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Argentina: La lucha continúa

10 de julio del 2003

La sociedad argentina enterró a Menem
¿Sepultó también el modelo neoliberal?

Osvaldo Calello
Rebelión
El 25 de mayo Néstor Kirchner asumió la presidencia de la Nación y Eduardo Duhalde logró dos propósitos fundamentales: eliminar políticamente a Carlos Menem y asegurar la continuidad de la solución que una fracción de las clases dominantes logró imponer tras el naufragio de la convertibilidad.

Kirchner derrotó políticamente a Menem en la primera vuelta, y estaba en condiciones de aplastarlo electoralmente en la segunda. Kirchner se impuso siendo el candidato oficialista dando señales de permanencia respecto a los lineamientos centrales de la política que aplicó el duhaldismo durante casi un año y medio. Singular resultado. Para la inmensa mayoría de los que estaban dispuestos a votar contra Menem o por el "mal menor", el costo de esa decisión resulta extraordinariamente alto. La salida de la convertibilidad a través de la devaluación del peso (con flotación cambiaria como exigió el Fondo Monetario y aceptó el gobierno de Duhalde) descargó un golpe devastador sobre las capas más pobres de la sociedad. Las cifras de ese colapso están a la vista. Durante 2002 el salario real perdió el 26% de su poder adquisitivo respecto al nivel del 2001, pérdida que en el caso de los trabajadores que están "en negro" (40% del total de la fuerza laboral) llegó al 30%.

Este impacto determinó que tras la devaluación, el ingreso del 20% más pobre de la población, aún con el Plan Jefas y Jefes de Hogar, cayera 35%, mientras que en el caso de la clase media baja, la merma llegó a algo más del 30%.

Mientras tanto, el último relevamiento oficial reveló que en octubre pasado los argentinos que habían caído bajo la línea de pobreza superaban el 55% de la población (la mitad en situación de indigencia), contra 35% registrado en octubre de 2001 y, simultáneamente también evidenció que se había ampliado aún más la brecha social, al punto que el 10% de más rico ganaba 30 veces más que el 10% más pobre, en comparación con las 16 veces registrada en 1992 cuando el menemismo comenzó su obra de "modernización" de la economía, proseguida por la Alianza y el duhaldismo.

Ganadores y "perdedores" por la devaluación

En noviembre de 2001, tras una caída a lo largo del año de 12.000 millones de dólares en las reservas del Banco Central, la convertibilidad estalló, y ante el inminente crack financiero el súper ministro Domingo Cavallo echó cerrojo a los depósitos bancarios, desencadenando la ira de los pequeños ahorristas. A esa altura las diferencias dentro del bloque político constituido por las clases privilegiadas eran notorias.

El Grupo Productivo dirigido por la Unión Industrial en sociedad con la Cámara de la Construcción y Confederaciones Rurales, impulsó la devaluación, mientras que la alianza constituida por el capital financiero y las corporaciones extranjeras propietarias de las empresas de servicios públicos privatizadas, reclamaron la dolarización de la economía. En el primer agrupamiento se había atrincherado la gran burguesía local que en la primera parte de los 90' participó de la "comunidad de negocios", cimentada junto al capital extranjero a partir del negocio de las privatizaciones. Esa burguesía había acumulado ganancias extraordinarias derivadas de la compra de empresa públicas a bajo precio, pagando con bonos desvalorizados de la deuda que fueron tomados al 100% de su valor nominal, así como de la rentabilidad excepcional producto del nivel de las tarifas.

En la segunda parte de la década realizó esas ganancias vendiendo todo o parte de los paquetes accionarios e invirtiendo la masa líquida obtenida en circuitos financieros del exterior. Una parte considerable de los 130.000 millones de dólares fugados por nuestros "compatriotas" fronteras afuera tiene ese origen. También corrió la misma suerte el capital de los "burgueses nacionales", que decidieron liquidar sus empresas antes que dar batalla al capital extranjero que les disputaba posiciones en el mercado interno o amenazaba sus operaciones de exportación. Para esta fracción de los círculos tradicionales de los grandes negocios, en la que revisten las grandes compañías exportadoras, la devaluación, además de posibilitar el aumento de la tasa de ganancia a través de la comercialización de sus productos en los mercados externos, significaba la posibilidad de volver a invertir localmente con fuerte diferencia a favor, gracias a la valorización del dólar frente al peso.

Para los bancos y las corporaciones extranjeras la situación era diferente.

La dolarización era la opción para mantener la valorización de sus activos, y evitar el recorte que en términos de divisas necesariamente habría de experimentar la remisión de ganancias a sus casas matrices debido a la modificación de la relación cambiaria. Los bancos habían obtenido índices de rentabilidad excepcionales a favor del auge del parasitismo financiero predominante en los años 90', y otro tanto ocurrió con la inversión en las compañías de electricidad, gas, telefonía, etc, que pasaron de la órbita del Estado a la del gran capital.

Sin embargo, bancos y empresas privatizadas están en condiciones de absorber con creces las pérdidas originadas en la salida del uno a uno, y en el caso de los primeros, la devaluación tendrá como consecuencia un aumento sustancial de la deuda pública en concepto de múltiples compensaciones, debidos a los desbalances creados por la llamada pesificación asimétrica.

¿Cambio de modelo?

La salida de la convertibilidad alteró la estructura de precios relativos de la economía, modificó transitoriamente las tasas de rendimiento del capital invertido en las distintas ramas, e introdujo cambios en las correlaciones de fuerza entre las fracciones sociales que controlan el poder, pero de ningún modo puso fin al patrón de acumulación de capital que instauró la dictadura terrorista en 1976, conservó el alfonsinismo y profundizaron el menemismo y el "progresismo" aliancista.

En todo caso la devaluación colocó en ventaja a la gran burguesía local, nucleada en los llamados grupos económicos, y puso a la orden del día el programa del "modelo exportador".

¿Constituye esta variante un avance respecto al dominio pleno del capital financiero de la larga década de los 90'?

Las grandes corporaciones nativas están unidas por estrechos lazos de negocios con las empresas extranjeras; una parte de sus ganancias bajo el menemismo y luego durante el gobierno de De la Rúa, la obtuvieron aprovechando las oportunidades creadas por la bicicleta financiera y, a través de la apertura a los flujos del capital impuesta por Martínez de Hoz en los 70' y perfeccionada por las sucesivas administraciones "democráticas", han internacionalizado su inversión. Se trata del núcleo más concentrado del capital local que hizo las mayores diferencias a la salida de la convertibilidad al pesificar sus deudas en dólares con los bancos radicados en el país, y consolidar márgenes extraordinarios de ganancia por la venta de sus productos en el exterior.

Sobre el grado de concentración y centralización del capital que predomina en ese núcleo, basta señalar el hecho de que algo más del 90% de las exportaciones argentinas está en manos de alrededor de 700 grandes compañías, apenas el 8% del total de empresas exportadoras. La consigna de este selecto círculo de negocios es "dólar alto, salarios bajos". Sus directivos son los más decididos impulsores de la recurrente "reforma laboral", destinada a mantener por el piso las remuneraciones y las condiciones de trabajo.

Su conducta es fácilmente explicable. Frente a una distribución del ingreso que confiscó la parte correspondiente a los trabajadores, rebajando el histórico 50% alcanzado por los gobiernos de Perón a menos de 20% en la actualidad, la demanda relevante para el gran capital está delimitada por las capas superiores de clase media, por las fracciones más ricas de la sociedad y por los negocios de exportación. El salario, que en el periodo clásico de sustitución de importaciones estaba necesariamente asociado al consumo, y por lo tanto al nivel de ventas de las empresas, ha pasado a ser considerado como un factor vinculado ante todo con el costo, y en este sentido cuanto más bajo caiga tanto mejor.

La política del gobierno de Duhalde se ajustó estrictamente a este estado de cosas, y no hay nada en el programa de Kirchner que anticipe un giro significativo en este rumbo.

En todo caso, las diferencias y contradicciones que aparecieron entre los verdaderos titulares del poder a medida que el ciclo de la convertibilidad evidenciaba signos de agotamiento, revisten un carácter secundario. Su enfrentamiento de fondo es con los trabajadores y con el conjunto del pueblo argentino, y ese conflicto, antes o después, volverá a escindir radicalmente los campos en que está polarizada la sociedad.