El grito silencioso
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El 19 de diciembre de 2001, 60.000 personas exigieron que se vayan todos (los políticos) en Plaza de Mayo.
El 27 de abril de 2003, 19 personas se reunieron en Plaza de Mayo para repetir el grito mientras el resto de la sociedad votaba por los candidatos de siempre.
A las diez de la mañana, los integrantes del espacio contraelectoral se sentaron en uno de los canteros linderos a la Pirámide de Mayo, comenzaron a cebar mate y arremetieron con las medialunas. Había miembros de la Asamblea de Plaza de Mayo, de la Asamblea Popular del Cid Campeador, de la Asamblea de Paseo Colón, del Colectivo Intergaláctika y de Indymedia.
Gustavo, miembro de la Asamblea Popular del Cid Campeador, era el encargado de recolectar nombre y número de documento de cada asistente para remitirlo a otra asambleísta situada en Villa Crespo. "Es por seguridad", explicó.
El Oso -así le dicen a Gustavo- en las elecciones anteriores había votado a Luis Zamora, pero ahora impugnó su voto. "Todavía tenía un último deseo de votar, por eso metí algo en la urna". "Algo", fue una boleta elaborada por el Movimiento de Trabajadores Desocupados de Lanús que tenía las fotos de los piqueteros asesinados Darío Santillán y Maximiliano Kosteki acompañado por el lema Trabajo, Dignidad y Cambio Social. Por último, se leía una frase de Eduardo Galeano: "Si las elecciones sirvieran para algo ya las hubieran prohibido".
Sin que nadie se lo pida, Gustavo se convirtió en el primero en buscar alguna explicación a la escasa cantidad de asistentes: "Ayer hubo represión en el carnaval contraelectoral organizado por la Asamblea de Colegiales, está lo del otro día de Brukman. Todo eso nos jugó en contra. Muchos decían que hacer esta asamblea era una locura".
La reunión parecía un pic-nic. Una joven asambleísta se paró y colgó de un arbusto una bandera de un metro por cincuenta centímetros. Con letras rojas se leía: "Asamblea Popular Democracia Directa". "Nos chicanean diciendo que como no votamos queremos dictadura, pero lo que queremos es más democracia, directa. Que nadie nos interprete", definió María José Cánepa, de la Asamblea de Plaza de Mayo.
Todos se aprestaban a dar comienzo formal de asamblea y Juan propuso un debate. "¿Por qué si en diciembre la sociedad salió a la calle para que se vayan todos, hoy la mayoría de esa gente los vuelve a votar?"
Pero no hubo tiempo para respuestas. En ese momento llegó el comisario Jorge Capece:
Les notifico que no pueden estar acá. Es una orden del juzgado federal electoral. Vayan a su domicilio -dijo y sin dar tiempo a ninguna reacción preguntó-: ¿Quién organiza esto?
Nadie- contestaron los asambleístas a coro, desorientando al comisario.
Esto no se puede hacer. Para evitar inconvenientes mayores, los invito a retirarse- insistió Capece con ese típico tono paternal que más que consejo suena a una amenaza.
Dénos diez minutos para organizarnos -pidieron los asambleístas. El comisario concedió.
Los asambleístas comenzaron a debatir qué hacían. "Vamos al Obelisco", propuso uno. "Saquemos la bandera y no nos van a romper las pelotas", aseguro otro. "Esto mismo pasó la primera vez que se reunieron acá las Madres de Plaza de Mayo y ellas empezaron a caminar alrededor de la Plaza para que no las echen", recordó un tercero. "Hagamos comisiones de a tres y demos vueltas. No nos van a poder decir nada, tenemos derecho a caminar por un espacio público como todo el mundo", dijo Emilio Spataro, el más joven del grupo.
Los asambleístas comenzaron a caminar en grupitos y se identificaron con un prendedor que decía: "Una vez más nos quieren hacer boleta. Rechazamos esta farsa electoral". Cada grupo comenzó a debatir sobre la autonomía, la horizontalidad, la autogestión y, por supuesto, la democracia directa. Pero a los quince minutos volvió a aparecer Capece, esta vez con frases antológicas que desnudan una vez más el pensamiento policial:
La ley es para cumplirla, nadie les pregunta si está bien o mal. El juzgado electoral dio directivas de que no puede haber reuniones de personas -arremetió el comisario.
Pero ya levantamos la reunión, estamos caminando. No hacemos desorden ni nada grave- respondió una asambleísta.
Si actúa la policía y usted va preso, queda preso. Nunca cometí un exceso, no quiero hacerlo con ustedes. No se puede hacer reuniones partidarias- amenazó Capece.
No estamos haciendo ninguna manifestación partidaria. No tenemos banderas. Lo suyo es prejuzgamiento
Yo no prejuzgo. No hace falta, yo sé cuál es su ideología- dijo socarronamente.
Usted hoy votó, también tiene una ideología. ¿O no votó e infringió la ley? Nosotros no pertenecemos a ninguna fracción política y por eso estamos acá.
Usted es simpatizante de una facción. Yo participé en más de 3000 manifestaciones, conozco muy bien a todos. Sé quienes son los de Castells, los de la Patricia, los de la Ripoll. Acá, recién había uno de Izquierda Unida.- acusó el comisario y dio por finalizada la conversación.
En apenas segundos comenzaron a escucharse ruidos. Sonaban a metales que golpeaban. No eran cacerolas. Eran vallas. La plaza quedó rápidamente cercada. Aparecieron patrulleros que cerraron las calles. Los asambleístas decidieron marchar hacia el Obelisco. "No pongamos la cabeza debajo del palo", dijo el Oso. "Es gracioso -agregó Lilián-. Estoy recagada en las patas, pero mirá el miedo que genera en la policía que haya 20 tipos juntos, que están hablando".
En el Obelisco resurgió la discusión de la bandera. "¿La ponemos?", preguntó Lilián. "No, es una provocación", le contestó un compañero. "¿Pero la desobediencia civil no es acaso una provocación?", preguntó José, el más veterano del grupo.
Finalmente, la bandera no flameó y los manifestantes volvieron a dividirse en grupos para discutir la autonomía, la autogestión, la horizontalidad, la represión, la democracia directa. Aparecieron también temas recurrentes: el daño que los partidos de izquierda hicieron a las asambleas, las dificultades de trabajar en el sistema y militar fuera de él, cómo comprometerse con la labor comunitaria cuando la necesidad económica personal no es agobiante. Por los debates también desfilaron Bakunin, Trotsky y Marx, entre otros próceres de la teoría de izquierda. Y como aperitivo del almuerzo hubo picadillo de PO, MST, PTS y CCC. "Esos no se quedaron en el 45, se quedaron en 1912", bromeó Emilio.
"Estamos ganando -aseguró Emilio mientras devora las empanadas que trajo María José-. Hace un año nadie hablaba de democracia directa o autogestión. Ellos miden su éxito en votos, nosotros en construcción profunda, en nuestro trabajo en los barrios, en fábricas tomadas".
Ya eran las dos de la tarde. Los asambleístas marcharon a Brukman, la próxima estación. Caminaron por Cerrito hasta el subte A mientras colocaban narices de payaso a todo candidato que sonreía desde un afiche. "No sirve de nada la democracia representativa con la dictadura del capital. Hay 20 personas que hoy tienen la conciencia tranquila. Somos consecuentes con nuestros ideales La única derrota es traicionarse a sí mismo. Para algunos somos naife porque decimos que lo más importante de la política es la dignidad, el amor, la felicidad", subrayó Emilio.
Ya en el subte, Ezequiel, de la Asamblea del Cid, se mostró menos optimista que su compañero: "Vengo de Londres y creo que hay que inventar algo nuevo. En Londres juntaron un millón de personas contra la guerra, voltearon dos ministros y de todas maneras el poder hizo lo que quiso, siguió adelante con la guerra. Creo que hay que buscar una forma de organización institucional sin aceptar caer en la cultura de estos partidos. Es mucho más difícil de lo que pensaba".
Mientras tanto, José seguía preguntándose por qué tan poca gente llegó a Plaza de Mayo. "Tendremos que hacer una evaluación por qué concurrimos a las reuniones de organización representantes de distintos espacios y no pudimos garantizar la presencia de los militantes de esos mismos espacios", señaló.
Finalmente la asamblea contraelectoral llegó a Brukman. Allí la escenografía ya no era de pic-nic, sino de campamento. Había una decena de carpas en la plaza Sargento Cabral. En ellas duermen los que están haciendo el acampe solidario con las obreras de Brukman. Cincuenta personas y un guiso humeante completaban el paisaje.
Los asambleístas pidieron permiso a los trabajadores de la fábrica textil para realizar allí su actividad. Una vez concedido, se sentaron en ronda y, por fin, dieron inicio a la asamblea. Se sumaron miembros de las asambleas de Colegiales y Adrogué. También varios extranjeros: había dos franceses, dos estadounidenses y un alemán. En la rueda ya había unas 35 personas.
Juan tenía una botella de plástico en la mano y propuso un juego: el envase debía volar de mano en mano y quien la sujetaba debía explicar qué hizo con su voto y por qué.
"No voté porque sería darle un voto de confianza a esta dirigencia", arrancó Juan.
"Fui a votar porque me obligó mi mamá. Pero impugné mi voto y saqué todas las boletas que había", confesó Pablo.
"No creo en la democracia representativa y tampoco en este Estado. Por eso no tengo ni siquiera documentos. Además estas son elecciones truchas", apuntó Emilio.
"Estoy harto de optar entre opciones que deciden otros. Estoy cansado de ver siempre a los mismos. Creo en la democracia directa", explicó Octavio.
"Puse la boleta de las asambleas, que dice que se vayan todos. Además dejamos una pila en el cuarto oscuro para que la gente la ponga en las urnas", dijo Alberto.
"Siempre vote, hoy no. Creo en el Estado, pero no en este Estado, cooptados por los que están en contra de los sectores populares."
"Yo no voto porque soy de los Estados Unidos, pero me atrae mucho lo que esta haciendo. Las acciones de ustedes son mucho más reales que nuestras discusiones teóricas", sostuvo una joven con dificultoso castellano.
"No quiero ser cómplice de más hambre, más desocupación, más muerte. Por eso puse en el sobre la boleta de l os MTD", manifestó Marina.
"Nunca en mi vida vi gente que el día de las elecciones se junte en una plaza a discutir. Pero yo quería introducir el tema de la segunda vuelta. Porque yo acuerdo en que nada va a cambiar votando a estos candidatos. Pero también creo que hay diferencias que nos afectan. No va a ser igual la represión con Menem que con Kirchner", dijo un alemán que no votó por ser alemán.
"Con De la Rúa hubo 30 muertos, así que a la hora de reprimir, todos reprimen igual", se enojó María José.
"Siempre voté a la izquierda, pero ahora que vi cómo se manejaron en las asambleas, prefiero no votar a nadie", señaló Lilián.
"Soy anarquista. En 60 años nunca voté. Tonto es aquel que haciendo siempre lo mismo piensa que las cosas van a cambiar".
Así, uno a uno, fueron dando sus argumentos. Después siguieron otros temas. Otra vez se hurgó en las razones de la escasa participación y de la seguridad. "Algunos dirán que somos tres gatos locos, pero muchos movimientos comenzaron así", se dio fuerza Octavio antes de reclamar la articulación de con piqueteros, fábricas tomadas y ahorristas. "No supimos articular, hubo cinco espacios contraelectorales y cada uno fue por su lado. Las asambleas tenemos escasa mirada política y cuando alguien la propone, enseguida se la acusa de pertenecer a un partido. La elección era una posibilidad para interpelar a toda la sociedad y la desperdiciamos", se lamentó Martín de Colegiales. "Busquemos la manera de seguir y que esto no se acabe aquí", pidió Lilián. "Juntémosnos acá mismo el sábado que viene para ver qué hacemos para el ballottage", fue el consenso final.
Los asambleístas, entonces, hicieron el último juego. Se pararon, cerraron los ojos y se tomaron de las manos entre todos. Quedaron enredados. Y debían desenredarse. Se sintieron cerca, solidarios, cooperadores. Así quieren ser.