Rebelión 1. El poder político, el aparato estatal en su conjunto, venían actuando en Argentina con una lógica que terminó por hacerse insoportable para la mayoría de la población:
a) Buscar la mayor rapidez y eficacia para cubrir los requerimientos del gran capital, en cuanto a facilitar su concentración, el incremento de sus ganancias en detrimento del salario y en general los ingresos de las clases no capitalistas y generarar nuevas oportunidades de negocios, con mucha frecuencia a expensas del aparato estatal
b) Tratar de explotar los resquicios que esa lógica principal dejaba para construir el consenso de la población, sin importar lo inestable y pasivo que ese consentimiento fuese, y utilizando todas las herramientas de construcción discursiva y manipulación mediática que se pudiesen encontrar. Las necesidades de legitimación eran cubiertas sólo en la medida en que no afectaban en nada los requerimientos de acumulación del capital, que producían una continua redistribución regresiva del ingreso. Esta lógica tuvo alta eficacia por un tiempo en su capacidad de legitimación (sobre todo la primera mitad de los 90'), si bien circunscripta a la generación de un consentimiento pasivo, tendiente a la desmovilización de las clases subalternas y al debilitamiento de sus organizaciones. Este consenso limitado fue menguando gradualmente, pero sólo cuando emergió una duradera recesión económica y la creciente incapacidad del aparato estatal para dar cualquier tipo de respuestas, hubo un descontento cada vez más activo y generalizado contra los efectos de esa lógica (el núcleo en sí, la subordinación a los organismos financieros internacionales y a la gran empresa, se vio, paradójicamente, menos afectado por el cuestionamiento), que emergió con toda la fuerza en diciembre de 2001, con el hito previo del 'voto bronca'.
Con todo, es importante visualizar los límites de esa contestación. La derecha intentó volcar el descontento exclusivamente contra 'los políticos', y desde la contestación se lo amplió a otros planos institucionales, pero sin que se lograra nunca que el gran capital en su conjunto apareciera en el banquillo de los acusados (porque se atacaba a los bancos y no al capital productivo, a los organismos internacionales y mucho menos al empresariado local, a las 'privatizadas' y no a los empresarios nacionales, a los empresarios 'prebendarios' o 'deshonestos' pretendiendo diferenciarlos de quienes no lo serían, a la 'maffia' de quiénes actúan en la legalidad. De todas maneras, el parlamento, la justicia, los partidos políticos, la dirigencia sindical, las FFAA, la policía, quedaron puestos en tela de juicio, y hasta los medios masivos de comunicación, habitualmente orgullosos de su elevada 'credibilidad', fueron víctimas de protestas y 'escraches'.
2. Después de las jornadas de diciembre, el gobierno Duhalde buscó al menos recomponer el 'principio de autoridad', mantener al estado en funcionamiento, conseguir entregar el poder a un gobierno elegido en relativo orden, todo con la condición de que no se precipitara la hiperinflación o se siguiera profundizando la hiperrrecesión. En general, alcanzó esas modestas aspiraciones. Y resolvió no modificar nada serio en lo político-institucional. Todo terminó en un acto electoral con elevada participación y voto 'por la positiva'. En este éxito intervinieron las limitaciones de la movilización y la radicalización política en torno a diciembre de 2001. No se movilizaron millones, a lo sumo algunos centenares de miles. Sólo el movimiento piquetero alcanzó una convocatoria de masas; mientras asambleas populares y empresas recuperadas resultaron movimientos circunscriptos, y el sindicalismo y el movimiento estudiantil, en tanto tales, tuvieron una participación bastante modesta. El grueso de la población permaneció al margen, si excluimos, quizás, el 19 de diciembre y la semana subsiguiente.
3. Se necesita remarcar el hito electoral. Después de un proceso comicial por demás tortuoso, el resultado fue relativamente 'normal': Unos comicios sin impugnaciones graves, con bajos niveles de abstención y voto en blanco. Y con el triunfo (accidentado, es cierto) del candidato que, si se atiende no a los intereses económico-corporativos, sino a la capacidad hegemónica, a lo que ellos llaman 'gobernabilidad' era el más promisorio para la clase dominante. Se habían superado obstáculos que muchos consideraban infranqueables. Menem desaparecía de la escena política, y las expectativas 'progresistas' encontraban un nuevo depositario, después de un tiempo de orfandad.
4. El actual gobierno busca modificar la lógica que presidía el aparato estatal, sin romper con ella ni alterar su 'núcleo duro', pero al menos volverse a mostrar 'amigable' hacia las demandas populares. Interpretó su ascenso sobre una base electoral escasa como una compulsión a ampliar su base de apoyo. Y por tanto, apunta con más fuerza a la recomposición del consenso, si bien no a variar la subordinación al gran capital. Ataca a las áreas más cuestionadas del poder (Corte Suprema, militares, privatizaciones más escandalosas, PAMI), y asigna un lugar de interlocutores válidos a los organismos de DDHH, incluyendo a los más radicalizados, a los piqueteros, sin apartar a los más duros, etc.. Busca un realineamiento en lo internacional (Kirchner, Fidel, 'gobernabilidad progresista', etc.) Y busca tejer una alianza con las fuerzas más cercanos a las capas medias ilustradas y progresistas de las grandes ciudades, mientras se apuntala al mismo tiempo en el PJ, incluyendo el apoyo la mayoría de sus candidatos (sin excluir a 'impresentables' como Gildo Insfran, o a neoliberales como José Manuel de la Sota).
Al interior de la administración pública se intenta, junto con las operaciones de 'limpieza', la reinstauración de una razón tecnocrática capaz de no identificarse automáticamente con el interés de la gran empresa (como resultaba a la postre el intento cavallista). De ahí la convocatoria de los equipos de Flacso para el tema privatizaciones, la de administradores gubernamentales para el PAMI o el ministerio de Desarrollo Social. Junto con una nueva generación de cuadros políticos, se trata de renovar los cuadros administrativos, y el conjunto da como resultado la tentativa de reinstaurar la credibilidad en el aparato del estado como gestor de los 'intereses generales', como ente con autonomía necesaria para buscar el 'bien común'. Esto tiene dos aspectos: Hacia 'adentro' del aparato estatal, reconstruir el mínimo de autonomía necesario para poder cubrir necesidades de acumulación y legitimación del conjunto de la clase dominante, poder ser 'capitalista colectivo ideal' y no instrumento de sectores o grupos reducidos, como venía ocurriendo. Hacia 'afuera' reponer la idea de estado 'independiente', guiado por hombres honestos y capaces sin compromisos sectoriales, lo que equivale a soldar ideológicamente el lugar del estado en la sociedad.
Reinstaurar la creencia en la independencia estatal, en la separación entre poder económico y poder político no es tarea tan difícil en la sociedad argentina. Circula en el sentido común la interpretación de la crisis como producto en gran parte de la 'ausencia' del estado, de la pérdida de su carácter 'nacional', y de la 'falta de patriotismo' de la dirigencia. Argumentos que circulan en épocas de crisis, al menos desde los primeros años 40'. Las interpretaciones más estructurales, que incorporan el componente de clase, y dan su lugar a la articulación entre interés e ideologías siguen siendo patrimonio de una minoría.
5. En el terreno económico, la propagandizada persecución de grandes evasores, el aumento del salario mínimo, vital y móvil, la postergación del incremento de tarifas, marcan un cambio parcial de prioridades, un estado que transmite el mensaje de que ya no está subordinado de modo exclusivo y permanente al gran capital. Sin embargo, la propuesta en este campo, mas allá de algunos gestos, sigue siendo básicamente 'ortodoxa', y compatible con las visiones más lúcidas del gran capital, incluyendo a los organismos financieros internacionales. No se insinúa una reforma tributaria radical, ni una política de ingresos sustancialmente distinta, ni una ofensiva seria contra los intereses de los bancos o las privatizadas. El capitalismo 'normal' no se propone ampliar el horizonte de lo posible aun dentro de los límites del capitalismo. Pero en contraposición con Menem y De la Rúa, y sobre todo si se parte de posiciones no urgidas por el hambre y la desocupación, K. aparece promisorio.
Sigue subyaciendo una lógica de 'corrección' o 'balanceo' de las políticas de la década de los 90', no un cambio de las mismas.
6. Detrás de eso hay una lectura crítica del proceso de los últimos años (y de los acontecimientos inmediatos a diciembre de 2001), y la comprensión de que la apuesta a la continuidad pura y simple es demasiado riesgosa. Se están reconociendo, con mayor o menor claridad, las graves heridas que recibió el sistema, y se busca la forma de 'curarlas', sin refugiarse en la represión ni intentar reproducir la generación de un consenso pasivo, resignado y muy inestable cómo el generado en la década de los 90'. La democracia argentina apuntaba, en los hechos, a estabilizarse mediante la degradación de las instituciones, a garantizar 'gobernabilidad' por medio de una reducción a la pasividad política de sectores cada vez mayores de la población. El único gesto activo que se esperaba de las clases subalternas era el voto, y para conseguirlo, sólo la manipulación mediática o el clientelismo eran los medios. Hoy se ha demostrado (diciembre de 2001 mediante) que ese camino resulta muy peligroso, y por eso K. afirma que el clientelismo es un drama a superar. Y también la voluntad de mejorar la 'calidad institucional'
Al mismo tiempo se apuesta a 'cerrar' la brecha que el avance, desparejo y fragmentado, pero avance al fin, de corrientes anticapitalistas había generado. Buscar el alivio de la 'normalidad' para desde allí atacar la parcial recaída en 'sueños del pasado'. De allí que un costado no desdeñable de la táctica comunicacional y de búsqueda de alianzas de K apunte a presentarse como el 'setentismo posible', la realización tardía y acotada por los cambios históricos de los ideales de 'mayo del 73' (ese día elegido, nada inocentemente, como síntesis de la época), K se presenta como el 'presidente que será', como protagonista de un redivivo 'camporismo', limpio ya de ilusiones revolucionarias.
Los caminos abiertos por la crisis
7. Asumir una programática pro-capitalista no es un problema para el nuevo gobierno. La orientación anticapitalista no está en su discurso (el capitalismo nacional, el país normal), ni en la conciencia de quiénes lo apoyan, que lo hacen a sabiendas de que K no apunta ni apuntará contra las relaciones sociales fundamentales existentes. No hay engaño que denunciar en este campo. El planteo del 'capitalismo nacional' encierra sí contradicciones potencialmente insalvables en el plano político y social. Y exige un replanteo serio en cuánto a que discursos de resonancias radicales han virado al alborozo del 'país normal' . Ambos enfoques no pueden ser verdaderos al mismo tiempo.
Las elecciones, la posterior asunción de K y sus primeras medidas, cierran una etapa, pero no la crisis en su totalidad. Demuestran sí la caducidad de una vía de cuestionamiento al orden social (el abstencionismo electoral), y terminan con una etapa de ilegitimidad manifiesta y legalidad dudosa, como fue el gobierno Duhalde, con un gobernante con 'títulos' no discutidos y un nivel de consentimiento popular elevado (que por otra parte es lo común en nuestro país ante presidentes 'nuevos').
8. Los 'aparatos de hegemonía' siguen presentando un deterioro extremo. Los ex 'partidos populares' han dejado casi de existir, mas allá de las maquinarias electorales de alcance sobre todo local. Se han convertido en una suerte de 'confederaciones' sin presencia nacional ni unidad de criterio en el manejo institucional. La dirigencia sindical, por su parte, ha llegado al nadir del desprestigio, y sólo han atinado, en los últimos dos años, a minimizar su presencia pública, a retirarse del debate político, a 'hacerse olvidar' hasta por sus propios representados. El sindicalismo 'alternativo' sistémico sigue siendo un fracaso en tanto que tal, por su escasa capacidad de nuclear trabajadores, y su tendencia a adoptar prácticas del 'original'. En el ámbito estudiantil está en derrumbe la propuesta de Franja Morada, si bien alternativas meramente 'progresistas' conquistan lugares importantes.
9. Después del 19 y 20 de diciembre de 2001 se ha dado una asordinada batalla ideológica en torno al 'relato' de esas jornadas y su interpretación. Desde el poder se logró avanzar en abrir interrogantes sobre la profundidad y alcance de la movilización popular, separar el 19 del 'violento' 20, hacer aparecer los saqueos y los hechos del 20 como básicamente manipulación de 'aparatos', mostrar el conjunto de la movilización del verano de 2002 como un fenómeno circunscripto a las capas medias de la Capital, sublevadas sobre todo contra la confiscación de sus ahorros y ajenas a ideales más 'nobles'. Ha sido una lucha por reducir a la 'normalidad' (confrontación de intereses sectoriales, manipulación propagandística, 'aparateadas') los hechos más saludablemente 'anormales' del período que va de 1983 a la fecha.
10. El inicio del gobierno Kirchner es un paso más, y muy importante, en el camino de la 'normalización', de volver el proceso de toma de decisiones al seno de elites de poder. Renovadas de sus elementos más indeseables, seleccionadas por procedimientos algo más transparentes, con un trato más deferente hacia las 'masas', pero elites al fin. El cierre de la lucha de calles es un imperativo de 'gobernabilidad', que se busca transitar con el mínimo de represión posible, es decir por la vía del consenso. La idea es que las clases subalternas vuelvan a confiar en políticas de gobierno más o menos benévolas, y no ya en su propia capacidad de organización y lucha. De cualquier modo, la experiencia hecha no se borra facilmente, al menos cuando no hay una derrota completa en el medio u otro acontecimiento que opere como 'corte' histórico.
11. Las clases subalternas se han dado formas renovadas de organización y lucha, a partir sobre todo de la segunda mitad de los 90'. Estas han dejado un resultado de nuevas organizaciones, algunas de ellas portadoras de una presencia importante de la izquierda política o de la contestación radical más en general, en sectores sociales tradicionalmente poco permeables a ellas. En primer lugar el movimiento piquetero, con asiento en muchos barrios proletarios y hasta 'marginales'. Las asambleas tuvieron siempre menos masividad y profundidad de penetración, y han sobrevivido con dificultades al inevitable declive del auge inicial, aunque muchas siguen existiendo y lanzando diversas iniciativas, no todas ellas de tipo 'fomentista'. Las fábricas recuperadas nuclean mayormente establecimientos pequeños o mediano-pequeños, muy rodeadas de solidaridad extraobrera, pero sin una expansividad clara dentro del movimiento obrero. La lucha defensiva por la fuente de trabajo no siempre pasa al grado de cuestionamiento al poder de organización y dirección de los capitalistas. Con todo, constituyen un cuestionamiento activo a la dirección de las empresas por los capitalistas, y a la intangibilidad de la propiedad privada.
12. El movimiento social y la izquierda tienen una pluralidad que no es una tara a superar, sino una riqueza a desplegar. Pero eso requiere un cierto punto de equilibrio, la superación de la tendencia a la fragmentación que conlleva el espíritu de secta, la incapacidad de compatibilizar capacidad de dirección con respeto de la autonomía, la preocupación predominante por preservar un 'espacio de construcción' antes que por transformar el todo social, la falta de ductilidad para manejarse en culturas y extracciones sociales diversas a la propia.
13. Los partidos de izquierda han crecido, en general, sin que ninguno lograra una hegemonía clara dentro del campo, ni realizar acciones efectivas para contrarrestar la ola 'antipartido' e incluso 'antipolítica' de los últimos años. En buena medida se sobrevaloró el lugar en que los acontecimientos de 2001 los dejaban colocados y se partió a 'cosechar' rápidamente una siembra en el mejor de los casos no concluida. Las concepciones 'catastrofistas', la falta de capacidad para visualizar las posibilidades de recomposición del adversario, la incapacidad para generar alianzas, cobraron su tributo a la hora de evaluar correctamente el alcance y los tiempos del movimiento social y actuar en consecuencia.
14. Los movimientos que privilegian la 'autonomía' entendida a veces como rechazo activo a las pertenencias partidarias, no han encontrado formas de articulación más amplias que las de su propio campo, y muchas veces terminan en luchas internas y fraccionamientos similares a los de la izquierda 'tradicional'. Sufren fuerte influencia de teorías que alejan los objetivos del poder político y propugnan una dinámica que soslaya la importancia de 'lo estatal'. Con costados críticos fecundos a las concepciones vanguardistas y hegemonistas, se corre sin embargo el riesgo de abandonar el campo político a la burguesía, al confundir el cuestionamiento radical a la teoría burguesa de la representación política y a la visión estatalista de la revolución social, con la renuncia completa a la lucha por el poder.
15. Mención aparte merece Autodeterminación y Libertad, intento de canalizar el sentimiento 'antipartido' (y más en particular la reacción contra el modelo leninista dentro del propio campo de la izquierda) y el cuestionamiento a la representación política, pero bajo la forma partidaria. El resultado ha sido un híbrido, una superestructura con muy escasa militancia de base y sin raíces sólidas, con buena repercusión mediática y un trabajo electoral de mayor capacidad de atracción que el tradicional de la izquierda.
16. Es fundamental lograr sustentar desde la izquierda una posición independiente, que no sea reductible a un ataque convencional contra todas las medidas de gobierno. El actual elenco gobernante parece dispuesto a llevar a cabo un intento medianamente serio (al menos más serio que el de la Alianza) de recomponer la hegemonía, partiendo desde un nivel de crisis mucho más agudo, que por tanto, de ser consecuente, exige junto a la gestualidad algunas medidas reales. Se necesita estar atento a su evolución, buscando los modos de construir con fuerza una alternativa propia, haciendo una crítica circunstanciada de las opciones de la burguesía. La tentativa de recomposición puede entrar muy rápidamente en crisis, pero más probablemente, logrará solventarse por un tiempo, procurando el aislamiento de los críticos que se sitúen a su izquierda, y manteniendo expectativas en amplios sectores, incluso trabajadores y pobres. Mientras tanto habrá que reclamar que el discurso y los gestos coincidan con las medidas concretas, levantar bien en alto el problema del salario, el de la generación de trabajo en condiciones dignas, señalar las responsabilidades del gran capital cuando se procure diluirlas, mantener la crítica frente a la subordinación a los organismos financieros internacionales, seguir al frente de todas las luchas. Eludir el rol de 'profetas de la catástrofe' pero sin caer en el apoyo crítico, ni siquiera en la oposición 'blanda'. Mantener el alerta ante cualquier embate desde los sectores del capital y la dirigencia política que pretendan volver en plenitud a la lógica de los 90'.
17. El problema de la izquierda es mucho más complejo que el de la 'unidad' bajo el cual se lo suele subsumir (aunque cada vez menos). Lo que se requiere es cambiar la cultura política, construir vínculos entre las organizaciones sociales y los partidos totalmente renovados, lograr que la dirección la tengan dirigentes con significación en la sociedad y no funcionarios brotados de las entrañas de los aparatos. En algunos casos no resulta mas verosímil que la política tradicional a la hora de proponerse como opción renovadora. No supo articular el movimiento subsiguiente al 19-20 de diciembre, y fue así partícipe involuntario en el proceso de recomposición de la dirigencia política. Parte se entusiasmó con la revolución inmediata, procuró radicalizar artificialmente las organizaciones sociales, ante la salida electoral no hubo ninguna política articulador y efectiva, ni abstencionista ni concurrencistal. Sin embargo, logró tener, durante el año 2002 una presencia callejera inédita, y una inserción en sectores de trabajadores pobres y descalificados, que tampoco es fácil de encontrar en el pasado. Necesita consolidar y ampliar esos logros, y proyectarse sobre el movimiento obrero ocupado, organizado sindicalmente o no. Pero sobre todo producir su 'autorreforma', una reestructuración tanto organizativa como ideológica que no puede equivaler a un 'borrón y cuenta nueva' sino a una superación crítica de lo existente. Y una política de alianzas que supere el pactismo electoralista y busque articular con lo social y no hipotecar los principios en aras de la 'amplitud.'