Treinta años después, de la plaza al balcón
Página 12
Muchos de los que hoy asumen en el gabinete presidencial, hace treinta años estuvieron en la Plaza de Mayo como expresión de una generación que se incorporaba a la política. En parte se trata de un proceso de decantación cronológica pero, manteniendo las distancias y el tiempo, también hay un hilo histórico.
El 25 de mayo de 1973 asumió el presidente Héctor J. Cámpora y se retiró el gobierno militar que había irrumpido con un golpe de Estado en 1966. Una multitud se agolpó en la Plaza de Mayo para festejar el fin de la dictadura y la asunción del nuevo presidente. La mayoría no tenía más de 30 años, eran jóvenes que se habían formado en las escaramuzas populares contra la dictadura y formaban parte de una nueva generación que se incorporaba a la política argentina. En sus pancartas llevaban leyendas de Montoneros y la Juventud Peronista. Varios de los que confluyeron aquella vez a la Plaza con la alegría y el desparpajo de los jóvenes y el entusiasmo y al mismo tiempo la inexperiencia de los primeros pasos, hoy, exactamente 30 años después, asumirán como ministros del gabinete presidencial. El mismo Néstor Kirchner y su esposa Cristina, como militantes de la Juventud Universitaria Peronista (JUP) de La Plata, participaron de esa jornada.
El ministro de Trabajo, Carlos Tomada, el canciller Rafael Bielsa, el jefe de Gabinete, Alberto Fernández; el ministro de Educación, Daniel Filmus, y el secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilli, entre los integrantes del gabinete presidencial, dieron sus primeros pasos de la militancia peronista en la JotaPé de aquellos años, que para muchos en el peronismo y fuera de él tiene connotaciones legendarias, y para otros, dentro y fuera del peronismo también, lleva la marca del demonio.
El hecho puede significar dos cosas: que ganaron los Montoneros, como insinuó con rencor Carlos Menem cuando renunció a presentarse a la segunda vuelta, o que el paso del tiempo, por un proceso natural de decantación cronológica, llevó a miembros de esa generación a ocupar las posiciones más altas del protagonismo político.
Como sucede siempre, la realidad es una mezcla. Porque de hecho, hasta una de las principales dirigentes del partido de Ricardo López Murphy, Patricia Bullrich, forma parte de esa generación y proviene de esa militancia.
La frase de Menem fue: "Para la segunda vuelta pasaron dos candidatos, uno que viene del montonerismo y otro, como yo, que pasó su vida luchando contra los Montoneros". Pero lo cierto era que en 1973, cuando ganó por primera vez la gobernación de La Rioja, se alineó con los gobernadores más cercanos a las propuestas montoneras, como eran los de Salta, San Luis, Santa Cruz, Córdoba, Mendoza y Buenos Aires, y sus discursos eran a veces más duros que las proclamas de la organización guerrillera. Después se acercó a Isabel Perón y se distanció de la JotaPé. Pero los primeros actos en los que participó tras el retorno de la democracia fueron los de la fuerza que encabezaba el caudillo catamarqueño Vicente Leonides Saadi, donde se enrolaban los restos de Montoneros. Y varios de sus colaboradores en los dos períodos presidenciales, como Diego Guelar, Fernando Galmarini, Alicia Pierini o Pablo Rojo, habían militado en las filas de la izquierda peronista y, en algunos casos, con mucho más protagonismo que los integrantes del nuevo gabinete. Y muchos de los diputados y senadores del PJ de los últimos 15 años tuvieron también ese origen político, como el actual presidente del Senado, José Luis Gioja, y el titular de la bancada justicialista en Diputados, Humberto Roggero, o el actual gobernador de la provincia de Buenos Aires, Felipe Solá.
La militancia de los años '70 fue eso y resulta inútil o interesado sacarla de ese contexto. Es importante, en cambio, tomar en cuenta este proceso para el balance histórico y para refutar la mentira floja de la teoría de los dos demonios. La militancia de aquellos años no fue un grupúsculo voluntarista sino un fenómeno masivo que, por lo tanto, tenía profundas raíces en el proceso político y social de esa época. Lo mismo puede decirse, obviamente, de los militares golpistas. Ni unos ni otros salieron de un repollo. No se trataba de dos grupos enfrentados, aislados de la sociedad. Muy por el contrario, fueron la expresión más cruda de una sociedad dividida por las proscripciones, la represión y el autoritarismo.
Podría decirse entonces que la militancia de los '70 es un hecho importante del pasado, que no tiene por qué ser una marca o una línea de conducta en el presente. Pero tampoco es del todo así. Porque esos años de militancia no fueron como otros cualesquiera, están marcados por la sangre, la desaparición, la tortura, el exilio y la muerte de familiares y amigos.
Fueron años de luchas duras y sacrificios en los que se gestaron lealtades profundas. A algunos más, a otros menos, incluso a los que participaron en el gobierno menemista, les pesa la idea de traicionar ese recuerdo, aunque algunos lo hagan.
Tomada integró los equipos Político-Técnicos de la Juventud Peronista; Parrilli militó en la JUP de Derecho en Buenos Aires; Filmus trabajó en la Dirección Nacional de Educación para Adultos (DINEA), que dirigió Carlos Grosso, pero cuyos docentes eran de la JotaPé; Rafael Bielsa fue militante de la JotaPé de Rosario y fue secuestrado y torturado por efectivos del Segundo Cuerpo de Ejército al mando de Leopoldo Galtieri, y Alberto Fernández militó en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), que era la expresión secundaria de la JotaPé. El mismo Roberto Lavagna comenzó su carrera pública en el gabinete de Economía de José Ber Gelbard. Y el ministro de Salud, Ginés González García, fue uno de los jóvenes sanitaristas que desarrolló el plan de salud en la provincia de San Luis, donde había ganado la gobernación una alianza entre la JotaPé y el caudillo provincial Elías Adre. Algunos, como Bielsa, sufrieron la represión en carne propia, otros, como el mismo Kirchner, debieron ocultarse después del golpe militar del 24 de marzo de 1976.
Pero en 30 años pasó mucha agua bajo el puente y no hubo una estructura política que mantuviera a esa generación en las mismas posiciones. La mayoría sostuvo su militancia en distintas expresiones. Fernández participó en la agrupación del PJ porteño de Jorge Argüello que terminó aliada a Domingo Cavallo, del que luego se separó para unirse a los primeros contingentes que respaldaban a Kirchner. Bielsa y Tomada participaron como extrapartidarios en la segunda línea del gobierno de Raúl Alfonsín, al igual que Lavagna. La mayoría de ellos respaldó a Antonio Cafiero en la provincia de Buenos Aires e incluso apoyó a Menem en 1989, de quien luego se distanciaron a principios de los '90, cuando el ex presidente se enroló abiertamente en posiciones neoliberales. Finalmente convergieron cinco años atrás, cuando Kirchner convocó a intelectuales, dirigentes y militantes peronistas enfrentados al modelo económico-social de Menem-Cavallo, en el llamado Grupo Calafate.
Puede decirse, por otra parte, que lo que sí tienen en común, además de ese principio generacional histórico, es que, en general, fueron parte de la minoría del peronismo que no se comprometió con el proceso menemista. Casi todos ellos tuvieron muy bajo perfil durante los años '90 y por ese motivo se los relaciona más con la militancia de los '70. También porque el Grupo Calafate fue integrado por muchos otros que no están en el gabinete pero que apoyaron a Kirchner, como Jorge Taiana, Carlos Kunkel, Daniel Ciessa, Ramón Torremolina, Miguel Talento, Miguel Bonasso, Eduardo Luis Duhalde y el ex ministro del Interior de Cámpora, Esteban Righi, todos ellos presos o exiliados durante la dictadura.
Si bien todos ellos tienen esos antecedentes en común, el mismo origen y el no compromiso con el menemismo, no se puede decir que todos piensen de la misma manera. Por otra parte, tampoco puede decirse que el espectro que apoya a Kirchner y conformó su gobierno se agote en esa vertiente histórica del peronismo. Pero es cierto que aquella generación que se incorporó en los años '70 a la política argentina a través de la Juventud Peronista hoy está en la madurez de sus capacidades y comienza a asumir las responsabilidades más importantes. No es que ganaron los Montoneros. Pero hay un hilo histórico que resulta insoslayable y tendrá un efecto saludable para la sociedad en su conjunto que, de una vez por todas, debería asumir la historia como propia y no como hechos ajenos, según su conveniencia.