¿Todo en una misma canasta?
Por Eduardo Aliverti
Los huevitos Kirner, como dice Rep, quedaron esparcidos durante estos días en varios frentes pero, en definitiva, sigue existiendo la sensación de que, si no un abismo, hay por lo menos una cancha de distancia entre el partido político-institucional y el económico.
La semana que pasó quedó encerrada entre dos discursos presidenciales, que marcaron el terreno de manera contundente. El pronunciado ante los militares en su cena de camaradería y el vertido ante buena parte del establishment en el aniversario de la Bolsa. Frente a las Fuerzas Armadas, Kirchner insistió en que no es sobre la impunidad y el silencio como podrá edificarse una relación sólida, y de justicia, con el Ejecutivo y la sociedad. Y ante los empresarios volvió a advertir que no serán los grupos de interés quienes le fijen la agenda y que el papel del Estado es irrenunciable como regulador de los desequilibrios sociales.
El primer discurso volvió a tener detrás comprobaciones específicas, que forman parte de un conjunto de episodios producidos casi sin solución de continuidad desde el 25 de mayo. Purga en la cúpula castrense, durísima alocución de respuesta al exonerado jefe del Ejército, recepciones oficiales nunca vistas a los organismos de derechos humanos, por cierto que uno de los sentidos de haber propuesto nada menos que a Eugenio Zaffaroni como miembro de la Corte y, ahora, la ratificación de que los represores deben ser juzgados como sea, aquí o en el exterior. Eso se llama inconstitucionalidad de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, o derogación del decreto de De la Rúa que impide extraditar militares. Y hasta tal punto es comprobable cómo esa cancha la marca Kirchner, que se produce esa paradoja espectacular: el escenario pasó a ser que los hombres de armas están mirando con cariño la anulación de la impunidad sancionada por Alfonsín, porque perdidos por perdidos prefieren algún arresto domiciliario o cuartel militar de estas pampas y no lo imprevisible de un juzgamiento en Europa. Una Argentina Año Verde, a la que muchos terminan de ver como tal gracias a la avanzada sobre los Supremos, el PAMI y –con más reservas– la Policía. Podrá decirse que es gratis pegarle a Nazareno o a Barrionuevo, pero también retrucar que por algo nadie lo había hecho y que aun de la mano de obviedades era y es necesario oxigenar el clima de podredumbre dejado por la rata. Ya sobrará el tiempo para caerles con toda dureza si acaso esto fuese un lavado de cara que no toca al resto del cuerpo. Mientras tanto, no sólo un buen entendimiento de la política, sino el mero sentido común, recomiendan alejarse de cuestionamientos histéricos.
Esa mirada, en principio, también le cabe a la ofensiva sobre la Bonaerense, bien que allí no sólo se trata de atender las verdaderas decisión y efectividad de las medidas anunciadas: también es cuestión de seguir de cerca cómo se prepara el Gobierno para atender las (muy pesadas) hipótesis de conflicto que desatará, en caso de que la cosa vaya en serio, cortar de raíz las andanzas de esa mafia con uniforme. ¿Está la SIDE en condiciones de prevenir el contraataque de un ejército de gangsters desocupados?
En el otro extremo del arco discursivo y operativo se contaron esa alocución de Kirchner en la Bolsa de Comercio y los aumentos en salarios mínimos y jubilaciones. Si es por lo primero, hace demasiado rato que no se escuchaba a un jefe de Estado, en un ámbito empresarial, bajar una línea, digamos, keynesiana. Y si es por lo segundo, aunque los incrementos son míseros valen las generales de la ley que también abarcan a la blitzkrieg que se posó sobre Corte, PAMI y demás antros: actitudes elementales de atención social. Sin embargo, hay en esto una distancia entre palabras y resolución que en lo político e institucional no se advierte. El discurso sobre una economía más justa no es por ahora más que eso, y los montos de reajuste salarial refuerzan esa impresión. Después de la bestialidad del ajuste sufrido por trabajadores y jubilados, lo menosque correspondía esperar era algún guiño, pero no es con los guiños como se vive mejor. Objetivamente: la declamación política, sobre todo en lo relativo a lucha contra impunes y corruptos, muestra hechos concretos e impactantes; en cambio, la reparación de excluidos y destruidos por el decenio de la rata (o mejor, por el proceso global iniciado en el golpe del ‘76), sólo exhibe, como tal, verbas encendidas y gestos muy tibios.
El Gobierno podría decir que la cosa es ir despacio justamente porque hay apuro. Y una masa tremenda de pobres y echados del mapa tiene su drama a cuestas para avisar que cada día que pasa no merece ser vivido con nuevas apelaciones a la simple esperanza. Las correcciones institucionales deben ser bienvenidas y cuanto más veloces mejor, pero no tienen un plazo que urja. La miseria y el estómago sí