EL 'AFFAIRE DEL AZUCAR': CUANDO EL REGIMEN 
  DE ONGANIA TOMO POR ASALTO LA PROVINCIA DE TUCUMAN (1966-1970) (PARTE III) 
  
  
  LOS EMPRESARIOS NACIONALES EN EL TUCUMAN ANTISEMITA, ANTICOMUNISTA Y OLIGARQUICO 
  
  
  Por: Roberto Pucci (especial y exclusivo para ARGENPRESS.info)*
  (Fecha publicación:07/11/2003) 
  Información Adicional 
  País/es: Argentina 
  
  Roberto Pucci, investigador de la Universidad de Tucumán, descorre el 
  velo del Tucumán reaccionario, antisemita, anticomunista y fascista de 
  los 'barones del azúcar', de la oligarquía, a la que sirvieron 
  las dictaduras militares. Con los Bussi se impuso el terror a sangre y fuego. 
  Hay otro Tucumán, popular, el de la FOTIA combativa, la de los socialistas 
  Octaviano Taire y Mario Bravo, de la Universidad de Rizieri y Silvio Frondizi, 
  de Rodolfo Mondolfo, del democrático gobernador radical Lázaro 
  Barbieri, de Monteros, comuna varias veces gobernada por los socialistas. Como 
  actuaron los 'barones del azúcar' amigos del nazismo en los años 
  treinta. Protagonismo de elementos del Opus Dei franquista. 
  
  
  La Florida y su 'Gobierno Comunitario' 
   
  Retornemos ahora a los incidentes ocurridos en los ingenios de la CAT. El 24 
  de septiembre de 1969 los tucumanos leían en la prensa local una solicitada 
  firmada por 'El pueblo de ingenio La Florida', en cuyo acápite, 'para 
  evitar suspicacias', se advertía que había sido costeada con los 
  frutos del 'gran baile de la primavera'; los miembros de la comunidad declaraban, 
  con cierto ingenuo aire triunfal, que 'en el año 1966 fuimos golpeados 
  por el Gobierno Nacional, pues en aquel entonces no estábamos organizados. 
  Sepa el Gobierno Nacional que no nos golpeará más. Somos humildes, 
  no sabemos nada de Dirección General Impositiva, ni de Coordinación 
  Federal, sólo sabemos lo que creemos y lo que vemos'. Los episodios vividos 
  en el pueblo presentaban, por cierto, algunos ribetes curiosos: la solicitada 
  tenía un tono de proclama, como que se autodenominaban 'el pueblo de 
  La Florida, organizado en un Gobierno Comunitario', y aludían incluso 
  a un 'Acta Constituyente' de tal gobierno, agregando: 'El Gobernador de este 
  Gobierno Comunitario es el señor Jaime Solá, él es el artífice 
  de nuestro engrandecimiento, a él lo seguimos porque luego de un largo 
  peregrinar encontramos a alguien en quien creer'. El capitán (R) Jaime 
  Solá, antiguo revolucionario de 1955, militar 'colorado' pasado a retiro 
  en 1963, se desempeñaba como director-administrador de los tres ingenios 
  de la CAT y miembro de su Directorio desde 1967. 
  
  El capitán Solá era, por cierto, un enérgico y eficaz conductor 
  de las fábricas, que había encontrado en esa actividad de dirección 
  de los ingenios la CAT un campo para liberar sus energías de militar 
  en retiro forzoso, al mismo tiempo que creyó haber descubierto que el 
  pueblo del ingenio La Florida constituía el territorio propicio para 
  la expansión de su vocación política. Verborrágico, 
  vigoroso, amante de la autoridad -sobre todo cuando estaba en sus manos-, convencido 
  de que había sido llamado a desempeñar una misión civilizadora 
  en esa pequeña comarca del este tucumano, el militar desarrolló 
  incansablemente la 'obra pública' tan del gusto de su especie: campos 
  de deportes, alumbrado público y mucha cal en todas las paredes. Parece 
  haber gozado de una efímera popularidad y llegó a concebirse como 
  un 'padrecito' del pueblo durante su breve paso por allí. Sin embargo, 
  eran malos tiempos para el libre desarrollo de sus ambiciones: en la solicitada, 
  los habitantes de La Florida confesaban que el 'Gobernador del Gobierno Comunitario' 
  ya se había retirado de la provincia, 'cansado por la práctica 
  y el accionar de los organismos de represión'. Es de sospechar que, tras 
  los incidentes de septiembre, Onganía y el ministro Imaz le habrán 
  hecho saber a Nanclares y al Directorio de la CAT que, si no retiraban de inmediato 
  al capitán de su Insula Barataria, la guerra sería total. Para 
  expertos en comunitarismo, el régimen militar se bastaba con el ministro 
  Guillermo Borda, su sucesor el Gral. Imaz, Mario Díaz Colodrero -todos 
  pertenecientes al Opus Dei- y los numerosos 'agentes de la comunidad' colocados 
  en el presupuesto provincial, bien rentados. Había demasiados campeones 
  del comunitarismo católico, de pura cepa franquista, tanto en el PEN 
  como entre sus mandamaces locales, como para que la Compañía Azucarera 
  Tucumana, además de sus judíos y sus comunistas, pretendiese también 
  competir en el terreno político con su propio Napoleón en pequeño. 
  
  
  El complot del poder se pone en marcha 
   
  Aunque la ofensiva policíaco-impositiva lanzada contra la CAT desde Buenos 
  Aires en setiembre de 1969 se vio frustrada por las revueltas populares que 
  había desatado, los funcionarios del PEN volverían pronto a la 
  carga. A comienzos de 1970 Raúl Arechaga, jefe de la DNA, excluyó 
  a los ingenios de la CAT del derecho a entregar azúcar en el mercado 
  interno, por resolución 43/70, argumentando que la firma se encontraba 
  bajo inspección de la repartición, por la cual se pudo 'detectar' 
  que no contaba con las existencias de azúcares necesarias para respaldar 
  sus deudas. A los pocos días, se rectifica y por resolución 48/70 
  restituye las cuotas de entrega de la compañía: una nueva insinuación 
  de lo que estaba por venir. El 28 de abril de 1970, el ministro del Interior 
  de Onganía, Gral. Imaz, realizó una 'gira' por el interior de 
  la provincia, acompañado por el DNA Raúl Arechaga. Cuarenta vehículos 
  se desplazaron raudamente por la ruta 38, en dirección al sur, con una 
  fuerte custodia y un avión militar que patrullaba desde el aire. Arribaron 
  a Villa Quinteros, asiento del clausurado ingenio San Ramón, donde montaron 
  una 'asamblea del pueblo'. En la ocasión, un agente menor de los funcionarios 
  denunció que los directivos de CAT eran 'unos ladrones', lo que mereció 
  el comentario del ministro: 'Habrá que tomar medidas', para aludir a 
  continuación a los 'señores de horca y cuchillo' que pretendían 
  mandar en la provincia... Acto seguido Arechaga exhortó a los cañeros 
  a no aceptar los pagarés de la CAT, porque 'no valen nada; de hecho, 
  está en quiebra'. Un cura de la zona, el padre Fernández, alarmado 
  por el tono de las denuncias, observaría que estaban empujando a la CAT 
  a su liquidación, a lo que Arechaga respondió: 'El juez de comercio 
  sólo legalizará una situación de hecho, el gobierno garantizará 
  la fuente de trabajo pero no la vida de los empresarios'. Un médico empleado 
  de FOSIAAT, un seudo-gremio de empleados rurales creado al amparo oficial, agregó: 
  'los ingenios deben ser cerrados por el gobierno y cooperativizados'. Imaz retornó 
  a Buenos Aires y convocó de inmediato a una conferencia de prensa para 
  referirse al 'problema de Tucumán', ocasión en la que denunció 
  nuevamente que 'algunos empresarios han manejado a horca y cuchillo algunos 
  problemas industriales', en alusión a los dueños de la CAT. Luego 
  recibió en audiencia a los gremios (la CGT, FOTIA y FEIA) cuyos entretelones 
  se hicieron trascender: 'En un campo más confidencial, el general Imaz 
  aludió a las trampas que algunos ingenios hacen contra cañeros 
  y trabajadores, y afirmó que eso es una vergüenza que el gobierno 
  nacional 'no habrá de tolerar'. Se le sugirió dar acceso a los 
  obreros a la propiedad y administración de las fábricas azucareras', 
  salida que parece haber agradado al ministro 'pero que no debía dejarlo 
  trascender para que no se vuele la perdiz'. El diario Los Principios de Córdoba 
  había recogido una expresión de Imaz a su retorno de Tucumán: 
  'vengo horrorizado'. Era notorio que la ofensiva final había comenzado, 
  y que el 'affaire' que se denunciaría pocos días más tarde 
  se tramaba desde el propio despacho del ministro Imaz. 
  
  El 11 de mayo, en Buenos Aires, Arechaga informó oficialmente que se 
  había comprobado un 'faltante' de 300.000 bolsas de azúcar en 
  los depósitos de Puerto Madero pertenecientes a la CAT, sobre las 560.000 
  bolsas declaradas por la compañía el 15 de abril, y comunicó 
  la situación al gobierno de Tucumán para que advierta a las instituciones 
  de crédito de la provincia, acreedoras de la CAT. Al día siguiente, 
  Arechaga convocó al periodismo en los galpones del dique 2 de Puerto 
  Madero para exponer las 'maniobras' realizadas por la CAT: toda la cadena nacional 
  de radiodifusión, los diarios capitalinos y la televisión anunciaron 
  al país de inmediato, con grandes titulares, que se había descubierto 
  la estafa del siglo, 'El Affaire de la CAT', el 'Escándalo del Azúcar'. 
  El 14 la DNA comunicó la inmovilización de todos los azúcares 
  pertenecientes a la empresa, paralizando de hecho su movimiento comercial. El 
  15 de mayo la sede central de la CAT en Buenos Aires era allanada y ocupada 
  por tropas federales. 
  
  El papel de la gran prensa en la fabricación del 'affaire' y en el 
  hundimiento de Tucumán 
   
  El 12, el Directorio de la CAT ensayó su defensa mediante una solicitada 
  que sólo quisieron publicar algunos diarios de Buenos Aires y de Tucumán: 
  Noticias y La Gaceta de Tucumán, y Correo de la Tarde y Clarín, 
  de Buenos Aires. La Prensa, La Nación y La Razón se negaron a 
  aceptarla: ¿se necesita una mejor prueba de la confabulación organizada? 
  Durante esos mismos días, Blaquier invertía ingentes sumas en 
  una prolongada campaña publicitaria que abarcaba los más importantes 
  diarios y semanarios del país, con solicitadas a plena página, 
  bajo el lema de 'Ledesma hace'; una de ellas rezaba: 'Electrónica bajo 
  el trópico de Capricornio. La tecnología más avanzada preside 
  todo el proceso productivo'. La campaña por la imposición de una 
  imagen de empresa moderna, productiva, tecnificada, preocupada por las necesidades 
  sociales de su 'gran familia' obrera ofrecía un civilizado contraste 
  con el bochorno en que aparecía sumergida la industria tucumana, y ese 
  tipo de campaña no hubo de cesar durante todos los años venideros, 
  sostenida a través de los grandes diarios y los semanarios de gran circulación: 
  Panorama, Confirmado, Siete Días, etc., los que recurrentemente oponían 
  el 'Oasis del Trópico' a la ciénaga tucumana. Carlos Blaquier 
  conducía a la perfección su campaña combinada de apelación 
  a los recursos del poder, corrupción y creación de imagen pública 
  de la firma, para obtener el triunfo en aquella guerra contra los azucareros 
  de Tucumán. Cuando el desenlace de la guerra ya estaba a la vista, en 
  1972, Blaquier declararía triunfalmente: 'Ledesma es hoy una gran concentración 
  de medios tecnológicos, una gran fábrica, que cada día 
  se expande más; a ello nos obliga el actual desenvolvimiento de la humanidad 
  porque en este mundo de gigantes, los pigmeos tienen cada vez menos lugar...' 
  El filósofo, enérgico capitán de industria y activo conspirador 
  se equivocaba, pese a su triunfo; el mundo está hecho de pigmeos y de 
  gigantes, porque cada gigante tiene su pigmeo. Y si los industriales azucareros 
  de Tucumán pasaron al rol de pigmeos de Blaquier, Blaquier contribuyó 
  de manera crucial para que todos los argentinos juguemos el rol de pigmeos en 
  el mundo de hoy. 
  
  Hombre clave en todas las dictaduras que destruyeron el país, Carlos 
  Pedro Blaquier celebraría años después 'los éxitos 
  logrados desde el 24 de marzo a la fecha', agregando que la solución 
  del país 'no podrá pasar por un retorno a la 'votocracia'', porque 
  en su opinión la humanidad vivía ya en una era 'post-liberal'. 
  Se trata de un hombre de fuertes convicciones cristianas, sin duda: '(...) como 
  decía San Ignacio de Loyola -sostuvo en una amable conversación 
  con Bernardo Neustadt, en los oscuros años del Proceso- que el cielo 
  hay que conquistarlo todos los días con la punta de la espada, y yo creo 
  también que el empresario tiene que conquistar todos los días 
  su derecho a sobrevivir'. Quería decir, en realidad: derecho a dar muerte, 
  que es lo que confiere 'la espada'. Unos años después, hacia el 
  crepúsculo de aquella dictadura, con el 'pueblo Ingenio Ledesma' convertido 
  en un sangriento sepulcro, el guerrero Blaquier sintió que había 
  llegado llegado la hora de colgar las armas y consagrarse al reposo reflexivo. 
  Vino a Tucumán a impartir cátedra sobre un tema de hondas repercusiones: 
  'La pregunta por el 'deber ser''; el lugar: el Palacio Legislativo de la provincia, 
  vacío de legisladores en 1981. Comenzó definiéndose por 
  la 'gran' tradición del 'pensamiento alemán' contra el liberalismo, 
  que 'tiene por objeto un hombre abstracto, un hombre que actúa exclusivamente 
  en función de incentivos y disuasivos económicos cuantificables...', 
  y cerró su clase magistral celebrando a Juan Pablo II, 'este gran Papa, 
  que es un regalo de Dios para este mundo de tanta chatura espiritual'. Sí, 
  el mundo sin Blaquier sería un mundo sin 'Ser'. Ese mismo año, 
  en el Círculo de Oficiales de las Fuerzas Armadas, la Fundación 
  Ledesma era investida con la 'Orden de la Jujeñidad'. Pero el reposo 
  del guerrero es engañoso, porque la lucha es su medio natural; en la 
  década nefasta del menemismo, el industrial-filósofo no podía 
  menos que apoyar calurosamente al 'Jefe' de la mafia: 'Usted ha tenido la lucidez 
  intelectual para comprender las causas de nuestros males y el coraje cívico 
  para resolverlos contra el viento y la marea de los retrógrados de siempre, 
  contra ese falso nacionalismo que confundió la nación con estado...', 
  le escribía en solicitada pública. 
  
  La impecable fabricación de la imagen del 'milagro' del Ledesma conducida 
  por Blaquier tendría su contrapunto, sin embargo, desde los tempranos 
  años '70, en el incesante goteo de noticias lúgubres provenientes 
  de aquel feudo, noticias que la misma prensa que acogía la publicidad 
  pagada o subrepticiamente comprada por la empresa no podía ocultar, cuando 
  el reguero de crímenes, de salvaje represión, de secuestros y 
  desaparición de sindicalistas, trabajadores y habitantes de Ledesma exhibiría 
  el auténtico rostro de esa criatura engendrada con el favor de los tecnócratas 
  del Banco Mundial, de los 'economistas' de la especie Martínez de Hoz, 
  de los generales y los brigadieres que, como Juan Carlos Onganía y Teodoro 
  Alvarez, colocaron desembozadamente su espada al servicio de Arrieta y de Blaquier: 
  un largo rastro de sangre que no cesa hasta nuestros días. El caso es 
  que el papel de la prensa en la consumación del complot y la aniquilación 
  de la CAT resultaría tan decisivo como la conducta delictiva de Peyceré 
  y sus agentes, porque el 'affaire' fue, en sí mismo, una creación 
  de los medios. A partir de la 'denuncia' de Arechaga, la prensa de todo el país 
  multiplicó las escandalosas desapariciones de azúcares de la CAT, 
  de modo que la República se enteraba cada día de nuevos supuestos 
  robos: la CAT habría vaciado depósitos en la Capital Federal, 
  en Bahía Blanca, en Córdoba, en Mendoza, y en tantas otras ciudades 
  del interior. ¡Se trataba de la mayor estafa empresaria en la historia económica 
  del país!. 
  
  En la creación mediática del affaire de la CAT, sin embargo, se 
  pueden establecer diversos grados de perfidia, de intriga refinada y de pura 
  venalidad. En este último extremo, el de la mentira desvergonzada y venal, 
  debería situarse a la revista Confirmado y al diario La Razón, 
  porque su manejo de los acontecimientos que rodearon a la liquidación 
  de la CAT constituye un ejemplo clásico de invención de la noticia: 
  a partir de la denuncia de Arechaga del 11 de mayo, La Razón inauguró 
  una sección cotidiana bajo el copete de 'El escándalo del azúcar', 
  que durante más de un mes reproduciría solícitamente las 
  noticias engendradas en la usina de Peyceré y Arechaga, repitiéndolas 
  y refritándolas incansablemente, una y otra vez. Confirmado aspiraba 
  en ese tiempo a elevarse a la condición de 'órgano teórico' 
  de la 'Revolución Argentina', algo así como la voz del caudillo 
  Onganía, del ''dictador del pueblo', a quien presentaba como el hombre 
  providencial llamado a modernizar el país y a terminar, de una vez y 
  para siempre, con la perimida política liberal-parlamentaria. Su nota 
  central sobre el affaire, titulada ''El azúcar podrido', debería 
  figurar entre los sueltos periodísticos más podridos y venales 
  en los anales del periodismo argentino. El diario La Nación, en cambio, 
  ocupaba el otro extremo, el de un controlado y casi bizantino manejo de la información 
  al servicio de la mentira del poder. La Nación procedió a un suministro 
  dosificado, sutilmente creciente, de los datos del ''affaire' que habría 
  de estallar, creándose así un aire de aparente indiferencia con 
  respecto al tema azucarero, aguardando hasta el momento en que el ''escándalo 
  del azúcar', instalado ya por todos los restantes medios en el comentario 
  público, parecía obligar al gran diario a dirigirse al país 
  por medio de su editorial, cuyo tono se sintetiza en la frase: 'al fin, asunto 
  judicial', puesto que ¿podría esperarse otra cosa de los industriales 
  azucareros tucumanos? 
  
  Se cierra el cerco sobre la CAT 
   
  En aquella solicitada que el diario La Nación se negó a publicar, 
  la conducción de la CAT denunciaba a Jorge Peyceré, Secretario 
  de Industria y jefe directo de Arechaga, por el acoso practicado contra la firma, 
  que ponía de manifiesto la continuidad en sus procedimientos, sus técnicas 
  persecutorias y sus acusaciones fraguadas con las del equipo formado por Salimei, 
  Galimberti y Pinali desde 1966. Denunciaba, asimismo, las severas presiones 
  que los funcionarios nacionales ejercían desde tiempo atrás sobre 
  las entidades crediticias de la firma, así como sobre los cañeros 
  y los obreros, a fin de cerrar el cerco alentándolos con la idea de una 
  'toma de posesión gratuita' de los ingenios de la CAT. Para el Directorio 
  de la empresa, la denuncia de Arechaga no era más que una escenografía 
  montada en los depósitos de Puerto Madero, fraguada por él mismo 
  y apoyada en aparatosas fotografías y secuencias fílmicas que 
  nada demostraban. Devolvían por fin la gentileza al Ministro del Interior, 
  afirmando que los 'señores de horca y cuchillo' por él denunciados 
  en Villa Quinteros no debían buscarse en Tucumán, sino en la Secretaría 
  de Industria y Comercio Interior y en la red de funcionarios que respondían 
  a Peyceré, con el fin de atentar contra la economía de Tucumán 
  y del país. La gente de la CAT sabía que se había descargado 
  el 'golpe final', aunque todavía proclamaran que 'Tucumán no será 
  barrido del mapa económico-social del país para servir a los intereses 
  del Norte', y que 'la CAT (....) no será arrasada'. 
  
  El Centro Azucarero Argentino, comandado por Arrieta-Blaquier, había 
  informado a todo el país, el día 15 de mayo, de su absoluto respaldo 
  a los funcionarios del PEN, amonestando al mismo tiempo a los directivos de 
  la CAT por pretender presentarse ante la opinión pública 'como 
  víctimas de la persecución de las autoridades, que obviamente 
  no han hecho otra cosa que cumplir con su deber'. Su pronunciamiento -agregaban- 
  sólo obedecía a la necesidad de 'salvaguardar el prestigio de 
  las empresas que representan, que no pueden ser alcanzadas por el desconcepto 
  propio de episodios de la naturaleza del que acaba de trascender'. 'Acababa 
  de trascender', como ellos mismos afrimaron, pero eso no impidió que 
  los cínicos industriales corporativos, beneficiados por la política 
  implacable del PEN que había sumido en la ruina a la provincia, prejuzgasen 
  antes de que la justicia hubiese iniciado ninguna investigación. 
  
  La suerte de la CAT ya estaba echada, en realidad, pero se resistía a 
  ser aniquilada. En un ensayo audaz y desesperado por encontrar apoyo popular 
  frente a la ofensiva brutal del Poder central, Emile Nadra convocó a 
  FOTIA y FEIA (las federaciones de obreros y empleados de ingenio), pidiéndoles 
  su respaldo para evitar el cierre de las fábricas. Rápido y algo 
  brutal, Martín Dip, abogado asesor de los gremios, exigió a cambio 
  la entrega a los obreros de la mitad del paquete accionario de la empresa. Nadra 
  contraofertó el 40 por ciento, y acordaron. Pero los gremialistas sabían 
  que el destino de la empresa no estaba ya en manos de sus dueños, sino 
  del PEN. En esos días febriles en que el cerco en torno a la CAT ya se 
  cerraba, los dos gremios azucareros entrevistaron al coronel Nanclares el 12 
  de mayo y le entregaron un memorando en el que advertían que no permitirían 
  el cierre de más ingenios: 'Nuestra meta es la conquista de las fábricas', 
  declaró entonces su asesor, quien confesó además que, ya 
  en enero de ese año, habían considerado extensamente el tema de 
  la CAT con Peyceré y Nanclares, oportunidad en que el primero les dijo: 
  'Al día siguiente que las empresas cierren las fábricas, las abrirá 
  el gobierno y las entregará a los factores de la producción'. 
  Los directivos de FOTIA y FEIA viajaron de inmediato a Buenos Aires, entrevistaron 
  a Imaz, salieron mudos y, de regreso en Tucumán, anunciaron un 'plan 
  de lucha': es evidente que Imaz los había anoticiado de que la confiscación 
  era una cosa decidida, al mismo tiempo que los apaciguó con la noticia 
  de que habrían de compartir el botín en una sagrada alianza obrero-militar. 
  
  
  El interventor-gobernador de la provincia, coronel Nanclares, se encontraba 
  atrapado, de hecho, en la misma situación que su conmilitón y 
  antecesor en el cargo, el general Aliaga García, años atrás. 
  Sucedía que, al llegar como delegados a su lejana satrapía, los 
  interventores de la 'Revolución Argentina' eran, invariablemente, unos 
  fieles creyentes del dogma sacarófobo, rápidos para ejecutar todos 
  los castigos y 'correctivos' que esa mala industria requería. Pero en 
  cuanto comenzaban a mirar las cosas desde la provincia, las iniquidades del 
  Poder central resultaban violentamente puestas en evidencia. Su rebelión, 
  sin embargo, acababa prontamente en renuncia o retiro forzoso, y Nanclares seguiría 
  pronto el camino recorrido por Aliaga. Pero en estas circunstancias iniciales 
  del complot, cuando Arechaga difundió las primeras noticias del supuesto 
  negociado, Nanclares convocó a los directivos de CAT buscando negociar 
  una solución, porque el coronel temía lo peor: el cierre de tres 
  nuevas fábricas y otros miles de desocupados lanzados al arroyo, y él 
  a cargo del polvorín. De Buenos Aires llegaron Aldo Rodríguez 
  y Kohan para ofrecer al gobierno de la provincia que tomase como garantía, 
  hasta tanto la investigación aclarara las cosas, todos los bienes de 
  la compañía, incluidas sus tierras y fábricas, ya que se 
  acusaba a la CAT de haber vaciado sus galpones y de no disponer del azúcar 
  que constituía el respaldo de sus créditos. Pero Onganía, 
  Peyceré y sus agentes no pensaban ya en ninguna salida negociada, de 
  manera que el gobierno provincial fue obligado a rechazar la oferta de la CAT. 
  El papel del gobierno provincial no era buscar salidas que dieran por tierra 
  con los planes del PEN, sino sumarse a sus objetivos mediante el asedio judicial 
  contra la firma. 
  
  Por otra parte, el aislamiento de la CAT era cada vez más completo: la 
  nueva directiva de los cañeros nucleados en UCIT, que se había 
  encaramado en la conducción del gremio en octubre de 1969 con el aliento 
  oficial, desplazando al díscolo Gaspar Lasalle, reclamaba ante Nanclares 
  la 'intervención total de la CAT' y la separación de sus directivos. 
  FOTIA y FEIA, a su vez, anunciaban conjuntamente que, de confirmarse la intervención 
  y expropiación de la empresa, 'ello causaría satisfacción 
  a las organizaciones obreras azucareras'. Que la CAT había sido condenada 
  a muerte se sabía ya en todo Tucumán, pero en Buenos Aires el 
  Director Arechaga, interrogado por los periodistas, declaraba no saber nada 
  acerca de la expropiación de la que toda la prensa del país se 
  hacía eco, agregando, muy candorosamente, que su repartición lo 
  único que hizo fue 'investigar' irregularidades de la Compañía, 
  para añadir, de inmediato, que la misma se encontraba incursa en una 
  evasión que alcanzaría a los 900 millones de pesos. El monto de 
  esa supuesta deuda subía en boca de los funcionarios nacionales y provinciales 
  con una velocidad pasmosa: los 900 millones pronto se transformaron en 1.300 
  y luego en 2.000 millones de pesos. 
  
  Cueto Rúa, a pesar de todo, denuncia el complot del PEN 
   
  El 21 de mayo, Julio César Cueto Rúa, quien ejercía la 
  Presidencia de la CAT desde los convenios de 1967, convocó a los periodistas 
  en su estudio de calle Corrientes 456 de la Capital Federal, y el país 
  se enteró entonces de que, en realidad, la CAT ya no tenía presidente: 
  su declaración escrita afirmaba que había renunciado al cargo 
  el 29 de abril. La oportuna 'retirada' no fue tan deshonrosa como puede parecer 
  a primera vista, sin embargo, porque este curioso presidente, especie de vigía 
  y de mediador, a la vez, entre el régimen militar y los 'comunistas' 
  de la CAT, durante sus tres años de convivencia en la empresa pareció 
  haberle tomado el gusto a su papel de 'empresario' azucarero. Poco antes del 
  complot de mayo de 1970, el todavía Presidente de la CAT le advertiría 
  a su Vice, Emile Nadra, que se cuidase porque los militares y sus agentes en 
  el área azucarera del PEN tramaban una intriga contra él. 
  
  El caso es que Cueto Rúa no era ya el sacarófobo de 1966, sobre 
  todo porque, pese a su decidida predilección por el modelo neoliberal 
  que no se cansaba de propagandizar desde las columnas de Análisis, no 
  pensaba como un neoliberal a secas, como sus amigos Krieger, Martínez 
  de Hoz y otros, para quienes 'liberalismo' significaba libertad para hacer negocios 
  desde y con el Estado, conjugada con una rígida 'disciplina social' asegurada 
  por la dictadura militar. Para Cueto Rúa, según se desprende de 
  la columna que firmaba en su revista, el régimen liberal comprendía, 
  al menos, un cierto grado de libertad política y civil y el respeto por 
  un marco jurídico mínimo, que el poder no debía violar 
  impunemente. Sus ideas no eran, por cierto, las de un apasionado demócrata, 
  como no sean las de un demócrata muy 'a la criolla', porque acariciaba 
  un plan diseñado para hacer de Onganía una especie de dictador 
  'magnánimo' y plebiscitado. Los neoliberales, en cambio, pensaban y actuaban 
  (como hoy) con igual estilo que los católico-fascistas, con quienes por 
  ese motivo convivían pacíficamente en el gobierno: las instituciones 
  para ellos carecían en absoluto de importancia, y en cuanto a las libertades, 
  constituían un franco peligro. Pero tales diferencias bastaron para distanciar 
  a Cueto Rúa de su amigo -y se decía que socio- Krieger Vasena, 
  de Martínez de Hoz, de Arrieta y su yerno Blaquier, como del puñado 
  de azucareros tucumanos para quienes bien valía la dictadura si les permitía 
  expandir sus empresas y capturar la parte del león en el negocio azucarero. 
  
  
  De manera que la declaración de Cueto Rúa contenía una 
  completa condena de la política del PEN porque, como sostuvo, las dificultades 
  de la CAT y de toda la industria tucumana obedecían 'principalmente a 
  la política seguida por el Secretario de Industria y Comercio', es decir, 
  el señor Raúl Peyceré, cuyo accionar había provocado 
  deliberadamente la caída del precio del azúcar y había 
  impuesto la asfixia financiera sobre los ingenios tucumanos, negándose 
  de manera discriminatoria a otorgar a sus fábricas iguales condiciones 
  que al resto de la industria argentina, favorecida, por ejemplo, por la ley 
  de 'rehabilitación industrial', dictada en esos años por el gobierno. 
  Cueto Rúa confesaba en su declaración que Peyceré traía 
  ya de tiempo atrás el propósito declarado de incautar los ingenios 
  de CAT, propósito que le había manifestado descaradamente durante 
  el curso de una entrevista en su propio despacho, en enero de ese año, 
  con el insostenible argumento de que la CAT adeudaba la segunda cuota del plan 
  de consolidación de sus pasivos, convenido en 1967. Cueto Rúa 
  le objetó en esa ocasión que tal situación no distinguía 
  a la CAT de ningún otro ingenio del país, de modo que de ser así, 
  Peyceré debía proceder a estatizar toda la industria azucarera 
  argentina. Acusó asimismo al Secretario de Industria de manejos irregulares, 
  como que no daba a conocer los balances de los ingenios Arno de Santa Fe y Bella 
  Vista de Tucumán, a los que había intervenido tiempo antes y cuya 
  conducción se encontraba bajo su mando directo, pero en las que no cumplía 
  con las obligaciones impositivas ni con las leyes previsionales. Reclamó 
  que la Justicia fuese la encargada de dictaminar si la CAT había incurrido 
  o no en irregularidades, 'que no le constaban', y concluyó interrogando 
  al país: '¿quién juzgará la responsabilidad de la Secretaría 
  de Comercio e Industria, cuyas medidas agudizaron las tensiones sociales, agravaron 
  los problemas económicos y desconocen las angustias y penurias de nuestros 
  trabajadores, productores y empresarios de las provincias del interior, y llevan 
  a la desocupación a cientos de miles de nuestros conciudadanos?'. 
  
  Hoy disponemos de la respuesta al interrogante de Cueto Rúa: sencillamente, 
  nadie. Al contrario, Peyceré dispuso pocos días más tarde, 
  el 17 de junio de ese año, por Resolución 225 de su secretaría, 
  la cesantía de todos los jefes de sección de la DNA, empleados 
  con más de veinte años de servicio, que se habían convertido 
  en testigos molestos del burdo complot contra la CAT, ejecutado bajo su dirección 
  por Arechaga. Este último, por otra parte, sería 'renunciado' 
  en esos días y premiado de inmediato con la vicepresidencia de CONASA, 
  la flamante empresa estatal erigida sobre los despojos de la CAT. En la DNA 
  le sucedió el señor Ricardo Entrena, cuyos antecedentes consistían 
  en que provenía de los servicios de información del Estado: si 
  no entendía mucho de azúcares, sin duda sería experto en 
  'comunistas'.