El cuadro electoral fragmentado que se auguraba, se ha confirmado en la votación del domingo. Ningún candidato llegó al 25%, y fueron cinco en total los que sobrepasaron holgadamente el 10%. En cuánto al bautizado 'voto bronca', brilló por su ausencia: bajo nivel de ausentismo y reducida incidencia de votos nulos o en blanco. Estas elecciones, las más 'anormales' en cuánto a su planteo (exclusivamente a presidente y vice, con los híbridos 'neolemas', con constantes cambios de fecha y legislación), terminaron dando un resultado, dentro de esos parámetros, bastante previsible. Si se hace abstracción de la surrealista situación de que dos candidatos de un mismo partido diriman una segunda vuelta de elecciones a presidente, probablemente única en la historia electoral mundial, podríamos decir que nos encontramos con lo 'normal'. No se dio el ominoso cuadro de una segunda vuelta entre las dos variantes más a la derecha, y nadie inesperado irrumpió en los primeros lugares. Quizás valga la pena explorar mínimamente el sentido de los diferentes sufragios.
El voto a Menem. Casi una cuarta parte de los sufragantes se inclinaron por el ex presidente. Con más presencia en las áreas periféricas y en los centros urbanos medianos y pequeños, el riojano parece haber conjugado el voto de los nostálgicos de los primeros años 90' y sus halagos al individualismo y la satisfacción consumista, con el de sectores de bajo nivel de politización e información, que siguen apostando al perfil de astucia, espíritu siempre ganador y cercanía emotiva de Menem, junto también a la reivindicación de los años de estabilidad económica, si bien con matices diferentes a los del grupo anterior. Alcanzó para mostrar la renovada vigencia de un hombre que hace menos de un par de años llegó a parecer un cadáver político, pero no para ponerlo en condiciones reales de disputar la segunda vuelta con éxito. Más de la mitad del electorado afirma que no lo votaría en ninguna circunstancia, y el hombre de Anillaco no parece tener otro 'reservorio' de eventuales sufragios en la segunda instancia que una parte del electorado de López Murphy, el que votó al ex ministro con adhesión consciente a su programa neoliberal, y no los que se prendaron a último momento de su imagen de hombre 'serio y honesto' viéndolo como una renovación frente a los políticos profesionales tradicionales. Y tal vez alcance 'arañar' parte del electorado de Rodríguez Saa, el más subyugado por las prácticas caudillistas, y menos interesado en el discurso nacionalista y cercano al peronismo 'tradicional' del hombre de San Luis.
Kirchner. El amago de crecimiento vertiginoso de L.M, mezcla de realidad con 'operación', le dio el envión final al candidato de Duhalde. Pero sobre una base creada previamente: La creencia de que Kirchner era el único candidato que garantizaba la gobernabilidad, en medio de este proceso institucional deforme en el que cualquier otro elegido se hubiera enfrentado a Congreso y gobernaciones provinciales abrumadoramente hostiles. Mucha de esa prudencia casi 'fatalista' impulsó ese voto. Y en otra dirección, el gobernador consiguió buena parte del voto peronista que repudia la deriva conservadora del menemismo, pero al mismo tiempo se considera definitivamente 'de vuelta' de cualquier amago de radicalización o de énfasis en el nacionalismo económico, ese que en una forma algo fantasmagórica encarnaba Rodríguez Saa. Todo ello, por cierto, con el valiosísimo aporte del gigantesco 'aparato' bonaerense, y de otros no tan imponentes pero con importantes grados de efectividad.
López Murphy. Ortodoxia y orden. El economista ha logrado catalizar el voto tradicional de la derecha, con un porcentaje que se aproximó al de los mejores momentos de los casi fenecidos partidos de Alzogaray y Cavallo. No todo es homogéneo allí, ya que L.M. supo hacer campaña como 'hombre de orden' a secas, mas allá de la ortodoxia económica, y también como figura reflexiva, capaz de dialogar con intelectuales y hasta de acercarse a los 'progresistas'. Economista de nota, hombre de fortuna propia, recogió asimismo beneficios de la 'antipolítica' más desideologizada, aquélla que considera que el problema fundamental es que los políticos 'dejen de robar', y por tanto tiende a confiar a alguien con medios propios de vida y que no es un 'profesional de la política'. Apoyado por La Nación, elevado a las nubes por algunos encuestadores, su figura ahuyentó hacia Kirchner votos dubitativos, y en definitiva dejó planteada una vez más una opción de derecha, las que hasta ahora siempre terminan por disolverse en Argentina. Está por verse que sucederá ahora.
Lilita y la "centroizquierda". Mezcla de pudor de quienes apenas llegan al 'centro', y de rótulo fácil para un periodismo enemigo de las definiciones complejas, el 'centroizquierda' sufrió de las secuelas de la enorme desilusión del Frepaso, de sus propias reyertas internas, del personalismo y la carga emotiva de su líder; todos manjares pesados para los paladares 'progre', y hay que reconocerlo, de la franciscana pobreza de recursos de su campaña. Pero tal vez lo peor de la actuación de Carrió es que, pese a la tremenda experiencia realizada, repitió los gestos de 'moderación', y los guiños hacia la derecha de sus antecesores. Dejó ir sin pena a sus aliados socialistas, atrajo con fruición a sus amigos conservadores, mientras pareció empeñada en no dotar de contenidos concretos el supuesto viraje radical que su propuesta entrañaba. Todo sonó a menos de lo mismo, y seguramente muchos optaron por el paraguas de K a la hora de conjugar los peores fantasmas. Con todo, consiguió los votos suficientes como para mantenerse en vigencia, por lo menos en el rol de oposición ética y fiscalizadora, y tiene una base para recomponer relaciones o buscar nuevas alianzas.
Rodríguez Saa. Los políticos argentinos, después de superar penosamente el acoso de los primeros meses de 2002, plagados de 'escraches' y repudios públicos de todo tipo, tuvieron la paradójica actitud de incrementar su sentimiento de impunidad. Si habían logrado sobrevivir a un momento tan difícil, se podía hacer casi cualquier cosa. Cómo por ejemplo, volver como candidato a un cargo del que se había huído rápidamente y con explicaciones confusas muy poco tiempo antes. El puntano lo intentó, y en aras de la audacia, se permitió homenajear a Rodolfo Walsh y a las Madres de Plaza de Mayo con Aldo Rico en la tribuna, o hacer propuestas nacionalistas en los afiches que se desmentían en los reportajes o en las exposiciones ante empresarios. No logró casi apoyos dentro del PJ, ni arrastró entusiasmos mayores dentro del establishment empresario o en los medios de comunicación, quedó a mitad de camino entre la apelación a una renovación que mal podía representar, y el levantar la vuelta a un peronismo 'nacional y popular' que su propia larguísima gestión en San Luis desmentía largamente. Algunos le creyeron, pero no los suficientes para ponerlo a tiro de ballotage.
El "que se vayan todos" y la izquierda. El presentismo electoral volvió a las cotas pre-2001, lo mismo que el nivel de voto en blanco y nulo, y el voto positivo por fórmulas de izquierda se mantuvo en niveles muy reducidos. ¿Significa esto que la movilización en contra de la dirigencia política y del entramado de poder más amplio que de una u otra manera la respalda capotó de modo definitivo? Creemos que no se trata de eso, sino de un fenómeno más acotado: Quienes proclamaron la abstención desde el movimiento social no se pusieron de acuerdo para darle un sentido claro, ni hicieron una movilización fuerte en favor de ella. Luis Zamora, la 'nueva figura' dentro del espacio de izquierda, amagó convertir el 'voto bronca' en actividad, pero se diluyó rápidamente y hasta bordeó conflictos y prácticas de la política tradicional, en una muestra práctica de las contradicciones inherentes a impugnar la institucionalidad política desde una construcción hecha desde dentro de ella. Evidentemente, la propuesta de no ir a votar, o de hacerlo con boletas de repudio o en blanco, quedó circunscripta a cuadros y dirigentes de las organizaciones que lo propiciaron, y perdió atractivo para la amplia mayoría de los que inicialmente simpatizaban con ella.
En cuánto al voto positivo por izquierda, enfrentaba un diseño electoral de movida poco favorable, como es una elección presidencial exclusiva, sin resquicio para pensar en agentes de cambio a nivel legislativo o local, ni para operar con el corte de boleta. Por añadidura, quedó enredado en algunas taras tradicionales, como la de amagar frentes a último momento, destinados a frustrarse con la misma ligereza con que se iniciaron, o llevar adelante alianzas que luego no comparten ni los afiches (los de Izquierda Unida son del MST o del PC, sólo tienen en común el rostro de Patricia Walsh), prácticas que a los ojos de muchos potenciales votantes los emparentan con la liviandad de principios de los políticos tradicionales, o los retrotraen al sectarismo tradicional en ese espacio. El crecimiento de los principales partidos de izquierda en el movimiento piquetero y en las fábricas recuperadas, no parece haber tenido esta vez repercusión electoral, quizás porque las 'bases' de esos movimientos perciben de algún modo la distancia que media entre la infatigable disposición a la lucha y la construcción social de los militantes de izquierda, y la propensión a los conciliábulos secretos y al desprecio por el movimiento social real de algunos de sus dirigentes.
A modo de conclusión
Una lectura pesimista (y afín a los intereses del establishment) podría sacar la conclusión de que 'aquí no ha pasado nada', de que buena parte de la sociedad cree entender que los políticos tradicionales son tan desagradables como inevitables, que el máximo de audacia al que puede aspirarse en el electorado mayoritario, es el sufragio a un 'progresismo' difuso y con guiños hacia la derecha como el de Elisa Carrió, y que asistimos a un proceso de reconstitución plena de las hegemonías políticas tradicionales, o bien al despuntar de fuerzas nuevas pero que tengan como base el acatamiento a la supremacía de la propiedad privada y a la intangibilidad de la institucionalidad política actual en sus grandes líneas.
Otra lectura posible es que estas elecciones se desenvolvieron en medio de una transición, en la que la evolución social y cultural no se vincula necesariamente en sus tiempos ni en sus expresiones coyunturales, con el comportamiento electoral. Lo cierto es que los dos partidos tradicionales atraviesan una grave crisis, en que las alternativas dentro del 'sistema' se expresan más en personas y marketing electoral en torno a ellas que en fuerzas políticas con alguna solidez, y que la conexión entre el amplio proceso de organización y movilización social de los últimos años y una articulación política de alcance nacional que pueda expresarla sin mediatizarla y mucho menos someterla, requiere de una experiencia y un proceso de construcción todavía no llevado a término, o mejor dicho, casi recién iniciado.
Queda claro, con todo, que las herramientas ideadas para cuestionar al poder desde las urnas, no funcionaron en estas extrañas elecciones, exclusivamente presidenciales. Aun sumando - operación con bastante de arbitrario- los escasos votos a la izquierda 'concurrencista' con los también escasos votos 'nulos' y 'en blanco', quedan bastante mas acá de la décima parte del electorado. Todo el impulso de los piqueteros, las fábricas recuperadas, las asambleas populares, no logró manifestarse en el plano electoral. Tampoco se hizo demasiado para que ello ocurriera, tal vez en el error que la apatía masiva se iba a mantener 'espontáneamente' en el momento de decidir concurrir o no, o qué cosa meter efectivamente en la urna, pero es evidente que, no sin vacilaciones y reparos, la gran mayoría decidió incidir de alguna manera en el resultado electoral. Y muy probablemente, muchísimos de los que simpatizan con alguno de esos movimientos decidirán ir a precaverse de una tercera presidencia del hombre de Anillaco, mas allá de los renovados y enriquecidos llamados a la abstención para el segundo turno.
A no desesperar, el tiempo social es más largo que el de la institucionalidad política, el cambio cultural y la construcción de organizaciones requieren de nuevas etapas, ninguna transformación verdadera es instantánea, ni siquiera breve... La apuesta a la transformación social profunda gana en profundidad y consecuencia cuando se logra apartarla de las urgencias de superficie.