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Argentina: La lucha continúa

Carlos Menem
El gran desestabilizador

Raúl Zibechi ALAI-AMLATINA, Montevideo.

La renuncia de Carlos Menem a participar en el balotaje del domingo 18, representa tanto las ambiciones de las grandes corporaciones mutinacionales como la nueva conciencia social que emergió de las jornadas del 19 y 20 de diciembre.
Se le han aplicado los más duros adjetivos: "depredador institucional", "irresponsable", "cobarde", "golpista", y otros tantos, todos ellos más que justificados. Sin embargo, la renuncia de Carlos Menem es mucho más que eso. Los grandes personajes políticos -y no cabe duda que Menem lo era-, en los países importantes del mundo, como lo es aún Argentina, no son el producto de mañas o astucias personales, sino hijos de la historia político-institucional y de la cultura política de las elites dominantes. Y sus actitudes no pueden ser comprendidas sin involucrarlas.
La jugada es más que clara y ha sido denunciada hasta el cansancio: evitar una derrota monumental y, sobre todo, abrirle paso a un presidente que, como Néstor Kirchner, cosechó apenas el 22 por ciento de los votos en las elecciones del 27 de abril. En suma, apostar a un gobierno débil que se verá enfrentado a problemas de difícil solución y estará sometido a presiones múltiples. Desde arriba y desde abajo.
En todo caso, la retirada de Menem cierra una etapa en la política argentina, la del crudo neoliberalismo. Sin olvidar un dato fundamental: el proyecto menemista fue apenas la profundización de un modelo que comenzó a ser aplicado en 1976 por la dictadura militar encabezada por Jorge Rafael Videla, y la dictadura económica dirigida por José Alfredo Martínez de Hoz, ministro de Economía del régimen militar. No es sólo Menem el que no quiso ser barrido en las urnas, sino ese modelo excluyente, depredador del país y de los sectores populares, que evitó una suerte de plebiscito que hubiera enterrado al mentor del modelo. La nueva conciencia social que fue naciendo tímidamente a lo largo de los noventa, y que se aceleró a partir de 1997, al calor de las grandes movilizaciones de los desocupados para estallar a fines de diciembre de 2001, está en la base del estrecho margen que tiene el ex presidente para seguir en la carrera política.
La patria financiera Los altos ejecutivos de la banca y de las grandes corporaciones jugaron su papel en la retirada de Menem. En ningún momento ocultaron sus preferencias por el riojano o por Ricardo López Murphy, ex funcionario de la dictadura militar en el Banco Central. Ahora apuestan a cercar y presionar al nuevo presidente para forzarlo a negociar o, sencillamente, doblegarlo. De modo que la crisis del menemismo pueda ser reconducida por las elites hacia una situación en la que, aún sin contar con el amplio margen político y económico que tuvieron en los noventa, les permita mantener y aún ampliar sus privilegios y el control de los resortes claves de poder.
Algunos grandes empresrios, como el presidente de Fiat, Cristiano Rattazzi, ya "aconsejaron" a Kirchner para que "entienda que se tiene que parecer lo más posible a Lula o Ricardo Lagos y lo menos posible a Hugo Chávez". Otros, como el titular de Telecom, Amadeo Vázquez, definieron la agenda del nuevo presidente: "Lograr un acuerdo de largo plazo con el FMI, reactivar el crédito y la inversión, resolver el problema de la deuda pública y el default, arribar a un nuevo pacto fiscal federal y rediscutir las tarifas, para que garanticen la frecuencia de inversiones futuras". Las empresas privatizadas apuestan a una masiva elevación de tarifas para aumentar sus ganancias, cuestión que estará en el tapete a partir del 25 de mayo, cuando asuma formalmente Kirchner.
De todos modos, la lectura del empresariado muestra la envergadura de los cambios: mencionan a Lula como el referente deseable, con lo que explícitamente asumen que el modelo de los noventa quedó enterrado. Lo que en absoluto significa que estemos ante una ruptura completa con el neoliberalismo, como lo atestiguan los cuidadosos pasos que viene siguiendo el gobierno del PT en Brasil. Estamos sí, ante el nacimiento de una nueva agenda, que tiene en el Mercosur un punto de referencia obligado, a través de la conformación de un eje Brasilia-Buenos Aires, de tal potencia que inevitablemente arrastrará a buena parte de los países de la región, y se convertirá en muro de contención de las aspiraciones de Washington a imponer el ALCA, en los plazos y condiciones previstos unilateralmente por la administración de George W Bush.
Sin embargo, el poder que conserva la llamada "patria financiera", que ahora buscará recomponerse políticamente bajo el ala de López Murphy, será una de las bazas fuertes que habrán de jugar los que promueven un alineamiento incondicional con Estados Unidos. Es la apuesta a la desestabilización permanente, política, económica y hasta militar, como lo demuestra la historia reciente. Uno de los dramas argentinos, que recorre toda la historia del siglo XX, es el raquitismo de su burguesía industrial, que nunca pudo emprender vuelo propio ni fue capaz de diseñar un proyecto nacional integrador, y terminó por refugiarse en el regazo de militares y banqueros genocidas. Cómo olvidar que fueron los gerentes de las grandes empresas los que llamaron a los militares a establecerse en sus fábricas, donde pudieron fichar, secuestrar y desaparecer a los activistas sindicales.
El lugar de la burguesía nacional lo ocupa en Argentina un conjunto de oportunistas del dinero fácil, que sienten al resto de la población, sobre todo a los más pobres, como una nación extraña. Una suerte de apartheid social y cutural recorre la historia del siglo pasado, en el que se acuñaron referencias a los pobres como el "aluvión zoológico", que revela la predisposición de las elites a resolver las diferencias sociales por la vía militar. Esos oportunistas del dinero son los que catapultaron a Menem al poder, y ahora esperan agazapados una nueva oportunidad.
Nueva conciencia La peculiaridad del menemismo fue la alianza entre el empresariado multinacional y los más ricos del país, con los excluidos y los más pobres, tejida en base a un ostentoso clientelismo. Pero esa alianza quedó fracturada por el proceso de crisis política y social que estalló en diciembre de 2001.
El repudio cercano al 80 por ciento que recoge Menem, es el producto de esta nueva conciencia.
El discurso del riojano, culpabilizando de la crisis al ex presidente Fernando de la Rúa, no caló en una población que aprendió, luego de una amarga experiencia, a situar correctamente las causas de la debacle del país. Esa conciencia es aún fragil y puede retroceder.
Otra de las caractrerísticas del país, contracara del predominio de elites depredadoras y genocidas, es la existencia entre los sectores populares de fuertes tendencias hacia la revuelta. Argentina es el país industrializado que más insurrecciones conoció a lo largo del siglo pasado, con hitos como la Semana Roja de 1909, la Semana Trágica de 1919, el 17 de octubre de 1945, el Cordobazo y el Rosariazo en 1969, el motín de Santiago del Estero en 1993 y, finalmente, los sucesos del 19 y 20 de diciembre de 2001, entre los más destacados.
Ahora que se cierra una etapa deplorable de su historia reciente, el discurso de Kirchner el miércoles 14 puede ser también un parteaguas. "No he llegado hasta aquí para pactar con el pasado, ni para que todo termine en un mero acuerdo de cúpulas dirigenciales. No voy a ser presa de las corporaciones", dijo. Y luego improvisó lo mejor de su discurso: "Pertenezco a una generación que no se doblegó ante la persecución, ante la desparición de amigos y amigas y ante el mayor sistema represivo que le haya tocado vivir a nuestro país". Palabras que ya sembraron alarma entre empresarios y banqueros, pero que auguran un gobierno que difícilmente pueda ser mero continuismo, cuestión que la porción más organizada de la sociedad no le permitiría.
Mientras Kirchner se apresta a asumir la presidencia, Menem huyó dejando al modelo tan desnudo como a sí mismo. Aunque quiso emular a Eva Perón, "renuncio a los títulos, pero no a la lucha", sentenció en su mensaje, su estampida se pareció más a la huida del tenebroso José López Rega en el invierno de 1975, jaqueado por la movilización de los obreros que, zafando del control de la burocracia sindical, frenaron el primer ajuste estructural de la mano del ministro de Economía de Estela Martínez de Perón, Celestino Rodrigo. Todo un presagio.