Si la Navidad es tiempo de amar y compartir, de reconciliación y hermandad, ¿entonces por qué no borra de una buena vez la miseria y la violencia que vemos a diario, en todos los niveles y formas…? Con tantas navidades que han pasado, deberíamos vivir en una sociedad muy distinta. Sin embargo, la realidad impone una lectura muy distinta de las fiestas decembrinas. Veamos: no es casual que la Navidad se haya instaurado en el último mes del calendario y que sirva, además, como abreboca de la fiesta de Fin de Año. Es decir, Navidad y Fin de Año se articulan en una serie festiva que sirve como cierre a una cadena de conflictos enmarcadas en un lapso de tiempo. Ahora bien, este cierre se define bajo la bandera del nacimiento de Jesús, del Niño Jesús, que nos pide que olvidemos las diferencias, los atropellos, las injusticias, las amarguras, los resentimientos sociales y laborales, para abrazarnos y acurrucarnos cantando villancicos y gaitas frente al pesebre, borrón y cuenta nueva, pues. Pero esta solicitud tan, pero tan escatológica, no tendría sentido sino se le permite a las personas comunes y corrientes (o sea, nosotros) un aliento de alegría, un rozar el cielo con los dedos; y para eso están los aguinaldos o bonos de Fin de Año, que sirven para alcanzar el mayor grado de felicidad, el éxtasis, el clímax, que puede brindarnos nuestra sociedad: ¡comprar!, si compro, existo, la familia que compra unida permanece unida, y en fin, vaya a un centro comercial y vea la cara de satisfacción de la gente, aún con sólo mirar y admirar las vidrieras de los infinitos locales que se multiplican como altares, sus gestos de hombres y mujeres realizados y, por supuesto, para contrarrestar esta orgía de egoísmo, de hedonismo y lujuria adquisitiva, las buenas acciones se desparraman a precios de baratijas de todo a mil o, un poco más si la conciencia lo exige, claro.
Que Cristo haya nacido o no en diciembre es lo de menos, pero viene como anillo al dedo para aliviar las tensiones acumuladas en el transcurso de un año en los sistemas políticos y económicos individualistas, corruptos y perversos del planeta y del que somos parte entusiasta y militante.
Si la Navidad de verdad existiera, el mundo no sería lo que es. La Navidad, lamento decirlo, es otra droga que nos permite alucinar lo que no es real, y aún así, llorar de la emoción, abrazarnos y besarnos magullando nuestras camisas de marcas y ensuciando nuestros zapatos nuevos. Si es que nos alcanzan los aguinaldos, claro… pero eso es otro asunto.