Hay personas humanas que no entienden porqué las personas humanas no podemos tomarnos a las personas humanas como medida de todas las cosas, sino que tenemos que medirnos siempre con los criterios de otras entidades sobrehumanas tales como las personas divinas (los Dioses) o, modernamente, las personas jurídicas (las Instituciones). Así, de la misma manera en que en su momento la doctrina cristiana nos interpretaba como hechos a imagen y semejanza de Dios (seres fundamentalmente buenos, guiados por el amor, astutos como empresarios a la hora de sumar obra buenas pero cándidos como sindicalistas a la hora de repartir el pan) y la doctrina ilustrada trató de hacernos a imagen y semejanza de las Instituciones (seres esencialmente justos, guiados únicamente por la ley, astutos como serpientes a la hora de vigilar nuestros derechos, y cándidos como palomas al cumplir con sus deberes), en cambio, las doctrinas neoliberales actuales tratan, más modestamente, de interpretarnos más bien como hechos a medida de las Multinacionales (seres fundamentalmente sin escrúpulos, guiados únicamente por la búsqueda de beneficios, flexibles como serpientes, y volátiles como palomas). No obstante, esta medida no es ya la medida de una persona humana sino, incluso, la medida de una persona demasiado humana. El caso es que si las personas humanas nos tomásemos a nosotros mismos como modelos y nos dejásemos guiar por aquello que hay en nosotros de más humano (casi demasiado) tendríamos que tomar como criterio de humanidad a aquello que más nos caracteriza en tanto que personas humanas: la muete1. Como todo el mundo sabe sólo los seres humanos estamos determinados por la muete, porque no saber que se va a morir (como los animales) y ser inmortal (como los dioses) es más o menos lo mismo. Tendríamos que dejar de llamarnos entonces las "personas humanas" y volver a llamarnos "los mortales". Pero si esto fuese así tendríamos que medirlo todo con esa regla e imponerle a todo esos límites, y tendríamos que incluir ese carácter mortal en todo aquello que nosotros creásemos a imagen y semejanza nuestra para que no acabase convirtiéndose en una amenaza para nosotros mismos, en algo desmesurado que ni nosotros mismos pudiésemos ya controlar. Esto significaría incluir la muete en todo, grabar con el sello de la muete todos nuestros productos. Tendríamos, pues, que incorporar en todas nuestras creaciones algo que podríamos denominar "obsolescencia programada", una caducidad que las fuese convirtiendo —como a nosotros mismos— en seres cada vez más inútiles, en trastos viejos e inservibles que habría que colocar en esas residencias para utensilios de la tercera edad que llamamos "altillos" o "trasteros" e incluso nos llevaría a admitir para ellos una discreta "eutanasia" cuando ocupasen demasiado espacio tirándolos así directamente a la basura. En efecto, uno podría quizás tener ciertos prejuicios sentimentales a la hora de tirar a la basura su tostadora como los tendría, sin duda, al dejar a su abuelo abandonado en una gasolinera, pensando que al fin y al cabo tiene sólo un poquito fundido el cable de alimentación y que quizás podría guardar la tostadora hasta que encontrase a alguien que pudiese reparársela. Pero claro, eso sería tan absurdo como congelar a un viejecito enfermo de cáncer y guardarlo años y años en una cámara frigorífica hasta que alguien pudiese curarle. Eso se podría hacer a lo mejor con Walt Disney que es uno de los grandes genios que se han dado entre las personas humanas, pero si nos propusiésemos hacer lo mismo con Albert Einstein, con John Lennon, con Indalecio Prieto etc. pronto, puesto que nuestros recursos son finitos, no tendríamos congeladores suficientes. Pero además, lo peor sería que, cuando hubiese que empezar a elegir, muchos dudarían de la conveniencia de congelar o no a Georg Bush Junior cuando se muriese, por no hablar de la conveniencia de congelar a Jiménez Losantos ya mismo, o de si no sería mejor congelar a Imperioso etc. Podríamos pensar que quizás la clonación resolvería nuestros problemas de espacio, y que podríamos ir guardando un pequeño archivo de pelos y de limaduras de uñas de cada uno para que algún día se pudiese hacer una especie de Parque Jurásico con todos nosotros; pero ninguna de esas soluciones eliminaría el problema de fondo: si todos resucitásemos y si siguiésemos vivos eternamente, tarde o temprano no cabríamos en ninguna parte, ni aunque inventásemos los viajes espaciales y nos hartásemos de encontrar planetas habitables por todos lados como les pasaba a los tripulantes de Star Treck. Y aunque eso fuese así y el Universo fuese infinito, lo que no podríamos de ninguna manera evitar sería que hubiese mucha más gente que quisiera vivir en la Tierra (que es un sitio más o menos confortable) que en Venus (que hace un calor horroroso), o en Plutón (donde uno se helaría —literalmente— con sólo salir de casa). Al final, como siempre, sólo los de siempre podrían vivir en los planetas bonitos, y los demás tendríamos que irnos a las afueras, a estaciones espaciales prefabricadas y a satélites artificiales adosados todos ellos horterísimas2. Por la misma razón por la que el Espacio se nos quedaría en seguida pequeño si no nos muriésemos, el Tiempo se nos haría en seguida largo si tuviésemos que aguantar para siempre a José Luis Moreno por la televisión, eterno, imperturbable, siempre igual así mismo, tal y como viene siéndolo desde los años setenta, si tuviésemos que ir eternamente al mismo trabajo ocho horas diarias a rellenar los mismos papeles y a descargar las mismas cajas antes y después de comer el mismo menú del día cada día de la semana. Si quisiéramos hacer de nuestra Tierra nuestro Cielo mediante la técnica haciendo verdad eso de la "resurrección de la carne" y de la "vida eterna", mediante la supresión de la obsolescencia programada, mediante la superación de esas medidas humanas que imponemos a nuestras cosas y a nuestras instituciones, y hasta a nosotros mismos y a nuestros mayores, la acabaríamos convirtiendo, según parece, en nuestro Infierno. 2. No tirarás a tu Windows por la ventana. La obsolescencia programada, lejos de ser un problema es, como todo el mundo sabe, la solución a un problema: el aburrimiento. Así pues, podemos decir que la única manera que nuestro mundo ha encontrado de acabar con el aburrimiento es la muete, en todas sus formas: la gusa, el estropicio, la peste Tanto la gusa, como el estropicio como la peste son "programados" por nuestras sociedades como se programas los espectáculos en un circo a través de medidas tales como los "créditos" del FMI, las "resoluciones" de la ONU o la "parrilla" de TVE. Pero todos estos son males muy abstractos, casi metafísicos comparados con la obsolescencia programada de los programas informáticos y los componentes electrónicos, es decir, con esa peste del s. XXI que son los "virus informáticos". Un virus informático es, como cualquier otro virus: "un programa de ordenador que se reproduce a sí mismo e interfiere con el hardware de una computadora o con su sistema operativo (el software básico que controla la computadora). Los virus están diseñados para reproducirse y evitar su detección. Como cualquier otro programa informático, un virus debe ser ejecutado para que funcione: es decir, el ordenador debe cargar el virus desde la memoria del ordenador y seguir sus instrucciones. Estas instrucciones se conocen como carga activa del virus. La carga activa puede trastornar o modificar archivos de datos, presentar un determinado mensaje o provocar fallos en el sistema operativo". Esta es la definición que da la Enciclopedia Encarta de Microsoft de 1999, y si alguien sabe de virus es la Microsoft Corporation, puesto que, como todo el mundo sabe se dedica, principalmente, a fabricarlos. En efecto, todo el mundo conoce esos virus llamados "Windows 95" o el todavía más peligroso "Windows 98" o bien el letal "Windows 2000", y todos ellos son perfectamente reconocibles en la caracterización dada por la Enciclopedia Encarta de la entrada "virus" (como se puede comprobar fácilmente con sólo volver a leer la definición). Pero el artículo de la enciclopedia sigue a continuación caracterizando los virus y similares en sus distintas clases: "Existen otros programas informáticos nocivos similares a los virus, pero que no cumplen ambos requisitos de reproducirse y eludir su detección. Estos programas se dividen en tres categorías: caballos de Troya, bombas lógicas y gusanos. Un caballo de Troya aparenta ser algo interesante e inocuo, por ejemplo un juego, pero cuando se ejecuta puede tener efectos dañinos. Una bomba lógica libera su carga activa cuando se cumple una condición determinada, como cuando se alcanza una fecha u hora determinada o cuando se teclea una combinación de letras. Un gusano se limita a reproducirse, pero puede ocupar memoria de la computadora y hacer que sus procesos vayan más lentos". De nuevo todo ello puede aplicarse a los programas y aplicaciones creados por Microsoft cualesquiera que sean y se llamen "Word", "Excel", "Explorer" o "Enciclopedia Encarta", todos ellos llenos de chirimbolitos que suben y bajan y hacen piruetas por la pantalla (como un odioso clip de que es muy difícil librarse para trabajar tranquilo con el Word) y de ampliaciones y parches y nuevas versiones que parecen ser inocuos pero que acaban haciendo que todo se mueva cada vez más despacio hasta que consiguen, por fin, bloquearle a uno el ordenador en el peor momento, y finalmente de "bombas lógicas" que estallan cuando uno no puede abrir un archivo en formato Excel HP porque tiene la versión Excel KK que ya está obsoleta desde hace dos semanas, de manera que uno tiene que comprarse la otra para ser "compatible" y como la otra tiene además del clip un video de Bill Gates lavándose los dientes que se dispara cada vez que uno le da a "borrar registro" para preguntarle seis veces en distintos idiomas que si "está seguro", pues resulta que no lo puede correr en su ordenador que tiene sólo un Pentium II y tiene que comprarse otro que tenga el Megaostium P2 y donde se puede instalar el "Windows Non Plus Ultra", etc. Los virus informáticos tienen además la ventaja de cara a su expansión de que aparentemente no se contagian a las personas humanas, sino sólo a las electrónicas, y por eso la gente es más tolerante con ellos e incluso está dispuesta a colaborar a su difusión para hacer la gracia, y no acaba de mirar con malos ojos a los que crean esos virus que consiguen dejar fuera de juego a la American Express. Esta simpatía no la despiertan en cambio los que almacenan armas bacteriológicas (y no lo dicen, porque si lo dicen no pasa nada, como con Estados Unidos) o los que son portadores de VIH. Pero esto de que no afecten a las personas humanas también está cambiando. Uno puede tener que pasarse una semana sin trabajar no porque tenga gripe, sino porque su disco duro ha desaparecido del mapa. En tal caso uno tiene, primero, que ejercer de informático aficionado durante unas horas o unos días tratando de averiguar qué se le ha roto a su ordenador, después tiene que intentar liar a un amigo para que se lo venga a arreglar, finalmente tiene que llevarlo a un técnico, y por último el técnico le tiene que decir que por lo que le costaría arreglarlo lo mejor que puede hacer es comprarse otro. Este proceso termina con la larga convalecencia a la que se ve uno sometido aprendiendo a manejar su nuevo ordenador hasta conseguir llegar a hacer con él lo mismo que hacía antes (aunque sea más despacio y con mayores grados de suto que le llevan a uno a estar buscando continuamente actualizaciones para su programa antivirus). Gracias a los virus informáticos conseguimos no aburrirnos nunca, porque siempre hay algo que hacer, algún programa que reinstalar, algún controlador que cambiar, o si no uno puede pasar el rato reiniciando una y otra vez el ordenador hasta que consigue abrir el programa que quiere. Estos virus nos demuestran una vez más que los seres humanos (al menos mientras sigamos siendo demasiado humanos) preferimos la muete al aburrimiento, el suto al hastío. Nosotros "los mortales" somos malos y preferimos vivir programando virus informáticos que fabricando nuevas aplicaciones en Linux y colgándolas en la red para que cualquiera pueda beneficiarse de ellas. Somos radicalmente malos y hacemos el mal por el mal. Nos dejamos engañar por la serpiente del terrorismo informático y nos convertimos en seres diabólicos (como esos malvados hackers, auténticos ángeles caídos del ciberespacio) que se expulsan ellos mismos del paraíso de la red y llenan ese nuevo mundo de las mismas trampas y peligros que el viejo, traicionando el espíritu fraternal de los pioneros (como ocurrió en América). La culpa es de los terroristas informáticos y de las redes de delincuentes virtuales, porque la Microsoft Corporation, a pesar de que fabrique productos que responden perfectamente a su propia definición de "virus informático", se distingue de esos terroristas por lo mismo por lo que 007 se distingue de Fumanchú, porque tiene "licencia para matar" (como hace constar en todas sus producciones). La muete y el suto programados por Microsoft son legales y están admitidos socialmente como cosas corrientes —igual que los bombardeos estadounidenses y las represalias israelíes— porque afectan, en su mayoría, sólo a las personas humanas y sus pobres posesiones, mientras que los sutos dados por el hacker Kevin Mitnick fueron implacablemente perseguidos por el FBI a pesar de que no afectaban a las personas humanas, sino sólo a ciertas Multinacionales (de las cuales ni siquiera se ha podido demostrar que se aprovechase económicamente). Kevin Mitnick fue detenido en 1996 acusado de robar los "códigos fuente" de algunos de los principales programas informáticos de multinacionales americanas de software como Novell. Pudo ser detenido gracias a la colaboración de otro hacker traidor llamado Tsutomu Shimomura enemigo personal de Mitnick, todo como en los westerns americanos. Pero ¿qué es lo que había en esos códigos fuente que fuese tan valioso? Los códigos fuente contenían el secreto de la fabricación de los productos de esas empresas, todo menos una cosa, claro está: los métodos para introducir la obsolescencia programada en esos productos. Imáginemos que tuviésemos ese secreto sin aquella lacra, que tuviésemos una especie de Windows pero programado en código abierto de manera que cualquiera pudiese reparar sus fallos, mejorar sus aplicaciones, sacar nuevas versiones más estables y con menos tonterías etc. ¿No sería ése el final de la Microsoft Corporation? 3. No desearás no haber nacido debajo de tu vecina del quinto. Si supiésemos que nuestros ordenadores y que nuestros programas podrían vivir eternamente pero hay alguien que no quiere que sea así, nos encontraríamos con un problema parecido al que tenía Roy Batty en la película Blade Runner (o más castizamente Augusto en la novela Niebla). Batty se desplazaba hasta la sede de la Tyrell Corporation —una empresa dedicada a la fabricación de androides en la que él mismo había sido fabricado como una unidad más del evolucionado Nexus 6—, y se entrevistaba con el director de la compañía. Roy Batty le preguntaba que por qué él había sido construido con obsolescencia programada, porqué tenía que morir. "We're not computers, Sebastian" —le decía Roy Batty a uno de los trabajadores de la compañía en otra escena de la película— "We're physical." Eldon Tyrell, el director de la empresa le respondía algo así como que si no fuese de esa manera ellos (los "replicantes") serían mucho más poderosos que cualquier persona humana, e incluso que cualquier Multinacional, serían más fuertes que cualquier Estado y que cualquier Credo, serían "como dioses", es decir, serían libres. Es verdad que los replicantes no serían dioses, no lo podrían todo aunque pudiesen vivir eternamente, pero sí serían, entonces, "como dioses" serían seres sobrehumanos que tendrían que aprender a distinguir ellos solos el bien del mal no sólo por costumbre y porque les costaría más trabajo ponerse a intentar cambiar las cosas que dejarlas como están (para cuatro días que vamos a vivir), sino por otros criterios de una naturaleza completamente distinta y que no serían de este mundo nuestro de la generación y la corrupción, que no serían propiamente humanos. Si los seres humanos tuviésemos que repartirnos este planeta sabiendo que hemos de vivir eternamente en él podemos estar seguros de que nos lo repartiríamos de otra manera. Esto no quiere decir que no nos peleásemos como se pelean dos hermanos por la litera de arriba o dos alcaldes por unos terrenos edificables, pero puesto que no nos podríamos aniquilar los unos a los otros estaríamos condenados a llegar a un acuerdo, y a un acuerdo con el cual estuviésemos todos (colectiva y distributivamente tomados) de acuerdo. Nuestras peleas tendrían, entonces, una forma muy determinada: la de las luchas políticas. Ahora bien, si los debates políticos dejasen de estar apremiados por la urgencia de las circunstancias y pudiesen prolongarse eternamente sin llegar nunca a una solución definitiva, esto podría ser aburridísimo. Así lo sería, desde luego, si se tratase, por ejemplo de un debate entre Gaspar Llamazares y Esperanza Aguirre, pero no si se tratase de una discusión entre Nicolás Salmerón y Emilio Castelar o entre Manuel Azaña y José Ortega y Gasset, por no hablar de un debate interminable entre Sócrates y Calicles, o entre Aristóteles y Platón, o entre Kant y Hegel. Lo de menos sería que Sócrates y Calicles llegasen a alguna parte, porque uno se podría pasar toda la vida escuchándoles sin aburrirse, y hasta toda la vida se le quedaría corta. Nuestra vida, en cambio, se nos hace larga, porque nos ocultamos a nosotros mismos las únicas cosas que podrían hacerla interesante: los males (y también los bienes, pero sólo por contraste). El caso es que en el mundo contemporáneo normalmente se ocultan los males de la manera más supersticiosa e infantil debajo de todo tipo de eufemismos para no tener que llamarlos por su nombre, para no tener que hablar de la muerte, de la guerra, del hambre y de la enfermedad (y hasta de José Luis Moreno) como lo que son, como cosas que se podrían evitar en muchísimos más casos de los que parece, si se tomasen las medidas políticas (es decir sobrehumanas) necesarias para evitarlos. De esta manera casi hasta se los hace pasar por bienes al referirse a ellos como "obsolescencia programada", "misiones de paz", "subdesarrollo", o "programas de variedades", cuando todos sabemos que no hay nada que se repita más que las "variedades" del programa de José Luis Moreno, nada que sea más demoledor para un ser humano y le haga más a uno avergonzarse de haber nacido que ver otra vez por la televisión a ese muñeco parlante llamado Tony Blair hablando de la próxima guerra que hay programada. Pero hay una manera todavía más pueril de no enfrentarse a los males y sentarse a esperar a que desaparezcan solos, y que consiste en naturalizar y convertir en necesidad lo que no es sino fruto de la pura casualidad, de la ignorancia, o del simple interés, y a veces, hasta de una maldad que parece diabólica. Quizás dentro de cien o de doscientos años nos daremos cuenta de lo que era la obsolescencia programada, y nos parecerá tan ininteligible como hoy nos lo resulta la Santa Inquisición —esa manera de amargarles la vida a las personas humanas en nombre de Dios que tanto dolor ha causado—. Algo así es lo que hoy en día les está haciendo a esos recursos humanos que somos la obsolescencia programada en nombre de las Multinacionales, obligándoles a fabricar una y otra vez lo que ya han fabricado, y convenciéndoles además de que en realidad ya estaban aburridos de ello antes de que se rompiese. Si una persona humana desease vivir eternamente, o desease vivir una vida que mereciese la pena ser vivida eternamente (y no como esa de comer el menú del día y ver por la televisión a Monchito), sin duda se tomaría las cosas de otra manera, y se preguntaría, no sólo qué es lo que le impide vivir para siempre, sino qué es lo que hace que ni siquiera desee tal cosa. En tal caso una persona humana que quisiese vivir eternamente ya no se compararía con algo puramente humano sino que se vería ella misma, "como un Dios", o al menos "como una Institución", como algo que valdría la pena conservar aunque fuese para pasarse la vida reformándolo. Vistas así las cosas, y considerando que las "personas humanas" somos infinitamente reformables y mejorables hasta llegar a ser "como dioses" (individuos tan valiosos como Eleuterio Sánchez, Nicolás Salmerón, o Platón), quién no estaría dispuesto a hacer lo que fuese por salvarnos, a hacer una Revolución si fuese necesario y a cambiarlo todo en todas partes dejando que de las raíces de una célula madre dentro de un tubo de ensayo surgiese una nueva humanidad. Quién no estaría dispuesto a convertir para alojarla a toda la Tierra en un enorme Parque Jurásico en el que no quedase una sola parcela edificable y la gente tuviese que compartir los pisos como en Rusia y componer y volver a recomponer los mismos coches como en La Habana. Hasta ese Infierno del Socialismo Real sería preferible a tener que sacrificar a un solo iraquí (que, además, hasta podría ser, con un poco de tiempo, Avicena) en aras de la conservación de una humanidad demasiado humana. Sería preferible aguantar eternamente el suto de saber a Jesús Gil yendo a dar una rueda de prensa que el dolor de haber dejado que se le llevase la muete y no haber hecho nada para remediarlo por el simple hecho de que a todos nos tiene que llegar la hora de nuestra obsolescencia. Por razones de pura racionalidad empresarial no nos podemos permitir prescindir así de unos recursos humanos tan potencialmente valiosos . Tarde o temprano viviremos eternamente y por eso no estaría mal que empezásemos a prepararnos para esa contingencia y fuésemos actuando ya en consecuencia (como dice el "Imperativo Categórico" ese). Los rusos soviéticos sabían muy bien esto, y por eso, cuando pasaron por Königsberg (actual Kaliningrado) durante la Segunda Guerra Mundial se llevaron, según parece la momia de Kant de su sepulcro, con la indudable intención de clonarle algún día. No por otra cosa mantienen todavía a Lenin en la Plaza Roja, de manera que estamos avisados: el imperio del mal no está mueto, sólo está dormido, y en cuanto nos descuidemos tratará de convertir otra vez nuestra Tierra en un Cielo, es decir, en un Infierno.
1 Puesto que según todas las supersticiones el nombrar directamente los males es una manera de atraerlos escribiremos "muete" en lugar de "muerte" y "suto" en lugar de "angustia" para no tentar demasiado a la suerte.
2 Esta hipótesis no es en absoluto disparatada y es extensamente examinada en el último libro publicado por Eduardo Mendoza El último viaje de Horacio Dos (Seix Barral, Barcelona, 2002).
3 Es decir "el hambre", "la guerra" y "José Luís Moreno" (véase la nota anterior).
4 "Nosotros no somos computadoras, Sebastian. Nosotros somos físicos" (recordemos que Batty era un Nexus 6).
5 El tercer presidente de la Primera República cuyas convicciones humanistas le obligaron a abandonar la presidencia de la República, antes que dar el visto bueno a una pena de muerte, cuando llevaba sólo mes y medio al frente del gobierno.
6 Que fue quien le sucedió en la presidencia y que era no sólo un magnífico periodista sino un orador muy brillante, pero que sólo ejerció el poder durante cuatro meses antes de ser depuesto por el pronunciamiento del general Manuel Pavía y Rodríguez de Alburquerque el 3 de enero de 1874.
7 7 La famosísima secuencia de la muerte de Roy Batty en Blade Runner es una de esas cosas que uno no puede resistir la tentación de contar: Roy Batty sostiene en una mano a una paloma mientras Deckard (que le ha estado persiguiendo para matarle —"retirarle"— y que ha llegado hasta él siguiéndole la pista a una serpiente artificial) cuelga de una cornisa. Cuando el hombre va a caer Roy Batty, que siente ya los síntomas de la obsolescencia programada le sujeta con la otra mano y le levanta con una fuerza sobrehumana hasta ponerle encima del tejado. Después se sienta bajo la lluvia acariciando a la paloma y pronuncia sus últimas palabras: "Quite an experience to live in fear, isn't it? That's what it is to be a slave. I've... seen things you people wouldn't believe. Attack ships on fire off the shoulder of Orion. I watched C-beams glitter in the darkness at Tannhäuser Gate... All those moments will be lost... in time... like tears in rain...Time to die" ("Es toda una experiencia vivir con miedo... ¿verdad? Eso es lo que significa ser esclavo. Yo... he visto cosas que vosotros no creeríais... Atacar naves en llamas más allá de Orión, he visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la puerta Tannhäuser... Todos esos momentos se perderán... en el tiempo... como lágrimas en la lluvia... Es hora de morir.").