímenes de lesa humanidad y de guerra, que enumeran, casi con deleite, siempre con un extraño orgullo y una escandalosa serenidad en las voces, las brutales armas del Imperio de pavorosa fuerza destructiva, mientras afirman, candorosos ellos, que toda la panoplia y sus polvorines, -tres mil misiles y bombas, según decía, orgulloso de su potencia "demoledora", el general en jefe Myers, eran sólo para abrir boca en los primeros días atroces de bombardeos masivos- son utilizadas en un bombardeo gigantesco y justificadísimo, precisamente para evitar que Irak utilice armas de destrucción masiva.
Tras el genocidio deliberado de los últimos años, el crimen de ahora. La paz del Imperio se afirma con las gigantescas explosiones reventando en las ciudades sobre gente que se esconde en casas abiertas para los misiles perforantes y las enormes bombas, con el bestial alarde de fuerza ante un pueblo casi desarmado. La paz de Bush, Blair y Aznar, duda ante la hipocresía de las "operaciones quirúrgicas" y los "blancos militares", y la jactancia genocida de la fase "Conmoción y Pavor" con la que iniciaron y bautizaron los bombardeos masivos.
Abusando de una superioridad militar que convierte la guerra en una destrucción planificada y una matanza impune, los EEUU están desarrollando una gigantesca y violentísima operación militar contra Irak. La Guerra-matanza, la Guerra de Destrucción Masiva Unilateral, que está teniendo lugar en Irak, no sólo ha sido puesta en marcha en contra de la voluntad del Consejo de Seguridad de la ONU sino que viola todas las normas del derecho internacional e incurre en los crímenes horrendos que define el Estatuto del Tribunal Penal Internacional.
A nosotros nos corresponde recoger los hechos y mostrarlos con el lenguaje adecuado. No podemos permitir que se hable con descaro de recuperación del consenso internacional, del inicio de campañas humanitarias como para olvidar las bombas cuando apenas han caído las primeras, de los puntos de partida para un nuevo acuerdo europeo, de la restauración de los "vínculos trasatlánticos" –la maldita conexión que nos ha hecho cómplices de una barbarie tan fría con el sufrimiento humano-.
Hay que hablar del genocidio deliberado de más de medio millón de niños, de la fabricación de una guerra, del engaño continuo y descarado de EEUU a la comunidad internacional y de los chantajes y coacciones, del enorme crimen de lesa humanidad que están cometiendo ahora, de los crímenes de guerra que se suceden desde que comenzaron los bombardeos. La lucha contra la guerra no es nada sino se concibe como lucha contra el Imperio. Su desarrollo será largo y duro.
Hay que comenzar denunciando el cinismo, el electoralismo, y la también la absoluta ineficacia en la lucha contra la guerra del coyuntural alineamiento de quienes no están dispuestos a aprender nada de esta catástrofe. Para muestra de esta "hipocresía para el final de la batalla" la posición hecha pública por el PSOE en los últimos días. Se niegan a participar en manifestaciones contra las bases militares de EEUU en España porque "nada justifica un cambio de postura" sobre la posición tradicional de ese partido.
No hay pacto constitucional que valga contra el genocidio y los crímenes de guerra. Más bien la reflexión ciudadana debe centrarse en discernir porqué las instituciones nos han llevado a un desastre como éste.
La lucha contra la guerra y contra el fascismo tiene que tener muchos más frentes que el de las manifestaciones multitudinarias en la calle. Todos los métodos de desobediencia civil son legítimos contra un estado que ha organizado la opinión pública como un producto de fábrica y la democracia como un auténtico mercado de monopolios.
Uno de los frentes necesarios es el de las conciencias. Y es aquí, en ese frente, donde puede ser mas eficaz el acoso judicial contra los responsables directos de la guerra. Los pueblos no pueden ver a Bush, Blair y Aznar, como unos políticos discutidos o como unas candidaturas en baja sino como unos auténticos criminales. El Estatuto del Tribunal Penal Internacional define los actos que se han realizado y se están realizando en Irak como genocidio, crímenes contra la Humanidad y crímenes de guerra. La caída de las primeras bombas sobre Bagdad y otras ciudades iraquíes debe conducir a la preparación y tramitación de denuncias ante la Fiscalía del TPI por esos crímenes, para estimular, desde mil sitios a la vez, el inicio de un procedimiento penal contra las máximas autoridades políticas y militares de los países directamente e indirectamente implicados y de sus cómplices más notorios.
Como ya he dicho en otra ocasión: "Ante esta brutalidad gigantesca el movimiento contra la guerra, además de promover la denuncia clara de los crímenes contra la humanidad que la guerra va a provocar inmediatamente, la desobediencia civil y la protesta social, debe de planear e iniciar el acoso judicial a los máximos responsable políticos y militares que ordenen la intervención o participen en la guerra. Al margen de las dificultades de legitimación, de procedimiento, o de asignación de responsabilidades penales, las organizaciones sociales y populares deben realizar acusaciones formales ante los tribunales, especialmente ante la Fiscalía del Tribunal Penal Internacional. Ello incentivará y prolongará la denuncia política, situará la responsabilidad de los gobernantes en el plano penal de los crímenes horrendos y de la justicia, y contribuirá al rechace de las guerras y de la violencia del Imperio".
El comienzo fue la campaña lanzada por Rebelión hace unos días y asumida inmediatamente por Cádiz Rebelde. Se refiere a la ilegitimidad del gobierno para declarar, por si mismo, la guerra. Fue planteada de manera que los ciudadanos pueden realizar inmediatamente, y con un trámite elemental, las denuncias. Es un excelente comienzo pero no es suficiente. El propio Código Penal permite la persecución del genocidio y otros crímenes "contra el derecho de gentes".
Después está el TPI cuyas denuncias deben empezar a trabajarse rápidamente.
Por fin están los tribunales populares creados por las organizaciones sociales y por el Movimiento contra la Guerra.
La distancia actual entre la naturaleza de los grandes delitos contra la Humanidad y su penalización internacional es enorme. Nada más significativo de ese abismo, de la hipocresía del gobierno español, y de su confianza al traspasar los límites del esperpento, es la opinión transmitida una y otra vez durante los últimos días en relación con la violencia en las manifestaciones. Aznar y sus ministros muestran su dolida perplejidad y su "indignación democrática" cuando señalan la "paradoja de luchar por la paz con actos de violencia en las manifestaciones en la calle".
La paradoja de luchar por la paz con miles de bombas de 9.000 kilos les deja indiferentes.