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Argentina: La lucha continúa

A un año de la Masacre de Avellaneda, los pibes del MTD

El cambio social en chiquitito. El artículo se publicó en la revista TXT de esta semana. Adjunto, la foto de la revista, y una composición con los dibujos de los pibes del MTD hecha por los compañeros del Taller Popular de Serigrafía que coordinan el taller de plástica, con una de las seis frases votadas en la asamblea general para que acompañen las actividades de estos días.

 

A un año de la Masacre de Avellaneda, .
Por Trabajo, Dignidad y Cambio Social .
Darío, Maxi y todos los caídos en la lucha popular, .
¡presentes! ¡ahora y siempre! .


LOS CHICOS DE SANTILLÁN .
Diego Rosemberg .

La vieja radiografía de un fémur sirve de molde. Tiene calada una cara que funde dos imágenes míticas. Por un lado la melena y la barba de Jesús, por el otro la mirada perdida y esperanzada del Che. La fe y la lucha sin tetizadas en esa estampa del piquetero Darío Santillán, que Emanuel Alarcón fija con brocha gorda y pintura terracota en el frente de la guardería del Movimiento de Trabajadores Desocupados de Lanús. "Lo dibujo porque falleció, con Maxi Kosteki, otro compañero", explica el artista, de apenas siete años.
Emanuel pinta haciendo equilibrio, parado sobre un cajón de bebidas que a su vez está apoyado sobre una mesa renga. Es uno de los treinta participantes del taller de plástica que todos los sábados se realiza en el MTD. Esta vez, la actividad consiste en realizar un mural. Algunos chicos diseñaron flores coloridas y otros, divertidos monigotes. Pero el Polaquito -así le dicen a Emanuel por sus mofletes colorados- eligió la imagen de uno de los piqueteros asesinados el 26 de junio del año pasado en el Puente Pueyrredón.
"Yo sé todo porque fui al puente ese día. Tiraron gases y balas de plomo.
Me perdí de mi mamá y después la encontré. Entré a un lugar con sillones y me salvé", cuenta entre medias palabras y sonrisas vergonzosas.
Al lado del Polaquito, Verónica López -uñas azules y ojos vivaces- pinta un sol reluciente. Pizpireta, quiere opinar y se mete en la conversación.
"Darío era rebuenísimo. Limpiaba las ollas del comedor y las llevaba al puente. Nos cocinaba, el guiso de arroz le salía riquísimo. Él también cuidaba a la gente en el puente, le decía dónde tenía que ponerse para que no le pase nada. Yo fui al velorio", asiente orgullosa y después suspira: "Me gustaban sus ojos celestes y la barba. Lo mataron por ayudar a Maxi. A mi abuela, que también lo quiso ayudar, Darío le dijo que se fuera".
Ansioso por demostrar lo que sabe, el Polaquito la interrumpe para completar la historia: "El que lo mató fue Fanchiotti, un policía pelado. Le tiraron un tiro por la espalda". Ahora que entró en confianza, relata los hechos con la cadencia de una lección escolar. Pero al pibe, que cursa segundo grado, no le cae demasiado bien el colegio. "Lo que más me gusta son los campeonatos de bolita del recreo", confiesa. ¿Y lo que menos le gusta? "Inglés. ¿Por qué lo tengo que aprender si no soy yanqui? Yo quiero ir al puente y echar a los yanquis, que se llevaron toda la plata. Por suerte Kirchner está echando a todos. A los políticos, a Menem, a Duhalde, a la gorda." .
Los 26 de cada mes, cuando el MTD de Lanús corta el Puente Pueyrredón en homenaje a Santillán y Kosteki, Emanuel discute con su madre porque quiere faltar a clase. Protesta si se pierde un piquete. "A mí me gusta ir a luchar por la justicia social y por los planes. Cuando voy, me gusta dibujar en las paredes y ver las obras de títeres. También cantamos", enumera el Polaquito, que empieza a saltar. Y como si estuviera en una tribuna entona: "A Darío y a Maxi lo vamo' a vengar, con la lucha, con la lucha popular". Miguel Ángel Román, de 10 años, le clava su mirada y dispara concierta envidia: "A mí me gustaría ir a los cortes, pero no me llevan".
En otra pared, Adela escribe parada en un pupitre: "Darío presente". Desde las alturas se tira a los brazos de Julia Masvernat, una de las coordinadoras del taller. Le deja estampada su mano pintada de amarillo mitad en el pelo y mitad en el pulóver. "Una vez fui a un corte a La Plata para pedir bolsones de comida. Me pareció relindo, cantamos, saltamos, bailamos. Yo fui en la columna de las mujeres y los chicos. El 26 voy a ir al puente porque hay que recordar a dos compañeros que fueron buenas personas y estuvieron en la lucha. Los piqueteros son personas que luchan por trabajo, planes y por darles un futuro a los chicos", dice Adela, de 13 años y sonrisa inocente. Por primera vez se mete en la charla un adulto.
La tía de Adela, que le pregunta "¿Y por qué más?". La chica frunce el ceño, se acaricia la pera, pero por más fuerza que hace termina por encoger los hombros. "Por nuestros derechos, ¿no tenemos derechos a tener remedios, a ir a la escuela y esas cosas?", explica la señora con tono didáctico.
El Polaquito, hijo de uno de los fundadores del MTD, no le presta mucha antención. Hace una pausa en la conversación para dar la última pincelada.
Sale un tanto acuosa y la imagen de Santillán chorrea pintura color sangre.
La desprolijidad le da un inesperado realismo al mural. "¿Así está bien?", pregunta el chico buscando aprobación.
Cuando la consigue, da un salto y vuelve al piso. Mientras contempla su obra, sigue hablando del piquetero asesinado. "Con Darío hicimos el cumpleaños de Lucas. Él compró la 7Up y el jugo. Lo hicimos en Roca Negra, una fábrica donde se hacían metales para barcos y ahora hay una granja.
Nos mostró los conejos. También vimos ratitas y gallinas. Y otro día, Darío fue a la casa de mi papá y cocinó asado." El olor a nata indica que el arroz con leche de la merienda está listo.
Todos entran al galpón. Tiene techos de chapa, piso de cemento y paredes construidas con los bloques que fabricó Santillán en el obrador que tiene el MTD de Lanús. En cada rincón, la iconografía del piquetero asesinado se multiplica, como si se tratara de un santuario.
Un dibujo por acá, un poema por allá, una bandera más arriba, una pancarta abajo. En el medio, los chicos dibujan sobre una mesa angosta y larga.
Mientras espera su tazón, el Polaquito se enchastra los dedos con plasticola y pega dos chapitas en una hoja en blanco. Son los ojos de un monigote que tendrá pelo de lana celeste. Cuando termina el collage, Emanuel vuelve a las radiografías. Ahora las transforma en un autito sobre el que se desplaza de una pared a otra. En medio del trayecto, choca con un hombre que lleva la cara del Che Guevara en la remera. "¿Sabes quién es el Che?", provoca el adulto. "Sí, él hizo en otros países lo mismo que nosotros", explica con aires de suficiencia Emanuel, que cuando sea grande quiere ser bombero.