Queridos compañeros del MTD Solano:
Recibí ayer la carta en la que anuncian la retirada de la Coordinadora Aníbal Verón, y unos dáis atrás también la del MTD Maximiliano Kosteki de Guernica.
En ambas está a flor de piel la amargura que produce la ruptura, la tristeza de haber comprobado cómo un espacio que fue rico, creativo y potente, se convirtió con el paso del tiempo en un espacio de disputas por el poder.
La ruptura, de alguna manera, nos conecta con la muerte. La muerte de un proyecto, de la esperanza de haber creado un espacio -ahora sí- verdadero y alejado del cálculo de sumas y restas que es la competencia de poderes y la construcción de aparatos.
Conecta con la muerte, además, porque aquel rico ciclo de protestas y movilizaciones que se inició más o menos hacia 1997, está cerrado, como consecuencia de la decisión de los poderosos de resolver su crisis convocando elecciones, luego de la masacre del puente Avellaneda en junio de 2002. O sea, el ciclo de luchas murió como consecuencia, en gran medida, de nuestros triunfos. Lo cierto, es que ya no volverán aquellos piquetes ni aquellas acciones porque, sencillamente, las cosas cambiaron. Volverán otros piquetes, otras movilizaciones y otras jornadas memorables, pero pretender reeditar lo que ya vivimos, sería caer en esa especie de negación de la vida que consiste en no aceptar que algo murió, y que no volverá a ser igual.
La carta de ustedes tiene, además de la tristeza de anunciar la muerte de lo que fue la Verón, otras virtudes que me parecen muy significativas.
Se van sin armar internas, sin insultar ni acusar, sin intentar destruir lo que queda, como suelen hacer tantas organizaciones, partidos y grupos que, como se consideran en posesión de la verdad, suponen que es mejor que todo se hunda cuando ellos ya no están.
Me parece que la forma de irse tiene un valor inmenso. Resume lo que son: un colectivo vivo que apuesta a la vida, al renacimiento del movimiento popular que hoy está desflecado, agonizante.
Todos nacemos, crecemos, decaemos y morimos. Las personas, los colectivos, los países, todo. No radican ahí las diferencias entre unos y otros. Hay formas distintas de morir. Si miramos alrededor, lo más común son los proyectos y grupos que desaparecen contaminando, dejando tras de sí el campo desolado, destruido. Es la forma como quieren desaparecer las clases dominantes, y con ellas los Estados y todos los que tienen la forma Estado metida en el alma y en el cuerpo. Así hacen los partidos, los sindicatos, las vanguardias... Mueren provocando más muerte; mueren matando.
En una de las rondas de pensamiento autónomo, Alberto dijo que probablemente Solano fuera un flash en la historia, un colectivo que dura unos años y luego desaparece. De alguna manera, estaba diciendo que habían perdido el miedo a la muerte, aunque seguramente no el respeto que ella merece. Ustedes eligieron otro camino: morir iluminando. Es lo mejor que podemos hacer. Consumirnos proyectando algún resplandor, por más pequeño que parezca. Morir iluminando es confiar en la vida, en la certeza de que el movimiento popular volverá a renacer, y en ese renacimiento, gestos como el de Solano ayudarán a lo que viene detrás a continuar el camino con más alegría y esperanza.
Salú y mucho ánimo, Raúl Zibechi