Kosteki:
el artista que no dejaron serMabel Bellucci
Más de las veces la necesidad colectiva por recuperar la memoria se enclava en recordar una fecha emblemática mediante mecanismos de ritualización. El poder de ritualizar situaciones, hechos, personajes y fechas representa un dispositivo generador de consenso al apelar a un sentimiento de pertenencia a una clase o a un colectivo determinado por parte de sus integrantes.
En el amplio espectro del campo de lo político, ritualizar es recrear simbólicamente fuentes de legitimidad en torno a un acontecimiento específico.
Significaría entonces un fenómeno cultural configurado por conectores simbólicos que no siempre operan desde el orden hegemónico sino también desde los propios movimientos sociales en resistencia y- básicamente- en las izquierdas partidocráticas.
La noción de memoria acalora disputas y controvierte debates alrededor de su sentido; con una diversidad de definiciones que no llegan a ser únicas ni finales. Una tendencia asigna importancia al ejercicio de reflexionar la relación existente entre memoria y política. Vale decir: la política comprometida en el proceso de construcción de una memoria comunitaria no detenida, abierta a nuevos registros. Más aún: la memoria no se reduce a conservar la experiencia y el pasado mediante las tradiciones sino que adquiere la dimensión de un territorio de pugnas y conflictos permanentes.
Por lo tanto, el tema en discusión no es el recordar como acto sino la particular forma del recordar.
El 26 de junio se cumplió un año de las muertes de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, La ciudad se tapó de recuerdos gráficos, visuales, testimoniales. Algunos de ellos, retomaron viejas fórmulas para homenajearlos por más que Darío y Maxi eran muy jóvenes y, a la vez, pertenecían a un movimiento
con voluntad de transformar también mediante la contaminación: el Movimiento de Trabajadores Desocupados, Aníbal Verón. Sin embargo, una actividad artística logró romper ese modo tradicional de conmemorar que impera en el espacio de las izquierdas cuando resignifican a sus caídos como objetos de culto, como héroes románticos, sin fisuras ni vida propia y menos íntima.Este evento llevado a cabo, dentro del marco de la campaña nacional por el esclarecimiento y castigo a los culpables de la masacre del Puente Pueyrredón, dio una vuelta de página: Maximiliano era mucho más que un piquetero muerto por la brutal represión policial. También era un estudiante de dibujo, pintura, escultura, cerámica, grabado, fileteado y letras. Hacía malabares y capoeira. Tocaba el bajo, la flauta dulce y la armónica.
Así, por la muestra, sus otras caras y su eros artístico, quedó develado, al desnudo de miradas anónimas y del sentido común que estigmatiza por una dinámica de regulación cultural.
Esta exhibición de sus pinturas y dibujos fue convocada por el Centro Cultural de Arte y Oficios- Grissicultura- de la fábrica recuperada Grissinópoli junto con el colectivo LuchArte- Artistas y Trabajadores en la cultura en el Polo Obrero- bajo la organización de los artistas plásticos León Ferrari, Gabriela Bocchi, Magdalena Jitrik, Alejandro Michel y Luciana Morcillo. Sin olvidar, por cierto, la colaboración solidaria de la revista Topía y el Taller Popular de Serigrafía.
Al inaugurarse, hablaron los artistas plásticos comprometidos en la preparación de la muestra, referentes de la fábrica Grissinópoli y de su Centro Cultural, Mabel Ruiz (madre de Maximiliano Kosteki), sus amigos y activistas de las organizaciones piqueteras que protagonizaron esa jornada de lucha.
Este evento indujo a pensar que la revuelta plebeya del 19 y 20 de diciembre de 2001 no está fija en el tiempo. Y a pesar del intento de su ritualización, vuelve al presente de otra manera; estimulando la exploración de diferentes modos de expresar e intervenir en el campo de las protestas sociales del momento actual.