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Argentina: La lucha continúa

17 de diciembre del 2003

Soldadito Carrasco: No fue el primero, pero sí el último

Elio Brat
Rebelión

Omar Octavio Carrasco no fue el primer soldado raso que murió en un cuartel del Ejército Argentino, pero sí el último.

Y él nunca lo supo.

Es más: poca gente sabe o conoce que ese pibe de un poquito más de un metro sesenta de altura, que casi nunca había salido de su pueblo y de su barrio en Cutral Có, que hablaba muy poco y bajito, que ayudaba a su padre entre rezos y crucifijos y que nunca había entrado a un cuartel, llegó al de Zapala, ese marzo de 1994, soñando que quería ser militar. "Luego de hacer el servicio, me voy a enrolar en el ejército porque quiero seguir la carrera militar" le dijo a su madre al salir de su casa para presentarse en Batallón de Infantería de Montaña 161, del que nunca más salió con vida.

A ver, hagamos memoria: cuando el 6 de abril de 1994, un mes después que lo habían matado, apareció el cuerpo del soldadito Carrasco tirado en uno de los costados del cuartel, la reacción fue inmediata: lo mataron adentro y la responsabilidad era del Ejército.

Así fue como los vecinos de Zapala –un pueblo patagónico con un sello a fuego del Ejército a lo largo de su historia- llegó a ver más de cinco mil personas en la calle reclamando justicia. Se podría decir que todos, absolutamente todos los que estaban en la calle gritando por Carrasco, tenían un familiar o un vínculo con alguien que tenía que ver con el Ejército. Pero salieron.

Y luego fue la ciudad de Neuquén capital, con inmensas manifestaciones que llegaron a tener más de 15 mil personas pidiendo investigación, verdad y justicia.

E inmediatamente, aunque ya desde hacía tiempo el FOSMO –el Frente Opositor al Servicio Militar Obligatorio- impulsado por el Compañero Pimentel lo venía reclamando a los mil vientos, el reclamo fue unánime: basta del servicio militar, basta de atropellos, basta de mentiras.

Fue el "chau colimba", se acuerdan? Y primero Menem diciendo que "de ninguna manera" porque "se está atacando a una de las instituciones que son pilar de la Nación, como es el Ejército Argentino".

Y luego el circo del general Balza, llegando a Neuquén y prometiendo que no se iba de aquí "sin que se supiera la verdad y los verdaderos responsables". Ni uno ni lo otro. Pero Balza se fue y la cadena de encubrimiento nunca se descubrió. O mejor dicho, nunca se la juzgó.

Porque el juicio condenó a un subteniente, hijo lamentable de la educación que había recibido él y su familia en el Ejército: Ignacio Canevaro. Y dos colimbitas, Cristian Suárez y Víctor Salazar, de los cuales hasta hoy no se sabe a quién o porqué hicieron lo que hicieron –si es que lo hicieron- el día que mataron a Carrasco.

Y entonces rápidamente Menem cambió el discurso y su estrategia. Ahora sí había que desechar el servicio militar obligatorio porque las cosas se habían ido de las manos.

Pero no fue él ni los políticos de turno en el Congreso quienes decidieron esa medida. Lo arrancó el pueblo todo, comenzando por Zapala, luego Neuquén y después la Argentina toda: la colimba no se aguantaba más. No podía ser que las familias argentinas mandaron a sus pibes de 18 años a enrolarse y luego se lo devolvían en un cajón, a escondidas porque nadie debía enterarse.

Por eso Carrasco fue el último. El último de los soldaditos muertos por un Ejército que ya tenía experiencia en matar, asesinar y desaparecer. Ocho años de dictadura y muchos más de historia habían sido su campo de entrenamiento.

Pero eso, nunca más.

Porque fue el Pueblo quien supo darse cuenta a tiempo que ese Ejército era una institución de muerte y que había que cambiarlo de raíz.

Y uno de los cambios, quizás el más relevante de los últimos tiempos –a partir del asesinato del Soldadito Carrasco-, fue que el Ejército no pudiera tener más en su seno a esos pibes tiernos de 20 años primero y 18 después.

Eso, nunca más.