Argentina agosto 2003. Algunos apuntes para una mirada desde 'abajo'
Daniel Campione
Rebelión
Desde el largo verano de 2002, sin mucha imaginación pero con coherencia, los dueños y administradores del poder en la Argentina estuvieron empeñados en volver a la situación que había sido 'normal' de los últimos años: La gran mayoría de la población argentina fuera de la participación política (salvo a la hora del voto), soportando, bien con pasajeras ilusiones, bien con escepticismo no exento de resignación, las acciones de un poder político nunca dispuesto a apartarse poco ni mucho de la lógica impuesta por el gran capital. La 'clase política' se encargaba de administrar lo existente, sin dedicarle a las mayoría de la población otra cosa que manipulación, destinada a que se creyeran beneficiarios de reformas que a la larga los perjudicaban, y distintas variantes de clientelismo. Reacia a afrontar los costos de una verdadera construcción hegemónica, la clase dominante no efectuaba concesiones materiales ni simbólicas de importancia. Sólo la mitología de la 'globalización', la ilusión del 'ingreso al tercer mundo', y retazos de consumo conspicuo para parte de los sectores medios.
Esta ecuación, que dio resultados satisfactorios para los poderosos durante algunos años, ya estaba muy resquebrajada (creciente movilización de sectores empobrecidos, el 'voto bronca' de octubre de 2001, parálisis de un aparato estatal incapaz de dar respuestas) y para diciembre de 2001 voló hecha pedazos por la reacción popular que puso los 'escraches', cacerolazos, ocupación de fábricas y otros espacios privados, y las movilizaciones masivas de piqueteros y asambleas vecinales a la orden del día. El poder, en sus múltiples manifestaciones, se vio confrontado ante la dura realidad de que sus representantes no podían ni siquiera salir a la calle libremente, y que la autoridad del estado, el prestigio de la dirigencia política y de las instituciones públicas en su totalidad, yacía por el piso. Recomponer un mínimo de asentimiento hacia el poder, se volvía un imperativo prioritario.
Hoy, cuando está claro que la 'ola' marcada por el 'que se vayan todos' ha cedido, y se ha logrado recomponer una 'normalidad' relativa (ya que no es una vuelta lineal a la anterior, sino que toma nota de cambios que no se quiere, o no se confía en poder volver atrás) sería un grave error extender esa remisión a una subvaloración de todo ese movimiento, de las 'construcciones' que ha dejado en la sociedad argentina, con novedades menos espectaculares pero de alcance más estratégico que el 'pico' de la movilización. Los piqueteros, las empresas recuperadas, las asambleas vecinales, los medios de comunicación y expresión artística alternativos, , son organizaciones que siguen nucleando a miles de personas, y que tienen mucho mayor desarrollo que hace un par de años (en los casos en que su origen no es aún más reciente). Y tienen una perspectiva de permanencia que no se malversa por el hecho de que no haya triunfado una alternativa radical (de hecho nunca llegó a formularse del todo) después de la crisis de diciembre de 2001, sino una vuelta más o menos endeble a la 'normalidad'. Además, mantienen un componente de autonomía que no es fácil de domesticar, en tanto que en ella radica la identidad y el orgullo de la mayoría de ellas.
Lo que tiene de democrático o popular las orientaciones del nuevo presidente debería ser visto, en gran medida, como fruto de diciembre de 2001. Ha sido la movilización popular, en la multiplicidad y riqueza de sus manifestaciones, la que llevó a los representantes mas lúcidos de la dirigencia política (entre los que el presidente K. sin duda se cuenta) a percibir que ya no podían seguir cómodamente en su lugar, arrostrando el repudio generalizado, y la conciencia colectiva acerca de la degradación imparable de las instituciones democráticas. Y un giro puramente represivo no parecía contar con los sólidos apoyos que los viabilizaron en otras épocas.
Para el nuevo gobierno, a la hora de pensar de una base de apoyo que remediara su frágil legitimidad electoral, no cupo pensar en la convocatoria a los más afectados por el desprestigio (CGT, 'aparato' del PJ, 'oposición' partidaria sistémica), sino en los nuevos movimientos, y en las aspiraciones que estos han encarnado y encarnan. Por otro lado, la fuerza y amplitud de despliegue de éstos le permite a los nuevos funcionarios ilusionarse hasta con un eventual '17 de octubre' en versión siglo XXI si algún cuestionamiento activo de parte de la derecha obliga a apelar a la movilización. (cf. Página 12, 3/8) Queda en pie la contradicción entre esas búsquedas y el estilo verticalista y de toma de decisiones en círculos más que restringidos que el gobierno exhibe...
De todos modos, que desde el Estado se vuelva a pensar en movilizaciones populares que no sean las estrictamente regimentadas por las cadenas de clientelas, es ya un síntoma importante del cambio de escenario.
Ahora ¿qué hacer desde las organizaciones populares ante el nuevo cuadro? Existe creemos un presupuesto básico: Tomar debida nota de la nueva situación, no ignorar los cambios operados. No cabe ninguna duda que los acuerdos con el FMI, el pago de la deuda externa, un modus vivendi cordial con las grandes empresas y un mínimo de beneplácito por parte de EE.UU siguen estando en un lugar importante en la agenda gubernamental. Pero, al menos por ahora, no es el 'norte' exclusivo de todos los afanes, y el gobierno quiere (y necesita) demostrar que los argentinos 'de a pie' forman también parte de sus preocupaciones, aunque sea en los estrechos límites que un acatamiento del 'horizonte de lo posible' impone. Sería errado juzgar los gestos del nuevo gobierno como meros artificios retóricos destinados a disiparse rápidamente. Precisamente porque se demostró en las calles que el margen de impunidad para seguir políticas reaccionarias se había acotado, es que las acciones del nuevo gobierno tienen un componente de 'realidad', en principio no desdeñable.
Otro elemento a tener en cuenta es que, tras una década larga de gobiernos dedicados al azote continuo e in crescendo de las condiciones de vida y trabajo de la mayoría de la población, las actitudes del presidente K han despertado amplias expectativas en los más variados sectores sociales, y éstas podrán tener una vigencia temporal más o menos breve, pero no desaparecerán instantáneamente, deben hacer su recorrido.
Un debate necesario a dar desde 'abajo', es el dado por señalar y discutir activamente la 'paternidad' del movimiento social sobre medidas que no son un 'obsequio' espontáneo ,fruto del talante progresista de la nueva administración, sino una respuesta a las demandas populares de parte de una dirigencia que siente haber estado muy cerca del abismo El 'progresismo' kirchnerista no es una iniciativa autónoma del presidente y su núcleo de asesores, sino el resultado de un cálculo político basado en el potencial demostrado por la contestación social.
Otra discusión abierta se plantea a partir del no embelesarse con medidas de 'saneamiento institucional' o de ampliación del campo de aplicación de los derechos humanos y relegar urgencias aun más vitales...Se trata de seguir poniendo todos los días en el primer plano, y en toda su importancia, al 'pozo' de desigualdad e injusticia en que ha caído la Argentina, y a la prioridad primaria y excluyente que debe otorgarse a salír de él, sin circunscribirse a 'alivios' ni mejoras parciales. Los sometidos, en los últimos años o desde siempre, al hambre, al desempleo o a la superexplotación, no deben tener paciencia hacia sus sufrimientos, sino soluciones.
Y último y quizás más importante, el imperativo de no trocar autonomía y democracia interna en las decisiones por los beneficios que a cambio de algún 'apoyo crítico' o 'integración' se ofrezcan. Las organizaciones populares deben seguir con su propio desarrollo, con sus construcciones en la base, a sabiendas de que se necesitan otras prácticas y otras lógicas que la de la movilización permanente y la radicalización lineal, que da buenos resultados en los momentos de pleno auge pero se esteriliza al prolongarse mas allá de aquellos. Es hora de manejar tiempos más largos y construcciones más pacientes. Los límites que el proceso social le ha puesto al optimismo desbordante de hace apenas un año, no deberían trocarlo por un pesimismo profundo, ni tampoco auspiciar un dócil retorno a la 'normalidad' en el que se vuelvan a percibir los cambios como fruto de las decisiones más o menos benévolas que 'desciendan' desde el poder, y no de las propias acciones, de la decisión y capacidad que se puedan desplegar en orden a tomar el futuro en propias manos...