15 de agosto del 2003
Quintero y Bertola, otra vez entre nosotros
Madres de Plaza de Mayo
Dos años y cuatro meses pasaron entre la nefasta noche en que los detuvieron
y estos alegres días de hoy. Veintiocho meses seguidos sin el abrazo
imprescindible en la trinchera de la lucha entre el pueblo de este país
lleno de sur y dos de sus hijos. Pero a partir de esta semana de agosto, Diego
Quintero y Carlos Bertola se reencuentran con su pueblo, con su yo lleno de
gente que es la clase trabajadora, ya sin esposas carcelarias de por medio,
ni a la sombra del guardián penitenciario. Ahora, sí, otra vez
toda la calle y la lucha son para ellos, y sus humanidades sensibles, solidarias
y lúcidas son para el combate cotidiano de nuestro pueblo.
Por estos días, Bertola y Quintero obtienen el beneficio constitucional
de la libertad condicional, que les permitirá completar en la calle los
últimos meses de su injusta condena de prisión, acompañados
por los suyos más íntimos, desde sus familiares más cercanos
hasta sus compañeros más anónimos.
Antes de abrazarlos, destacaremos que su regreso a los lugares de los que no
debieran haber sido quitados ni por un minuto, fue conquistado con su propio
esfuerzo, sin privilegios de ninguna especie. Tanto, que el día que debía
producirse su excarcelación fue demorado vergonzosamente por 24 horas,
debido a burocracias varias y chicanas jurídicas de la fiscalía.
Quintero y Bertola cumplieron el castigo impuesto por la corporación
judicial desde el primero hasta el último día. No hubo decretos
presidenciales para ellos, ni leyes del Congreso para ellos, ni revisión
en la "Justicia" de clase para ellos.
Bertola y Quintero no se prestaron al oscuro juego de canjear su libertad o
mejoras en su situación legal por arrepentimientos ni declaraciones públicas
a la inversa de sus certezas políticas.
Quintero y Bertola no aceptaron indecentes maniobras que pretendieron empatar
su lucha antiimperialista al golpismo de Alí Seineldín. Al revés
de muchos que estaban afuera, Carlos Bertola y Diego Quintero se mantuvieron
inmensamente libres durante su encierro en la cucha carcelaria.
Sin renegar de sus certidumbres militantes, soportaron uno a uno todos los golpes
penitenciarios, las heridas, las injurias, las requisas, la infame acusación.
Su ejemplo iluminó de sol la estrella encendida del Che, aún en
las noches más sórdidas en los penales de Ezeiza y Devoto, en
la habitación vigilada del hospital Santojanni, en la banqueta de los
acusados del Tribunal Oral Federal número seis. Ahora, posibilitados
otra vez de estar a solas con su pueblo, tienen la responsabilidad de confirmar
la coherencia política mantenida durante todo el proceso judicial y la
cárcel, y regresar enteros a la lucha, íntegros, fortalecidos,
inspirados para continuar el arte de los decididos.
Seguramente, Diego y Carlos no habrán sido los últimos compañeros
que el pueblo entregue a los presidios del capitalismo en su recorrido duro
e increíble, sufrido aunque bello, de alcanzar la liberación.
Aún hoy otros militantes de la causa del pueblo permanecen detenidos
y cientos de luchadores se encuentran procesados por sus actividades de resistencia.
La movilización y la solidaridad que acompañaron a Quintero y
Bertola durante todo el tiempo que duró su arresto -muy arduas y flacas
en los primeros días y mucho más concurridas en la instancia del
juicio oral - habrán resultado fundamentales si, además de haber
incidido favorablemente en la poca condena que les aplicaron, las organizaciones
populares, de izquierda, demuestran haber aprendido una enseñanza esencial:
que no se debe reclamar por equis compañero preso sino por todos los
que se encuentran en similar condición, que no se debe singularizar la
lucha sino socializarla, extenderla al resto, hacerla inclusiva de otras infinitamente
iguales, como lo señalan las Madres de Plaza de Mayo. Porque un compañero
preso político no compromete sólo a su ceñida organización,
ni a sus familiares solamente, ni a otros presos políticos y nadie más,
sino a todo el pueblo. De igual manera, debe interpretarse que la liberación
de un preso político no reditúa sólo a la agrupación
de ese concreto militante sino al vasto tejido de organizaciones políticas
y sociales, sindicales y estudiantiles, de trabajadores y piqueteros.
Si un compañero cae preso por luchar, todos los que sueñan con
cambiar la situación de marginalidad y represión que asola a nuestro
pueblo estarán amenazados.
Todo el pueblo estará perseguido en tanto existan militantes de la causa
popular demorados en las prisiones del sistema, porque no es a esos precisos
compañeros a quienes la burguesía quiere sancionar a través
de sus instrumentos jurídicos, sino a la creciente radicalidad de la
clase trabajadora.
Asimismo, es imperioso no repetir mezquinas actitudes o ecuaciones y no aplazar
"ni por un poquito así", la inmediata defensa de los presos políticos,
argumentando inconvenientes discusiones acerca de la validez o no de la metodología
de lucha de esos compañeros. Ni distinguirlos según la tipificación
como delito común que los jueces de la ley burguesa hagan de sus acciones
políticas de resistencia y lucha.
Mientras estén en manos de la policía y los jueces, los presos
políticos serán más compañeros cuanto más
desacuerdos tengamos con sus puntuales concepciones políticas; más
merecedores de nuestra solidaridad y apoyo de clase cuanto más desacertados
creamos que estén; más cercanos cuanto más lejos nos encontremos
respecto de sus concretas estrategias de lucha.
Como dicen las Madres, todos los presos políticos son nosotros y "el
otro soy yo". A caballo de la libertad de Carlos Bertola y Diego Quintero, a
"upa" de la libertad de nuestros propios pedazos demorados cada vez que uno
de los nuestros cae en prisión, seguiremos transitando el justo y necesario
camino de convertir en Revolución el hondo deseo de transformarlo todo.
Editorial de ¡Ni un paso atrás! Programa del 14/08/03