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Argentina: La lucha continúa


Alfabetizar, una misión del movimiento piquetero

En una escuela de La Matanza surgió la primera promoción de adultos alfabetizados a partir de un programa originado en Cuba. Las clases están a cargo de una red que integran grupos piqueteros, asociaciones vecinales y otras ONG.
En la clase 15, los alumnos ya pueden leer. En la última, al término de cuatro meses, escriben oraciones.

Por Laura Vales
PAGINA 12

240 centros de aprendizaje en todo el país

La directora de la escuela 105 de La Matanza ha decidido que hoy irá al colegio con su papá. En una señal de que la ocasión es importante, se ha soltado el pelo, largo y oscuro, y puesto una camisa entallada. Así llega, a las corridas y un poco tarde, al edificio ubicado sobre la única calle asfaltada de la zona, para buscar el aula donde un grupo de alumnos la está esperando. Son siete adultos, seis mujeres y un hombre: un curso especial en su último día de clases.
La directora se llama Cristina Ibalo y su escuela es parte de una red de organizaciones sociales que este año pusieron en marcha un programa especial de alfabetización. Los grupos que se sumaron a la iniciativa (movimientos piqueteros, ONG, asociaciones vecinales) tomaron el compromiso de no darle difusión hasta que el trabajo estuviera avanzado. Milagrosamente, todos mantuvieron la promesa.
Ahora, en esta escuela, la primera promoción está a punto de recibirse. Desde la puerta, la directora saluda a los alumnos, pide permiso para escuchar la clase con el papá y los dos se acomodan a un costado del aula. Casi todos los que están en su interior son padres o abuelos con chicos en la primaria. Cuentan que se pasaron la vida ocultando que no sabían leer, disimulando.
"Tomé un montón de colectivos equivocados por no poder leer. Tenía que andar preguntando y era muy vergonzoso", dice Ignacio, de 55 años. "Cuando vinimos de Formosa ya era grande para ir a la escuela. Una vez, recién llegado, entré al baño de un bar y me sacaron a los empujones por haberme metido en el de las mujeres. Cuando viajaba en el colectivo veía a los que iban leyendo y decía ‘¿por qué me habrá tocado a mí no saber?’. Me daba envidia."
Sara, de 73 años, conocía las letras, "pero no podía unirlas para leer de corrido", dice. Sentada en el pupitre de al lado, Rosa cuenta que viene de una familia de zafreros. "Cuando era chica, los que servíamos para trabajar no íbamos al colegio. Mis hermanas llegaron a segundo grado. Yo era menudita y así llegué hasta cuarto. Aprendí las letras pero después me olvidé."
Al fondo del aula hay varios chicos: son hijos de las mamás más jóvenes del curso, aunque ellas, reservadas, no cuentan casi nada de su historia.
El programa de alfabetización fue diseñado en Cuba, que a través del Instituto Pedagógico Latinoamericano y del Caribe (Iplac) financió parte de su implementación, donando el material de estudio (en video) y un centenar de equipos (televisores y caseteras). El programa se está implementando en 6 países de Latinoamérica. Son 65 clases, cada una de media hora. Para darlas no hacen falta maestros, sino que cualquier persona que sepa leer y escribir puede conducirlo como facilitadora.
Aquí, el sistema funciona a partir de una red que integran el Servicio de Paz y Justicia, la Federación Argentina de ONG, el Movimiento Teresa Rodríguez, Barrios de Pie, el Movimiento de Jubilados y Desocupados, el MTD Aníbal Verón y el Movimiento Territorial de Liberación.
Letras y números
El método de enseñanza parte de una idea sencilla: todo el mundo conoce los números, aún quienes no saben leer ni escribir. Los números se aprenden al manejar dinero. En el curso, las letras se enseñan vinculadas a ellos: la a es el 1, la e el 2, la i el 3.
La primera clase es de presentación. En la segunda se aprende a sostener el lápiz y hacer trazos. Cuando llegan a la clase 15, los alumnos ya pueden leer. En la última, al término de cuatro meses, escriben oraciones.
Todo el curso en video es una telenovela en la que un grupo de actores representa a una maestra y sus alumnos. Son personajes comunes, un poco gordos, vestidos de manera no muy elegante, sin ningún peinado depeluquería y uno enseguida se identifica con ellos. En la clase que ahora empieza en la pantalla del televisor es el día de la despedida. Para mostrar sus avances, los alumnos le escriben a la maestra una carta de agradecimiento.
También los estudiantes de la escuela 105, que miran la escena, han aprendido y copian el texto en sus cuadernos. El papá de la directora mira el capítulo absorto. En el aula hay además un grupo de visitas –entre ellos Página/12– que han sido invitadas por el curso. José, el facilitador, acompaña la proyección del video con algunas explicaciones. Cuando la clase termina, los del aula están un poco emocionados. Al fondo, una de las mujeres ha sacado un pañuelo y se suena la nariz.
Todo indica que José, igual que la maestra de la pantalla, también va a despedirse. Pero hace algo fuera de programa: propone a sus alumnos que lean una serie de palabras escritas en el pizarrón, para que muestren sus logros. "¿Quién se anima?", pregunta y se producen uno o dos segundos de silencio.
"No hace falta", interviene una de las visitas desde el fondo. "Somos muchos, no nos conocemos, nos vamos a poner todos nerviosos." Pero José insiste y le pregunta a Ignacio si quisiera empezar.
Ignacio lee: "mesa", "taxi". Otros lo siguen con mayor dificultad. Sólo la directora, al borde de la silla y con la espalda muy derecha, mantiene una sonrisa de oreja a oreja. Una de las mujeres reconoce la Ve, luego la A, forma la sílaba va.
–Vaca –anuncia finalmente. En el aire hay alivio y hay festejo. La clase terminará poco después.
La directora cree que este curso fue una bisagra en la historia de su escuela. "Invité a mi papá porque él aprendió a leer de grande", cuenta a la salida, en la puerta del edificio. "Yo era una nena cuando me enteré: le robé la libreta de enrolamiento y al abrirla leí que le habían puesto ‘no sabe firmar’."
El papá asiente. "Fue cuando hice la colimba", dice. "Me hicieron poner la huella digital y abajo la frase, ‘no sabe firmar’." Después solamente sonríe: "Qué bruto fue el hombre que hizo eso ¿no le parece?".