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Argentina: La lucha continúa

Mi voto

por Hernán López Echagüe

Si uno pasa la vista por el devenir de las distintas democracias a lo largo de las últimas décadas, es fácil advertir que el propósito casi excluyente de los poderes políticos de turno no fue otro que la creación de sociedades esclavas en donde imperen el amor y el respeto hacia semejante estado de esclavitud.
MI VOTO
Si uno pasa la vista por el devenir de las distintas democracias a lo largo de las últimas décadas, es fácil advertir que el propósito casi excluyente de los poderes políticos de turno no fue otro que la creación de sociedades esclavas en donde imperen el amor y el respeto hacia semejante estado de esclavitud.
Argentina, me parece, se ha convertido en un descuadernado territorio habitado de gente que, en su mayor parte, vive esclavizada en función de un amor perverso, vano e inconducente hacia el fetiche de una democracia que no contempla de modo alguno sus deseos. Y jamás lo hará. Una democracia donde todos los deseos y necesidades básicas del pobre están castigados con la cárcel, el asesinato y la persecución judicial, no es una democracia.
Ha transcurrido más de un año del estallido y todo indica que la buena o mala fortuna del país de modo alguno depende de lo que puedan hacer estos candidatos de almacén que repletan diarios y noticieros con sus discursos de morondanga; criaturas estrafalarias que hablan sin decir, que dejan caer palabras como granos de maíz. Candidatos que parecen burlarse de la sangre ajena.
A lo largo del último año, y durante los primeros meses del presente, tuve la suerte de recorrer distintos rincones de Neuquén, Río Negro, Córdoba y Rosario; Santiago del Estero, Salta, Jujuy y el gran Buenos Aires. Y me atrevo a pensar que la factibilidad de un cambio está en la conducta ejemplar de los movimientos y organizaciones de trabajadores desocupados, de campesinos, de agrupaciones sociales que, distantes, muy distantes de los influjos de los partidos políticos, dan la impresión de haber comprendido con rara sabiduría los sucesos de diciembre y, por tanto, han resuelto prescindir de intermediarios ubicuos y tomar el curso de la historia en sus manos.
Un mundo en continua ebullición, subterráneo, ajeno a los ojos de la mayor parte de la sociedad, pero que sin embargo tendría que ser noticia diaria, pues lo habitan miles de personas que han decidido echar por tierra toda respuesta formal, engañosa y heredada. Han plagado el aire de interrogantes. Entretanto, con una urgencia y convicción propias de hormigas hacendosas, se encuentran absortas en la construcción de una respuesta. Una punzadora realidad a salvo de líderes iluminados, de vanas disquisiciones acerca de la pelambre de dirigentes políticos y sindicales; desprovista, en fin, de inconducentes batallas dialécticas sobre las posibilidades electorales de un candidato u otro. Me refiero, desde luego, a todas aquellas organizaciones que han hecho de la autonomía, de la independencia y de la horizontalidad, sus principios motores.
Reivindicar la gallardía de los asesinados en diciembre de 2001, y, simultáneamente, contemplar con amabilidad este proceso electoral fundado en la desfachatez, en la más atroz de las contumacias, en el anhelo de perpetuar un estado de cosas cuyo lugar común es la muerte, en el sentido más lato de la palabra muerte, se me antoja insultante.
Una sociedad donde priman el temor a un cambio profundo y definitivo, y una buena dosis de desdén hacia el vecino, corre el riesgo de ahondar aún más el estado de miseria y despojo en que vivimos sumergidos desde hace décadas.
No pretendo ser cómplice de esta farsa.