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Argentina: La lucha continúa

NEOLIBERALISMO, EL MUSEO DEL HORROR


Por Miguel Ángel Ferrari
http://www.hipotesisrosario.com.ar



Hace algunas décadas se imaginaba el futuro como algo superador del presente. En los años sesenta y setenta —sí, en plena Guerra Fría— la carrera espacial, los procesos de descolonización, el Estado de bienestar, la integración racial en los Estados Unidos, los avances en el derecho internacional, hacían suponer que el presente se disolvía rápidamente en el porvenir. Un porvenir considerado venturoso. Entre los elementos que proveía la realidad y los fuertes resabios del pensamiento positivista, que constituían la atmósfera intelectual hasta bastante entrado el siglo XX, los sujetos pensantes se hallaban ciertamente inclinados, muchas veces sin siquiera saberlo, a adherir a la idea mecanicista de un avance lineal y sostenido en el plano de las relaciones entre los seres humanos.

Esta tendencia se manifestaba en las más diversas áreas.

El estudioso austríaco Karl Polanyi, en su obra maestra "La Gran Transformación", publicada en 1944, realiza una dura crítica a la sociedad industrial del siglo XIX, basada en el mercado. Han pasado casi 50 años desde que Polanyi formuló esta asombrosamente profética y moderna declaración: "Permitir al mecanismo del mercado ser el único director del destino humano y de su ambiente natural... resultaría en la demolición de la sociedad". Sin embargo, Polanyi en ese entonces estaba convencido de que tal demolición ya no podría ocurrir en el mundo de la posguerra. Su mirada optimista lo llevó a decir "desde dentro de las naciones, estamos presenciando un desarrollo bajo el cual, el sistema económico no dicta la ley a la sociedad y se asegura así la primacía de la sociedad sobre ese sistema".

Por esos años los derechos sociales eran concebidos como una marcha ascendente, sin retroceso. Nadie dudaba sobre si la salud o la educación eran un derecho inalienable de todos y cada uno de los seres humanos o un servicio que debe ser pagado como si fuera una mercancía.

Gran parte de la música, la literatura —especialmente la latinoamericana—, la plástica, el teatro, el cine, no hacían más que expresar, sin ingenuidad, ese tránsito hacia un mundo mejor. El papel del arte, como es lógico, tenía una fuerza mayor que las teorías políticas, puesto que llegaba más rápido a la población y abarcaba a una porción mayoritaria de ella.

Ni la Iglesia Católica fue ajena a este movimiento progresista que inundaba a todo el planeta. El Papa Juan XXIII convoca en la década del '60 al Concilio Vaticano II y allí se produce una de las mayores transformaciones experimentadas por el catolicismo desde su existencia.

La Guerra de Vietnam; la condena universal a esta agresión imperialista, incluso —y fundamentalmente— en los propios Estados Unidos; y, finalmente, la derrota indiscutible de las tropas estadounidenses con la caída de Saigón, el 30 de abril de 1975, marcaron uno de los puntos culminantes de ese presente transformándose vertiginosamente en futuro.

Cuando parecía que las perspectivas de un mundo mejor se aceleraban aún más, ya estaba por romper el cascarón una nueva serpiente, que se venía incubando en el seno de la sociedad mundial desde la finalización de la Segunda Guerra. Los representantes más regresivos del pensamiento económico comprendían cabalmente –como no ocurrió con la mayoría de los sectores progresistas— que las ideas tienen importantes consecuencias. Partiendo de un pequeño embrión neoliberal en la Universidad de Chicago, encabezado por el filósofo y economista Friedrich August von Hayek y un grupo de discípulos —entre los que se destacaba Milton Friedman— comenzaron a crear una enorme red internacional de fundaciones, institutos, centros de investigación, publicaciones, académicos, escritores, periodistas, con el propósito de desarrollar y promover sostenida e incansablemente sus ideas y doctrinas reaccionarias y absolutamente minoritarias en esos tiempos de auge del keynesianismo.

La tenacidad de este núcleo minoritario se vio favorecida —a mediados de los setenta— por el inicio de un ciclo de crecimiento más lento e inestable de la economía mundial capitalista, comparado con la evolución que se había experimentado en las tres décadas anteriores. La ecuación fue tan sencilla como perversa: la caída de la tasa de ganancia deber ser compensada con una caída de la retribución por igual trabajo realizado y por una disminución considerable de los beneficios sociales adquiridos. Esos que parecían irreversibles.

Por último, la implosión de la Unión Soviética, que de soviética ya no tenía nada, y la caída de esa caricatura de socialismo en los países del este europeo, hicieron el resto para consolidar al neoliberalismo como supuesto pensamiento único de la sociedad mundial.

Los estragos económico-sociales realizados por el neoliberalismo, sólo tienen comparación con los que provocó a nivel de los derechos humanos, en el terreno de la cultura, del derecho internacional y los crímenes y devastaciones que desencadenó con sus acciones militares. Se podría decir, sin temor a equivocarse, que esta ideología malthusiana puso en marcha hacia atrás a la rueda de la historia, generando un proceso descivilizatorio, de carácter universal, impensado por las generaciones anteriores. Ni el nazifascismo, con su pensamiento y accionar bestiales, pudo —por su torpe mesianismo y las limitaciones que les fueron imponiendo las derrotas militares— lograr el formidable retroceso alcanzado por los seguidores de von Hayek.

Por estos días asistimos a numerosas y lamentables muestras de esta marcha hacia el pasado.

Luego de cuarenta largos y dificultosos años de trabajo, se concretó —en 1998, en Roma— la creación del Tribunal Penal Internacional. El 1 de julio de 2002 inició, en La Haya, Holanda, su funcionamiento. A diferencia de la Corte Internacional de Justicia con sede en la misma ciudad holandesa, el Tribunal Penal Internacional será independiente de Naciones Unidas y juzgará disputas entre individuos y no entre Estados. Pero al igual que la Corte, su jurisdicción no tendrá límites geográficos y su carácter permanente reemplazará la formación de tribunales transitorios creados para tratar situaciones específicas, como ocurre con los crímenes de guerra en Ruanda o Bosnia, entre otros. Los Estados Unidos, que no suscribieron su creación, recurren mediante presiones de todo tipo (amenazas de suspensión de ayuda militar o económica) sobre los gobiernos de los diferentes países, a la firma de convenios bilaterales donde se establece que sus ciudadanos quedan excluidos de los alcances de esta Corte Penal.

En buen romance: Washington no se resigna a la pérdida de su patente de corso y mucho menos en estos momentos que se halla lanzado a la comisión de innumerables delitos a nivel internacional, al margen o —directamente— en contra de la Organización de las Naciones Unidas. No conforme con esta inmunidad (o para ser más precisos, impunidad), ha presionado abiertamente a Bélgica para que modifique su legislación, que permite el juzgamiento de crímenes de lesa humanidad aunque hayan sido cometidos fuera de su país, por ciudadanos no belgas. El criminal de guerra, Ariel Sharon, que ejerce el cargo del primer Ministro del Estado de Israel, ampliamente agradecido. El proceso iniciado por sus crímenes de Sabra y Chatila, quedará —de este modo— sin efecto, y podrá seguir convenciendo al presidente George W. Bush de las bondades del muro de Berlín II, con el que está dividiendo Palestina a un costo de dos millones de dólares por kilómetro, pagado con el dinero que le suministra Washington, es decir, el dinero que los Estados Unidos succionan desde todos los rincones del mundo.

La más acabada muestra del regreso a la barbarie, se halla en estos días expresada en la invasión a Irak y la consecuente ocupación colonial, con todas las crueldades imaginables. La exhibición de los cadáveres de los hijos de su ex aliado Saddam Hussein, masacrados en una acción propia de un grupo de tareas de la ESMA, corregido y aumentado, emparenta más al gobierno norteamericano con la crueldad del imperio romano, que crucificaba a sus enemigos y los colocaba como escarmiento a la vera de los caminos, que con su origen republicano de 1776. La exhibición de las fotos y las imágenes de los corruptos hijos del dictador, impactan por la macabra obscenidad, pero diariamente decenas de iraquíes son víctimas de las armas y de la bestialidad de las fuerzas coloniales de ocupación, dirigidas desde el Pentágono.

Pero, "por suerte", la situación en Irak volverá a la "normalidad" gracias a la creación de nuevas fuerzas armadas. A fines de junio pasado, el Departamento de Defensa (que bien podría cambiar su nombre por el de Departamento de Ataque) de los Estados Unidos anunció que ha concedido a Vinnell, una división de la empresa Northrop Grumman, un contrato por 48 millones de dólares para entrenar a un grupo especial del Ejército iraquí en los próximos 12 meses. Guerra y negocios, una perfecta síntesis del pensamiento neoliberal.

La más reciente perla que nos brinda el amoral equipo que rige a los Estados Unidos, consiste en la bursatilización del terrorismo. Este proyecto —abortado por el propio gobierno estadounidense, por lo absurdo, no por lo siniestro— consistía en dejar librado al "mercado" la detección de actos terroristas. En efecto, determinados inversores puestos a la tarea de anticipar la información de posibles atentados o crímenes, obtendrían suculentos dividendos si éstos se producen y aún mayores si éstos pueden ser evitados. Esta rocambolesca idea de la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa, dependiente del Pentágono y a cuyo cargo estaba (hasta que fue lanzada) el contralmirante John Poindexter, uno de los principales responsables del escándalo Irán-Contras, indultado por Ronald Reagan, es otra de las piezas —ahora retirada por la Casa Blanca— de este museo global del horror.

Por si algo faltaba en esta tétrica (y a veces burda) galería, el diario The Washington Post informaba el viernes a sus lectores que esta agencia comandada por John Poindexter se hallaba realizando experiencias de control mentar por medio de "sistemas para monitorear a distancia los estados mentales a través de las imágenes de resonancia magnética y otras tecnologías de imágenes de pantalla, de forma tal que las autoridades puedan algún día intentar detectar la intención de secuestrar un avión, así como ahora un detector de metales puede encontrar una pistola".

George Orwell... "¡volvé, te perdonamos!".


Nota: "Con los Ojos del Sur", columna de opinión emitida el lunes 04 de agosto de 2003, en el programa Hipótesis, LT8 Radio Rosario, Argentina.