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Argentina: La lucha continúa

21 de febrero del 2003

Argentina: ¡Que vuelva el que sabe!, o la sombra de la tercera presidencia

Daniel Campione

Menem es candidato a presidente, y con posibilidades reales de triunfo. Puede parecer inverosímil, pero todo indica que es rigurosamente real, salvo que encuestas, analistas y sentido común popular estén conjunta y completamente equivocados.

Entre los afiches que desplegaron hace poco la nueva campaña presidencial de Carlos Saúl Menem, vale recordar el que proclamaba 'Que vuelva el que sabe' Difícil de sobreestimar es la perversión implícita en la consigna: No hay grupos sociales con intereses opuestos, ni ideología ni proyectos, sólo hay 'saber' un conocimiento de sentido unívico: favorecer la mayor acumulación de poder y riqueza para los que ya lo poseen. Nadie conoce ese arte en Argentina como Carlos Menem. Es el mismo mensaje desideologizante, pro pensamiento único de la campaña re-electoral de 1995: 'Menem gobierna' rezaban los carteles de entonces, y 'gobernar' era representar el poder establecido, al que sólo por estupidez incurable o supina inexperiencia cabría cuestionar. Los acontecimientos de Argentina de los últimos tiempos, sobre todo la renovada organización y movilización popular, han constituido un cuestionamiento práctico a ese 'saber', que Menem viene a recordarle a la sociedad argentina, y del que se postula como el único portador eficaz. La hondura de la crisis actual, en la lectura de los partidarios del ex presidente, tiene mucho menos que ver con sus diez años de gobierno que con los tres largos que transcurrieron desde su vuelta al llano. El 'sabio' debe retornar para que vuelvan los felices días de un peso-un dólar, bajísima inflación y viajes baratos al exterior...

El político argentino que concita más rechazos, el ex presidente tratado de ladrón en público por un líder respetado y en alza como Lula da Silva, el hombre que presidió Argentina sin otra alianza permanente que la gran empresa monopólica y las finanzas trasnacionales puede volver a ser presidente de la Argentina. ¿Por qué alguien como él, de escaso vuelo intelectual, que nunca tuvo otro proyecto político que usar su adhesión a todas y cada una de las demandas de los dueños efectivos del poder como medio para el enriquecimiento patrimonial y el disfrute depredador del dominio del aparato del estado para él y su grupo de allegados, que ha hecho del cinismo y la falta de escrúpulos un modo de acción permanente, puede ser todavía un político en vigencia? En la sociedad argentina, que ha agotado su capacidad de asombro en lo que hace a inmoralidad y degradación, nadie suele ni siquiera formularse esta pregunta. Las elecciones son consideradas una farsa irrelevante por una proporción muy importante de los ciudadanos, y por tanto ni siquiera se acude a la denuncia indignada de la insólita vigencia del personaje.

La respuesta debe buscarse en el inconmovible grado de decisión y perseverancia con el que Carlos Menem se identificó con el programa máximo del gran capital, desde los días previos a su asunción presidencial en que decidió adoptar el Plan Bunge y Born, hasta el presente en el que propugna la dolarización y condena el menor atisbo de retobo frente a las exigencias de los organismos internacionales o los intereses de los conglomerados empresarios más poderosos. O mejor dicho, con la inédita combinación de esa persistente identificación con la posibilidad de atraer el voto popular. Si Menem no fuera un candidato más que aceptable para los conglomerados económicos que dominan la Argentina, o no sumara a eso una potencialidad de voto popular nada despreciable, ya estaría fuera de la escena u ocupando un lugar marginal en la misma.

Sólo abandonando la concepción restringida de 'menemismo', la que lo considera un desvío ético mezclado con un comportamiento que ostenta la falta de escrúpulos y los beneficios que esa carencia proporciona, se puede comprender, y combatir eficazmente lo que Menem representa. La comprensión menguada del 'menemismo' tiende a limitar su campo al presidente y su séquito entre siniestro y colorido, desde Alberto Kohan a Armando Gostanian pasando por los Yoma, y a algunos aliados con bases propias de poder a los que se caracteriza como empresarios, periodistas o intelectuales 'menemistas'. Y así pudo pensarse como ferviente 'antimenemista' y al tiempo convocar a Domingo Cavallo o Ricardo López Murphy como ministros de Economía, o apoyar las frustradas candidaturas de Carlos Reutemann o José Manuel de la Sota para presidentes, o balancear las potencialidades de Daniel Scioli para vice. El menemismo no es una fracción interna del Partido Justicialista, ni un círculo de amigos del líder de Anillaco, extrapartidarios o no. Ha sido un modo de expresión de la estructura social radicalmente injusta de la Argentina, del conglomerado de impunidades y complicidades criminales que atraviesa a empresarios, banqueros, Iglesia, militares, dirigentes sindicales y por supuesto a todos los partidos políticos del sistema, 'tradicionales', y nuevos, y que llevó a la construcción del mayor nivel de explotación, empobrecimiento y alienación de la historia argentina.

'Menem' no tanto como persona, sino como proyecto, sigue siendo el nombre convocante para los beneficiarios de la privatización generalizada, el debilitamiento del sistema público de educación y salud, la desregulación del mercado de capitales, la apertura comercial y financiera, la 'flexibilización' de la fuerza de trabajo, el endeudamiento permanente; en fin de toda la enorme masa de oportunidades de negocios que la aplicación veloz y completa de todo el catecismo del gran capital produjo en Argentina. Los banqueros fortalecidos en su momento por la concentración y 'extranjerización' de la banca junto con la jubilación y la cobertura del riesgo laboral privados, los concesionarios de las innumerables privatizaciones, los sindicalistas que hicieron su agosto con el remedo de 'accionariado obrero' que acompañó a algunas privatizaciones y terminaron de convertirse en prósperos empresarios tenuemente maquillados de representantes del 'trabajo', los patrones que pudieron pagar los salarios y aportes patronales más bajos en décadas, los empresarios periodísticos y comunicadores de derecha que se treparon a la cesión ventajosa de radios y canales de TV, todos los que han seguido lucrando de diversas maneras con la devaluación, las pesificaciones asimétricas y la socialización de las pérdidas privadas que siguieron plenamente vigentes después de diciembre de 1999, forman potencialmente en el partido de Menem.

El 'centroizquierda' o 'progresismo' tiene su amplia cuota en el universo menemista. El Jefe de Gobierno Ibarra y su propensión para privatizar espacios públicos y el desalojo de ocupantes pobres a beneficio del gran negocio inmobiliario, o la diputada Carrió dispuesta a considerar a López Murphy 'adversario honesto' son demostración de la extrema limitación del 'antimenemismo' que se niega a plantear una transformación radical de la sociedad y la política. Siguen en el sueño de inducir al gran capital a ser más honesto y 'responsable', o en proclamar batallas contra el neoliberalismo que se limitan a cambiar los nombres de los representantes de las grandes empresas, sin plantearse siquiera que éstas abandonen los despachos oficiales clave. Ni siquiera el papelón continuo de los dos años de gobierno aliancista los han llevado a trasponer ciertos límites infranqueables, su modelo sigue siendo, entre otros Chile, donde las cifras de pobreza, precarización laboral y destrucción de toda protección social crecen parecido a aquí, pero eso sí, sin tantos escándalos de corrupción y con mejor evolución del PBI...