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Argentina: La lucha continúa

24 de mayo del 2003

Astillero Río Santiago
Contra viento y marea

Pablo Antonini, Luciana Hernandez Lois y Leandro Fabrizio
Revista En Marcha

Situado en las cercanías de La Plata, es a la vez símbolo de un país que ya no existe -con una importante industria nacional y una clase obrera tan calificada como competente- y de la resistencia al vaciamiento perpetrado en los años '90

"Esto es una ciudad", dice Norberto, trabajador de Almacenamiento. "Y eso que la Zona Franca se comió más de la mitad, vos no sabés lo que era antes". La ciudad tiene calles de tierra, edificios de hierro y gigantescas casas llenas de máquinas y hombres. Hay un edificio administrativo, una escuela, olor a río y transpiración. Hay un barco. "Vos no te imaginás", sigue Norberto, "la cantidad de gente a la que le da trabajo un barco". Se ve a un operario manejando la grúa, otro que recibe la carga en cubierta, alguno más que suelda o remacha… "Esperá", promete Hernán, su compañero de trabajo. "Si tenés tiempo esperá unos minutos hasta la hora de comer".

Entonces el barco revela lo que escondía: cientos de personas que salen de sus entrañas, un murmullo de charla que avanza inundando las calles, overoles y cascos, la gente del Astillero.

Visto desde el estado -según variara el modelo- el Astillero fue sucesivamente, a lo largo de medio siglo, un orgullo, un ejemplo, un negocio, una molestia, un excedente, un problema político y un buen argumento propagandístico. En ese orden.

Mirado desde su gente, fue siempre lo mismo: una fuente de trabajo digna, "un sentimiento" según definen ellos mismos. Y quizás por eso aguantó, cuando todo alrededor se achicaba, cerraba y privatizaba.

Lo que hay alrededor es Ensenada, nada menos, que llegó a ser un verdadero epicentro del trabajo en la provincia; sólo entre sus tres principales empresas -YPF, Propulsora y Astilleros- tenían casi 15 mil trabajadores. Luego de las privatizaciones, entre las dos primeras suman 700. Repsol-YPF, que era fuente de trabajo para 5.000 personas en Ensenada, ahora tiene esa misma cantidad de asalariados... en todo el país.

Astilleros Río Santiago resistió. Desde hace casi un año, además, lograron implementar la designación por asamblea de trabajadores del gerente comercial y una Comisión Obrera Fiscalizadora. El nuevo gerente es Angel Cadelli, militante histórico de la Lista Verde de ATE. Y los integrantes de la Comisión mencionada, con acceso a toda la información económica de la fábrica, tienen también una dilatada trayectoria de militancia en el lugar: Sergio Escobar del Movimiento Socialista de los Trabajadores (M.S.T., actualmente en Izquierda Unida), Jorge Smith de la Corriente Clasista y Combativa (C.C.C.) y José Montes del Partido de los Trabajadores por el Socialismo (PTS).

Hoy tienen trabajo, y una planta de 2.000 obreros dispuestos a mantenerlo. Basta una recorrida por la fábrica, basta charlar con su gente para encontrar cientos de definiciones como "yo tengo la camiseta puesta", "de acá a mí me sacan con las patas para adelante", "esto es como una familia"... La mayoría habla con naturalidad de "nuestra empresa".

Para Raúl Corzo, otro histórico del Astillero, parte de la explicación está en las mismas características del trabajo: "Si vos trabajás en una fábrica de autos, y te toca estar en la parte de la línea de montaje que se ajusta el tornillo derecho, nunca ves el auto terminado, ves siempre el tornillo derecho. Pero con el barco, vos bajás la chapa, la clasificás, la llevás a un taller, la cortan, la pulen, después la vamos armando, le damos forma entre todos, se tira al agua... Eso te da toda una sensación de pertenencia, de que eso es tuyo realmente" De ese mismo sentimiento habla Héctor Ponte, que trabaja en el Astillero desde 1953: "Vos tendrías que presenciar una botadura. Ahí te vas a dar cuenta por qué la gente de Astilleros peleó tanto. Hay gente que llora cuando el buque se va al agua, hay un amor por todo eso. Cuando el barco está en la grada y viene la botella, se rompe y empieza a mover despacito, ese momento es eterno. Cuando toca el agua vos ves que la gente tira el gorro, se abraza, salta, corren el barco. Y después cuando el barco se va, se siente una tristeza... no creo que haya nadie en el Astillero que no haya sentido algo adentro".

Sin embargo, tanto fervor no basta para comprender la vida del Astillero Río Santiago. Es necesario interrogar su historia.

y la nave va

Fundado en 1953, el Astillero nació para un país cuya Marina Mercante acaparaba el 1,2% de la flota mundial. A partir del ´69, sus trabajadores fueron activos protagonistas de las principales luchas sindicales y políticas de la región. Habían logrado un convenio colectivo de trabajo que treinta años después parece utópico: aumento salarial automático en relación al costo de la vida, módulos por categoría y antigüedad, aumento directo por suba del boleto, premio por producción y botadura, conquistas en las condiciones de trabajo, y hasta el derecho de elegir los nombres de los barcos.

La última dictadura cívico-militar castigó muy duramente ese foco de rebeldía. Sucede que la Armada tuvo la costumbre, desde los inicios, de considerar que los Astilleros eran su feudo, en una confusión de roles que abarcó también a la Marina Mercante y a todo el sector naviero. Un despropósito que puede compararse a pretender que la fabricación de aviones y la administración de aerolíneas comerciales le corresponda a la Fuerza Aérea. Pero de confusiones así se nutría el proyecto masserista. Y no sólo se trataba de ideología, sino también de jugosos negocios. La conciencia y la determinación de los trabajadores eran para el Almirante Cero, sus socios de traje y sus asesinos una especie de mojadura de oreja. La venganza fue terrible: Astilleros tuvo más de cuarenta desaparecidos, diez asesinados, unos doscientos que pasaron años en distintas cárceles del país y varios que sufrieron el exilio. En los interrogatorios del Juicio por la Verdad, el ex-detenido desaparecido Horacio García contó que el encargado de interrogar "a todos los de Astilleros" era el mísmisimo Alfredo Astiz.

Cadelli cita el caso de Luciano Sander, secretario general de ATE-Ensenada en los ´ 70. "Lo mataron, lo cortaron y lo quemaron, una locura... Era un líder popular, su mayor pecado era hablar en las asambleas y estar en las movilizaciones. El grado de ensañamiento era muy alto, era una exageración total el odio". También recuerda "la vez que no nos permitieron salir de la fábrica, y quedamos todos de rehenes para comer un asado con Massera. Se hizo en un playón de automotores que ahora es parte de la Zona Franca. Sobre los techos estaba lleno de nidos de ametralladoras y nosotros, bueno, teníamos que comer en esas condiciones y saludar al almirante que caminaba entre la gente con su custodia".

varados

"Y después comenzó", dice Escobar, "un proceso de lenta agonía del Astillero. Es en realidad un complejo industrial, no es solamente para barcos. Hay una planta de mecanizado que es importante, lo que facilitaba hacer trabajos muy variados, como piezas para ferrocarriles, componentes para centrales nucleares y todo lo que uno se pueda imaginar de mecanizado pesado. Todo eso duró hasta mediados del '85. En la época de Alfonsín ya tuvimos muy poco trabajo, y con Menem directamente vino el desastre".

Sin embargo, pese a dicha salvedad, la principal labor de un astillero es, precisamente, hacer barcos. Y su naufragio se entiende mucho mejor si se lo relaciona con la desaparición (el término es intencional y preciso) de la Marina Mercante Nacional. Había sido durante la Primera Guerra Mundial, con Irigoyen como presidente, cuando se intentó tener una moderna marina mercante. En 1941 se creó la Flota Mercante del Estado, antecesora de la empresa Líneas Marítimas del Estado (E.L.M.A.). Los gobiernos peronistas de 1946 a 1955 -favorecidos por la acumulación interna de capital y las condiciones internacionales- consolidaron ese emprendimiento. Argentina llegó a contar -sólo en el sector estatal- con una empresa naviera dedicada al transporte de ultramar de cargas generales, otra para el transporte de petróleo y derivados, otra perteneciente a Yacimientos Carboníferos Fiscales. Según puntualiza Gustavo Vilgré Lamadrid, presidente del Centro de Capitanes y Pilotos (uno de los sindicatos del sector), "en 1991 existían bajo pabellón nacional -entre estatales y privados- 149 buques. En 1999 sólo existían 8". Buena parte de las unidades perdidas, habían salido de las gradas de Astilleros Río Santiago.

La etapa que siguió a ese auténtico desguace, podría haber deprimido a otros menos firmes. No a los trabajadores de Astilleros. "Veníamos a sentarnos", rememora Ponte. "A sentarnos sin ningún tipo de trabajo que realizar". Escobar precisa: "Fue la época en que aquel Astillero salió a pelear, que entramos en la Bolsa, el Ministerio de Trabajo... Hicimos más de doscientas movilizaciones en cinco años. Hicimos todo lo que se te puede ocurrir, desde cortes de caminos hasta paros (igual estábamos prácticamente sin trabajo), caminatas de Ensenada a La Plata yendo a la Legislatura, unidad con todos los demás sectores que estaban en lucha en ese momento como los ferroviarios, los docentes...".

Por las pantallas televisivas pudo verse la insólita escena, la confusión y el temor de esos operadores bursátiles en medio de la gente furiosa con bombos, un huracán de realidad que invadía su terreno exigiendo para sueldos el dinero que se va en especulación. Hasta el conspicuo Mariano Grondona llegó a preguntarse tímidamente en su programa: "¿No tendrán razón los trabajadores del Astillero?". Después de esa acción, consiguieron casi inmediatamente el pago de los salarios atrasados.

Y ni siquiera habían ido a la Bolsa correcta: "Fuimos a invadir la Bolsa de Valores", precisa Cadelli, "pero media cuadra antes está la Bolsa de Comercio. Estábamos tan codificados con que vamos a la Bolsa, vamos a la Bolsa que los muchachos vieron madera lustrada, bronce, vidrio, Bolsa de... y vamos, no se leyó más. Así que bueno, invadimos la de Comercio, pero terminó surtiendo el mismo efecto". Corzo también ríe con ganas, mientras se mira a sí mismo en el video grabado de Telenoche, discutiendo a los gritos con un operador trajeado: "El tipo nos decía están locos, qué les pasa, y claro, por ahí quería decir tienen que ir ahí al lado. Pero bueno, el mensaje nuestro era el mismo, que pongan la guita para trabajo".

"Dejamos de hacer marchas para saludar estatuas y empezamos a pegar donde les duele", resume otro. Sin embargo, la contraofensiva no tardó en llegar. Un mes después la planta fue ocupada por las fuerzas especiales Albatros y otros efectivos de la Prefectura. Toda una metáfora: eligieron el 12 de septiembre, día de la Industria Naval, aprovechando que los obreros se encontraban en La Plata para conmemorar la fecha con un acto En defensa de la fuente de trabajo.

El plan oficial, según explicaron a los medios las autoridades, era mantener cerrado por la fuerza el Astillero durante cuarenta y cinco días, lapso en el que se concretarían los despidos y reformas necesarias. Ni siquiera había en curso, en aquel momento, alguna medida de fuerza que pudiera manipularse como excusa de semejante acción. Por el contrario, los mismos trabajadores recuerdan que estaban "un poco más relajados" por el pago de los sueldos atrasados luego de la entrada a la Bolsa. De manera que el operativo sólo puede explicarse como la decisión de algún lúcido estratega del gobierno, quizás imaginando que sería el golpe de gracia para todo ese plantel golpeado por los continuos atrasos, la falta de trabajo y reducido a la mitad por los retiros voluntarios.

tiburones y tormentas

Pero otra vez los estrategas del vaciamiento se equivocaron. Los trabajadores reaccionaron rápido, acamparon en la puerta y lanzaron una fuerte campaña de agitación por La Plata, Berisso y Ensenada. "La toma de los Albatros", relata Escobar, "fue un viernes. El sábado hicimos Asamblea en la plaza de Ensenada, llamamos a toda la población de Ensenada a recuperar lo nuestro, y el domingo hicimos agitación por La Plata y Berisso. Y decidimos que si el lunes la fábrica no era reabierta ingresábamos con la gente como sea".

En la noche del domingo, cuentan, la tensión en la vigilia de las carpas era insostenible. Finalmente, poco antes de que amaneciera, los Albatros se retiraron. "Se recuperó la fábrica", cuenta Escobar. "Y fue, creo yo, la victoria más importante. Porque permitió derrotar el intento más serio de cierre y de privatización de la empresa".

La provincia decidió hacerse cargo, incluso firmó un convenio, pese al cual, en septiembre del '95, hubo una nueva ofensiva. Esta vez, con carácter de abierta provocación: doscientos trabajadores fueron suspendidos por participar de una asamblea. Iban a marcar al tarjetero, y no estaban sus tarjetas.

El responsable de la maniobra fue objeto de un contragolpe: "Un día lo paramos, lo bajamos del auto a los sopapos porque eso no podía ser y él decía no, no van a poder entrar. ¿Te acordas que traía las doscientas y pico de tarjetas? Las tenía ahí encajonadas pero fuimos a las patadas y se las sacamos. Cada vez más, en lugar de irnos debilitando nos iban fortaleciendo. Y ya después se les escapó de las manos".

Caminando por un muelle, Cadelli se entusiasma: "Los trabajadores tenemos un proyecto con políticas para toda la empresa que nos va a llevar a 9 mil hombres en su primera etapa y a 12 mil en la segunda. Para la tercera, aunque no creo que seamos nosotros los protagonistas, porque ya vamos a estar jubilados, con una planta de forja más o menos grande llegaríamos a 20, 25 mil personas trabajando acá".

Finalmente, nos detenemos junto a una grúa. "¿Alguno sufre del corazón?", pregunta Cadelli al pie del monstruo que, ya desde abajo, con sus setenta metros, puede dar vértigo al no iniciado. "¿Mareos? ¿Alta presión, baja presión? Bueno. Entonces vamos, arriba".

De adentro, cuando se va subiendo, la grúa resulta una maraña de fierros y fierritos. "Levanta 250 mil kilos", sigue explicando, como si nada, en cuesta arriba, el ingeniero. Un par de escalones más y se pone didáctico: "Es como levantar 250 automóviles de un tirón".

Para seguir, conviene agarrarse con fuerza de las barandas, angostas y semioxidadas, que rodean las escaleras en su avanzada sobre el vacío. Cadelli no amaina con sus explicaciones en todo el ascenso. Al llegar a la parte móvil de la grúa, advierte: "No se asusten si gira un poco o pasa algo".

La escalada continúa. Ya se siente el viento. En la espalda, primero. En la cara, después. Las personas con las que charlamos hace un rato son hormigas entre los galpones. Se divisa el río entero. Quizás, entre nubes, la misma costa uruguaya.

Cadelli, ahora, se pone nostálgico: "¿Ven los silos esos? Ahí se almacenaban cereales para exportación. Ahora están abandonados". Cada manchita de color, allá abajo, merece, en su voz, un nombre, una historia, una explicación. "Allá tienen la Propulsora... Bueno, ahora se llama distinto, pero los viejos le seguimos diciendo así. Aquello eran los frigoríficos Armour y Swift. Más acá está YPF, que ahora es Repsol..."

Por primera vez, se queda callado el ingeniero. Con la mirada recorriendo este mismo paisaje, pero viendo quizás otras cosas que nosotros no llegamos a ver, otra época. Preguntándose, quizás, lo mismo que nosotros: ¿Por qué el astillero resistió cuando todos se hundieron? Respondiéndose, quizás, con una sola palabra: lucha.

La botadura del Alpina

Es un día radiante, de ésos en los que el sol caprichoso no deja de cobrar su tributo sobre el Astillero. Los hombres pequeñitos vestidos de azul y con casco amarillo se aprontan a terminar los últimos detalles sobre el imponente monumento que desde hace meses va tomando forma anclado sobre las gradas.

Por primera vez, los nativos tienen vía libre para ingresar al Astillero, para presenciar cómo el monumento, el trabajo y esfuerzo de cientos de voluntades se desliza hacia el Río Santiago para conocer los secretos de los mares.

El calor es insoportable en esta mañana del 31 de enero último, pero a los trabajadores del Astillero Río Santiago se les hincha el pecho como hacía tiempo no sucedía, y no es para menos. Haciendo honor al 50º aniversario, se realiza la botadura del Buque Tanque Granelero Alpina. Una embarcación financiada con capitales alemanes, de un porte de 27 mil toneladas y un costo total de 15 millones de dólares.

Arriba, sobre las gradas, casi pegado a Alpina desde un palco al que periodistas y cámaras oficiales veneran, el otrora gobernador Duhalde, da cátedra sobre "la producción" adjudicándose un logro que no le pertenece. A pesar de la imponente ubicación, el palco es pequeño, tal vez por eso todos los funcionarios se aprietan contra el presidente, o será quizá para la foto que seguramente con el tiempo quedará en el olvido.

Abajo, sobre la tierra, los nativos agrupados en familias de los trabajadores con pequeñas cámaras fotográficas, curiosos y documentalistas improvisados que se fascinan cuando de golpe se topan con un hombre de cabellera blanca llamado Fernando Solanas que también está filmando. Jóvenes, muchos jóvenes miran azorados al monumento que no entiende de discursos. También hay pequeños, muchos hijos de los creadores de la chispa, que quizá con el tiempo, se transformen en los futuros pibes del Astillero.

Y sobre el colosal monumento, agitando banderas, saludando a su público con brazos cansados y victoriosos están los Astilleros, hinchados de orgullo, mostrando la síntesis del fruto de sus manos.

Terminan los adornados discursos que ni siquiera los propios dirigentes escucharon y el Alpina toma vida. Pariendo, desplomándose hacia el río Santiago, al grito de Astilleros, carajo, al grito de su gente.

Según pasan los años

Hoy en día, el astillero alberga tres generaciones de trabajadores: aquellos que pasaron los sesenta años y están a punto de jubilarse; los de cuarenta y pico, que ingresaron en los ´70, cuando el trabajo abundaba y los más pequeños -veintidós o veintitrés años- que son egresados de la escuela o entraron luego del traspaso a la provincia.

Esta especie de tribu, se alimenta de la memoria colectiva y recupera la historia del astillero apelando a las generaciones primitivas. Una de las frases más escuchadas es los más viejos cuentan. ...

Norberto trabaja en el área de almacenamiento, donde reparten -rastrojero mediante- todos los materiales que ingresan. Pertenece a la generación intermedia: "Entré en el '76, justito con la dictadura. Era un despiole porque había mucha gente de la Marina. Los más viejos la pasaron mal".

Sin embargo, la peor época que le tocó vivir en carne propia fue cuando intentaron privatizarlo. "Fue bravo, pensabas que te quedabas sin trabajo, sin obra social. Hicimos ensenadazos, marchas, fuimos a Buenos Aires. Por ahí te pagaban un 27 y al otro mes el 15, era un despiole".

Hernán -con sólo veintidós años y tres de servicio- es uno de los más nuevos. Mientras sigue atentamente el relato de Norberto, aclara: "Yo no viví la historia del Astillero. Tampoco había visto una botadura, la primera fue la del Alpina. Me gusta estar acá, aprendí muchas cosas y además me tratan como si me conocieran de años".

Los jóvenes no dejan de reconocer el legado de los viejos y escuchan sus consejos. "La gente grande se portó muy bien conmigo", afirma Raúl. "Te enseñan, te explican y recomiendan que estudies y hagas cursos. Yo hice uno de cobrería. Además, cuando entré me ayudaron a armar mi covachita".

"Las nuevas generaciones se han integrado bien. Tengo buena relación con la muchachada", asegura Fernando López Osornio, que trabaja en Astilleros desde el año ´74. "En la sección de maniobras hay muchos jóvenes. En realidad, creo que somos nosotros los que nos adaptamos a ellos", se corrige.

La escuela de la vida

Canosos, entrados en años y a punto de jubilarse, Domingo Fianaca y Héctor Ponte, son la historia viva del Astillero. Entraron en 1953, poco tiempo después de la inauguración. Uno fue de los primeros aprendices de la escuela; el otro ingresó cuando le faltaba poco para recibirse de técnico naval.

-Yo soy el más chico. No te diste cuenta?, pregunta Domingo.

- Sí, -asiente Héctor- soy un año más grande.

En aquel entonces, Domingo no era más que un adolescente: "Entré de pantalones cortos, me crié acá. Eramos diez aprendices, fuimos los primeros de la escuela. Algunos ya fallecieron".

Distinta es la historia de Héctor: "Yo comencé de ayudante menor cuando estaba en cuarto año en el colegio industrial de Ensenada. Me faltaba poco para recibirme de Técnico Naval y como cursaba a partir de las siete de la tarde, me ofrecieron trabajar acá".

Los primeros pasos de Domingo fueron en el taller de estructura. "Después, hace treinta y tres años, me trasladaron a Control de Calidad", relata como si ese lapso hubiera transcurrido en un abrir y cerrar de ojos. Hoy, es supervisor del área.

Cuando recuerda aquellos días, no puede olvidar el primer reto que recibió: "Estábamos haciendo la Fragata Libertad y cometimos un error garrafal. Viene el supervisor y nos dice que saquemos el mascarón de proa. Le preguntamos por qué y responde que habíamos hecho la mujer mirando al mar y no al frente. Siempre tiene que tener la cabeza levantada. Todavía tengo la foto. ¡Casi nos matan!".

En cambio, su compañero comenzó en la Oficina Técnica, dibujando planos sobre un tablero. Pero luego de la insistencia de sus superiores, pasó al Taller de Estructura. "Al principio dije que no, que quería estar tranquilo en la oficina. Pero una vez que conocí el trabajo del taller no quise irme. Ahí se te pasa el día volando". A partir del año 1990, es jefe del departamento que agrupa las áreas de Taller, Prefabricado y Gradas. "Desde que entra el material al taller hasta que el barco está en el agua, es mi sector", enfatiza orgulloso.

Los dos se conocen bien, sin embargo, la carrera dentro del astillero los separó y -a veces- los enfrenta. "A los de calidad no nos quieren mucho. Nos peleamos porque tengo que hacer cumplir los estándares que exigen. Y los cumplo, no?", pregunta Domingo mientras guiña un ojo y señala a su compañero.

"No peleamos - lo contradice Ponte-. Discutimos, nada más. Estos de control de calidad...", dice como si a menudo lo hiciera renegar.

No obstante, concuerdan en algo: la construcción naval es un arte. "Un oficio no se hace de un día para el otro. Hay que estar arriba del trabajo y mamarlo desde chiquito. Se enseña en la práctica", asegura Héctor. "Es un aaarte", afirma Fianaca con voz caricaturesca, mientras su compañero asiente con la cabeza.

Una costumbre de los más viejos es pensar que todo tiempo pasado fue mejor. Ellos no pueden evitarlo. "Soy un admirador de la juventud, pero comparando con la época nuestra, es el día y la noche. Ahora no hay mucho interés, nadie te dice que quiere ser oficial mecánico, que quiere aprender un oficio. ¡Traeme un tipo así!", dice Domingo enojado. Y dispara: "Mi oficio es mirar, entonces, estuve mirando y noté que hay pibes de veinte años manejando un tractor. Nooo, eso es para un viejo. Los pibes tienen que aprender un oficio. Si acá nadie se lo niega".

En pocos meses Domingo y Héctor se jubilan. Sin embargo, seguirán ligados al Astillero, porque como lo han dicho: es su vida. "A mí siempre me gustó navegar, estar en los barcos", aclara Domingo como si no fuera evidente. "Me voy a comprar un barco, por lo menos para poder cruzar el charco".

Héctor tiene una teoría sobre esta nueva etapa: "El que se jubila y se pone el pijama y las pantuflas, chau. Hay que seguir, tener una ocupación. Por suerte estoy en el club Astilleros y siempre hay algo para hacer. Me quedaré allí, renegando".

Estrellado por la televisión

L
os cinco minutos de fama de Sergio Escobar no fueron, paradójicamente, de lo más grato. Durante la botadura del Alpina le habían realizado una entrevista, junto a tres compañeros, en la que los consultaron acerca de sus sentimientos respecto a lo que estaba sucediendo, les preguntaron si el trabajo había aumentado y qué pensaban del gobierno nacional. "Dijimos que era un orgullo haber hecho el barco y que veíamos con buenas perspectivas el futuro porque anunciaron otros dos barcos. Lo marqué como un triunfo de los trabajadores después de tantos años de lucha. Lo mismo que hubiera dicho en cualquier lado", relata Escobar.

Posteriormente sus compañeros le comentaron que habían visto un spot publicitario donde aparecía su imagen. Con una pequeña sorpresa: "Me habían cambiado el nombre. Y había un mensaje que decía el gobierno construyendo. ¡Terminé haciendo propaganda oficial!", cuenta con bronca.

De inmediato, Escobar se entrevistó con las autoridades del Astillero para protestar porque sus declaraciones se hubiesen usado, sin su consentimiento, para favorecer al gobierno. Para colmo, Escobar representa la oposicion acérrima al modelo económico de Duhalde y Menem. "Tengo veinte años de miltancia en la izquierda", se encrespa.

Como la publicidad siguió difundiéndose, decidió hacer una denuncia pública que salió en todos los medios de comunicación. Además, envió una carta documento intimando al gobierno a que en el plazo de 48 horas retirase el video de circulación y le brindara derecho a réplica. "Utilizaron mi figura para hacer propaganda oficial, sacaron mis palabras de contexto y me cambiaron el nombre", concluye aún indignado.

Al día siguiente, el spot se hizo humo. Pero su atribulada e involuntaria estrella nunca recibió disculpa alguna, y tampoco se le concedió el solicitado derecho a réplica.

Chapa de héroes

De las aulas de la escuela del astillero a la guerra y de la guerra a las aulas. En las islas, su carácter de trabajadores los ayudó a sobrevivir. Durante la posguerra, sus compañeros los contuvieron. Hoy, transmiten su experiencia a los alumnos

Un telegrama recibido a fines de marzo de 1982, cambió la vida de cuatro alumnos de la Escuela Técnica Astillero. Un llamado de las FF.AA. los mandaba a combatir a las Islas Malvinas. Abandonaron los estudios, las prácticas laborales, y se alistaron en el Regimiento 7 de La Plata.

Veintiún años después volvieron a la escuela, pero no como alumnos sino a contar a las nuevas generaciones de técnicos su experiencia en el frente de batalla.

Era la primera vez que Vicente Bruno, Roberto Coria, Gabriel Olavarría y Tomás Zócaro, contaban sus vivencias y padecimientos en Malvinas. Muy emocionados, se alejaron de sus puestos de trabajo en Astilleros para conmemorar un nuevo aniversario del 2 de abril. Durante dos horas, respondieron -con una mezcla de nervios y buen humor- las inquietudes de alumnos y profesores.

"Cuando partimos éramos como ustedes, un poquito más grandes. Hacía sólo una semana que trabajaba en Astillero. Y la verdad, no estába preparado para la guerra", relata Zócaro.

Los ex combatientes describieron con humoradas, las desavenencias que tuvieron que sortear en el frente: "Cuando nos quisimos dar cuenta estábamos solos. Teníamos que decidir y actuar por nosotros, buscábamos al oficial a cargo y no estaba", dice Zócaro. "Hubo oficiales que se pegaban un tiro en un brazo o una pierna para volverse. Ahora son héroes", añade Bruno.

-¿No tenían miedo?, preguntó preocupado uno de los alumnos.

-Siempre tenés miedo- responde Zócaro. El que dice que no, miente. De todas maneras, estaba dispuesto a quedarme, igual que mis compañeros.

El ruido de las bombas cayendo aún sigue resonando en sus cabezas. "Cuando te bombardean no sabés qué va a pasar, mirabas los aviones y te temblaban las piernas. Desde que empieza el combate, minuto a minuto estás diciendo acá soy boleta", señala Tomás.

Otra de las curiosidades de los futuros técnicos fue cómo vencieron al frío y el cansancio. "Soportábamos temperaturas de quince grados bajo cero, con sólo una campera. Muchas veces estábamos mojados y la única manera de aguantarlo era estar en movimiento", relata Olavarría. "Llega un momento en donde solamente dormitás. El cuerpo no te da más y un descanso tenés que hacer . A medida que pasa el tiempo te vas acostumbrando al bombardeo, al miedo, y algo dormís, siempre hay uno que te cuida".

Los profesores rememoraron las colectas y festivales realizados por los trabajadores del Astillero para juntar y mandar comida. Sin embargo, nunca les llegó. "Se la guardaban los oficiales, nos teníamos que arreglar yendo al pueblo, robando depósitos de los ingleses, o saqueando nuestros depósitos", narra Zócaro. Y Bruno agrega: "comida había, pero para conseguirla tenías que pagar".

"Cuando se dio la rendición, nos metieron a todos en un gimnasio, teníamos un hambre bárbaro. Los oficiales ingleses nos mostraron todo lo que había llegado desde acá. Estaba lleno de alimentos. Me acuerdo que comí dos cajas de cuarenta y ocho chocolates cada una. Esa fue la última vez que los probé. Me empaché", cuenta Zócaro mientras los chicos ríen.

La vuelta a casa también fue traumática. "Estuve encerrado en una pieza hasta fines de noviembre", cuenta Bruno. "Hoy en día cuando escucho pasar un avión no me quedo tranquilo hasta que lo veo desaparecer".

No obstante, los cuatro aseguran que el regreso a sus casas fue más fácil sabiendo que tenían trabajo. "Nosotros tuvimos una ventaja: recibimos el apoyo y la contención de nuestros compañeros. Otros chicos se encontraron con que no tenían trabajo ni apoyo y que mucha gente los discriminaba o los trataba de locos. Muchos estuvieron muy mal y algunos se suicidaron", añade Zócaro.

El reloj marcó las 12 del mediodía y la charla llegó a su fin. La emoción y los nervios dieron paso al almuerzo. Alumnos y ex combatientes del Astillero Río Santiago, compartieron unas pizzas en el aula.