EL 'AFFAIRE DEL AZUCAR': CUANDO EL REGIMEN
DE ONGANIA TOMO POR ASALTO LA PROVINCIA DE TUCUMAN (1966-1970) (PARTE III)
LOS EMPRESARIOS NACIONALES EN EL TUCUMAN ANTISEMITA, ANTICOMUNISTA Y OLIGARQUICO
Por: Roberto Pucci (especial y exclusivo para ARGENPRESS.info)*
(Fecha publicación:07/11/2003)
Información Adicional
País/es: Argentina
Roberto Pucci, investigador de la Universidad de Tucumán, descorre el
velo del Tucumán reaccionario, antisemita, anticomunista y fascista de
los 'barones del azúcar', de la oligarquía, a la que sirvieron
las dictaduras militares. Con los Bussi se impuso el terror a sangre y fuego.
Hay otro Tucumán, popular, el de la FOTIA combativa, la de los socialistas
Octaviano Taire y Mario Bravo, de la Universidad de Rizieri y Silvio Frondizi,
de Rodolfo Mondolfo, del democrático gobernador radical Lázaro
Barbieri, de Monteros, comuna varias veces gobernada por los socialistas. Como
actuaron los 'barones del azúcar' amigos del nazismo en los años
treinta. Protagonismo de elementos del Opus Dei franquista.
La Florida y su 'Gobierno Comunitario'
Retornemos ahora a los incidentes ocurridos en los ingenios de la CAT. El 24
de septiembre de 1969 los tucumanos leían en la prensa local una solicitada
firmada por 'El pueblo de ingenio La Florida', en cuyo acápite, 'para
evitar suspicacias', se advertía que había sido costeada con los
frutos del 'gran baile de la primavera'; los miembros de la comunidad declaraban,
con cierto ingenuo aire triunfal, que 'en el año 1966 fuimos golpeados
por el Gobierno Nacional, pues en aquel entonces no estábamos organizados.
Sepa el Gobierno Nacional que no nos golpeará más. Somos humildes,
no sabemos nada de Dirección General Impositiva, ni de Coordinación
Federal, sólo sabemos lo que creemos y lo que vemos'. Los episodios vividos
en el pueblo presentaban, por cierto, algunos ribetes curiosos: la solicitada
tenía un tono de proclama, como que se autodenominaban 'el pueblo de
La Florida, organizado en un Gobierno Comunitario', y aludían incluso
a un 'Acta Constituyente' de tal gobierno, agregando: 'El Gobernador de este
Gobierno Comunitario es el señor Jaime Solá, él es el artífice
de nuestro engrandecimiento, a él lo seguimos porque luego de un largo
peregrinar encontramos a alguien en quien creer'. El capitán (R) Jaime
Solá, antiguo revolucionario de 1955, militar 'colorado' pasado a retiro
en 1963, se desempeñaba como director-administrador de los tres ingenios
de la CAT y miembro de su Directorio desde 1967.
El capitán Solá era, por cierto, un enérgico y eficaz conductor
de las fábricas, que había encontrado en esa actividad de dirección
de los ingenios la CAT un campo para liberar sus energías de militar
en retiro forzoso, al mismo tiempo que creyó haber descubierto que el
pueblo del ingenio La Florida constituía el territorio propicio para
la expansión de su vocación política. Verborrágico,
vigoroso, amante de la autoridad -sobre todo cuando estaba en sus manos-, convencido
de que había sido llamado a desempeñar una misión civilizadora
en esa pequeña comarca del este tucumano, el militar desarrolló
incansablemente la 'obra pública' tan del gusto de su especie: campos
de deportes, alumbrado público y mucha cal en todas las paredes. Parece
haber gozado de una efímera popularidad y llegó a concebirse como
un 'padrecito' del pueblo durante su breve paso por allí. Sin embargo,
eran malos tiempos para el libre desarrollo de sus ambiciones: en la solicitada,
los habitantes de La Florida confesaban que el 'Gobernador del Gobierno Comunitario'
ya se había retirado de la provincia, 'cansado por la práctica
y el accionar de los organismos de represión'. Es de sospechar que, tras
los incidentes de septiembre, Onganía y el ministro Imaz le habrán
hecho saber a Nanclares y al Directorio de la CAT que, si no retiraban de inmediato
al capitán de su Insula Barataria, la guerra sería total. Para
expertos en comunitarismo, el régimen militar se bastaba con el ministro
Guillermo Borda, su sucesor el Gral. Imaz, Mario Díaz Colodrero -todos
pertenecientes al Opus Dei- y los numerosos 'agentes de la comunidad' colocados
en el presupuesto provincial, bien rentados. Había demasiados campeones
del comunitarismo católico, de pura cepa franquista, tanto en el PEN
como entre sus mandamaces locales, como para que la Compañía Azucarera
Tucumana, además de sus judíos y sus comunistas, pretendiese también
competir en el terreno político con su propio Napoleón en pequeño.
El complot del poder se pone en marcha
Aunque la ofensiva policíaco-impositiva lanzada contra la CAT desde Buenos
Aires en setiembre de 1969 se vio frustrada por las revueltas populares que
había desatado, los funcionarios del PEN volverían pronto a la
carga. A comienzos de 1970 Raúl Arechaga, jefe de la DNA, excluyó
a los ingenios de la CAT del derecho a entregar azúcar en el mercado
interno, por resolución 43/70, argumentando que la firma se encontraba
bajo inspección de la repartición, por la cual se pudo 'detectar'
que no contaba con las existencias de azúcares necesarias para respaldar
sus deudas. A los pocos días, se rectifica y por resolución 48/70
restituye las cuotas de entrega de la compañía: una nueva insinuación
de lo que estaba por venir. El 28 de abril de 1970, el ministro del Interior
de Onganía, Gral. Imaz, realizó una 'gira' por el interior de
la provincia, acompañado por el DNA Raúl Arechaga. Cuarenta vehículos
se desplazaron raudamente por la ruta 38, en dirección al sur, con una
fuerte custodia y un avión militar que patrullaba desde el aire. Arribaron
a Villa Quinteros, asiento del clausurado ingenio San Ramón, donde montaron
una 'asamblea del pueblo'. En la ocasión, un agente menor de los funcionarios
denunció que los directivos de CAT eran 'unos ladrones', lo que mereció
el comentario del ministro: 'Habrá que tomar medidas', para aludir a
continuación a los 'señores de horca y cuchillo' que pretendían
mandar en la provincia... Acto seguido Arechaga exhortó a los cañeros
a no aceptar los pagarés de la CAT, porque 'no valen nada; de hecho,
está en quiebra'. Un cura de la zona, el padre Fernández, alarmado
por el tono de las denuncias, observaría que estaban empujando a la CAT
a su liquidación, a lo que Arechaga respondió: 'El juez de comercio
sólo legalizará una situación de hecho, el gobierno garantizará
la fuente de trabajo pero no la vida de los empresarios'. Un médico empleado
de FOSIAAT, un seudo-gremio de empleados rurales creado al amparo oficial, agregó:
'los ingenios deben ser cerrados por el gobierno y cooperativizados'. Imaz retornó
a Buenos Aires y convocó de inmediato a una conferencia de prensa para
referirse al 'problema de Tucumán', ocasión en la que denunció
nuevamente que 'algunos empresarios han manejado a horca y cuchillo algunos
problemas industriales', en alusión a los dueños de la CAT. Luego
recibió en audiencia a los gremios (la CGT, FOTIA y FEIA) cuyos entretelones
se hicieron trascender: 'En un campo más confidencial, el general Imaz
aludió a las trampas que algunos ingenios hacen contra cañeros
y trabajadores, y afirmó que eso es una vergüenza que el gobierno
nacional 'no habrá de tolerar'. Se le sugirió dar acceso a los
obreros a la propiedad y administración de las fábricas azucareras',
salida que parece haber agradado al ministro 'pero que no debía dejarlo
trascender para que no se vuele la perdiz'. El diario Los Principios de Córdoba
había recogido una expresión de Imaz a su retorno de Tucumán:
'vengo horrorizado'. Era notorio que la ofensiva final había comenzado,
y que el 'affaire' que se denunciaría pocos días más tarde
se tramaba desde el propio despacho del ministro Imaz.
El 11 de mayo, en Buenos Aires, Arechaga informó oficialmente que se
había comprobado un 'faltante' de 300.000 bolsas de azúcar en
los depósitos de Puerto Madero pertenecientes a la CAT, sobre las 560.000
bolsas declaradas por la compañía el 15 de abril, y comunicó
la situación al gobierno de Tucumán para que advierta a las instituciones
de crédito de la provincia, acreedoras de la CAT. Al día siguiente,
Arechaga convocó al periodismo en los galpones del dique 2 de Puerto
Madero para exponer las 'maniobras' realizadas por la CAT: toda la cadena nacional
de radiodifusión, los diarios capitalinos y la televisión anunciaron
al país de inmediato, con grandes titulares, que se había descubierto
la estafa del siglo, 'El Affaire de la CAT', el 'Escándalo del Azúcar'.
El 14 la DNA comunicó la inmovilización de todos los azúcares
pertenecientes a la empresa, paralizando de hecho su movimiento comercial. El
15 de mayo la sede central de la CAT en Buenos Aires era allanada y ocupada
por tropas federales.
El papel de la gran prensa en la fabricación del 'affaire' y en el
hundimiento de Tucumán
El 12, el Directorio de la CAT ensayó su defensa mediante una solicitada
que sólo quisieron publicar algunos diarios de Buenos Aires y de Tucumán:
Noticias y La Gaceta de Tucumán, y Correo de la Tarde y Clarín,
de Buenos Aires. La Prensa, La Nación y La Razón se negaron a
aceptarla: ¿se necesita una mejor prueba de la confabulación organizada?
Durante esos mismos días, Blaquier invertía ingentes sumas en
una prolongada campaña publicitaria que abarcaba los más importantes
diarios y semanarios del país, con solicitadas a plena página,
bajo el lema de 'Ledesma hace'; una de ellas rezaba: 'Electrónica bajo
el trópico de Capricornio. La tecnología más avanzada preside
todo el proceso productivo'. La campaña por la imposición de una
imagen de empresa moderna, productiva, tecnificada, preocupada por las necesidades
sociales de su 'gran familia' obrera ofrecía un civilizado contraste
con el bochorno en que aparecía sumergida la industria tucumana, y ese
tipo de campaña no hubo de cesar durante todos los años venideros,
sostenida a través de los grandes diarios y los semanarios de gran circulación:
Panorama, Confirmado, Siete Días, etc., los que recurrentemente oponían
el 'Oasis del Trópico' a la ciénaga tucumana. Carlos Blaquier
conducía a la perfección su campaña combinada de apelación
a los recursos del poder, corrupción y creación de imagen pública
de la firma, para obtener el triunfo en aquella guerra contra los azucareros
de Tucumán. Cuando el desenlace de la guerra ya estaba a la vista, en
1972, Blaquier declararía triunfalmente: 'Ledesma es hoy una gran concentración
de medios tecnológicos, una gran fábrica, que cada día
se expande más; a ello nos obliga el actual desenvolvimiento de la humanidad
porque en este mundo de gigantes, los pigmeos tienen cada vez menos lugar...'
El filósofo, enérgico capitán de industria y activo conspirador
se equivocaba, pese a su triunfo; el mundo está hecho de pigmeos y de
gigantes, porque cada gigante tiene su pigmeo. Y si los industriales azucareros
de Tucumán pasaron al rol de pigmeos de Blaquier, Blaquier contribuyó
de manera crucial para que todos los argentinos juguemos el rol de pigmeos en
el mundo de hoy.
Hombre clave en todas las dictaduras que destruyeron el país, Carlos
Pedro Blaquier celebraría años después 'los éxitos
logrados desde el 24 de marzo a la fecha', agregando que la solución
del país 'no podrá pasar por un retorno a la 'votocracia'', porque
en su opinión la humanidad vivía ya en una era 'post-liberal'.
Se trata de un hombre de fuertes convicciones cristianas, sin duda: '(...) como
decía San Ignacio de Loyola -sostuvo en una amable conversación
con Bernardo Neustadt, en los oscuros años del Proceso- que el cielo
hay que conquistarlo todos los días con la punta de la espada, y yo creo
también que el empresario tiene que conquistar todos los días
su derecho a sobrevivir'. Quería decir, en realidad: derecho a dar muerte,
que es lo que confiere 'la espada'. Unos años después, hacia el
crepúsculo de aquella dictadura, con el 'pueblo Ingenio Ledesma' convertido
en un sangriento sepulcro, el guerrero Blaquier sintió que había
llegado llegado la hora de colgar las armas y consagrarse al reposo reflexivo.
Vino a Tucumán a impartir cátedra sobre un tema de hondas repercusiones:
'La pregunta por el 'deber ser''; el lugar: el Palacio Legislativo de la provincia,
vacío de legisladores en 1981. Comenzó definiéndose por
la 'gran' tradición del 'pensamiento alemán' contra el liberalismo,
que 'tiene por objeto un hombre abstracto, un hombre que actúa exclusivamente
en función de incentivos y disuasivos económicos cuantificables...',
y cerró su clase magistral celebrando a Juan Pablo II, 'este gran Papa,
que es un regalo de Dios para este mundo de tanta chatura espiritual'. Sí,
el mundo sin Blaquier sería un mundo sin 'Ser'. Ese mismo año,
en el Círculo de Oficiales de las Fuerzas Armadas, la Fundación
Ledesma era investida con la 'Orden de la Jujeñidad'. Pero el reposo
del guerrero es engañoso, porque la lucha es su medio natural; en la
década nefasta del menemismo, el industrial-filósofo no podía
menos que apoyar calurosamente al 'Jefe' de la mafia: 'Usted ha tenido la lucidez
intelectual para comprender las causas de nuestros males y el coraje cívico
para resolverlos contra el viento y la marea de los retrógrados de siempre,
contra ese falso nacionalismo que confundió la nación con estado...',
le escribía en solicitada pública.
La impecable fabricación de la imagen del 'milagro' del Ledesma conducida
por Blaquier tendría su contrapunto, sin embargo, desde los tempranos
años '70, en el incesante goteo de noticias lúgubres provenientes
de aquel feudo, noticias que la misma prensa que acogía la publicidad
pagada o subrepticiamente comprada por la empresa no podía ocultar, cuando
el reguero de crímenes, de salvaje represión, de secuestros y
desaparición de sindicalistas, trabajadores y habitantes de Ledesma exhibiría
el auténtico rostro de esa criatura engendrada con el favor de los tecnócratas
del Banco Mundial, de los 'economistas' de la especie Martínez de Hoz,
de los generales y los brigadieres que, como Juan Carlos Onganía y Teodoro
Alvarez, colocaron desembozadamente su espada al servicio de Arrieta y de Blaquier:
un largo rastro de sangre que no cesa hasta nuestros días. El caso es
que el papel de la prensa en la consumación del complot y la aniquilación
de la CAT resultaría tan decisivo como la conducta delictiva de Peyceré
y sus agentes, porque el 'affaire' fue, en sí mismo, una creación
de los medios. A partir de la 'denuncia' de Arechaga, la prensa de todo el país
multiplicó las escandalosas desapariciones de azúcares de la CAT,
de modo que la República se enteraba cada día de nuevos supuestos
robos: la CAT habría vaciado depósitos en la Capital Federal,
en Bahía Blanca, en Córdoba, en Mendoza, y en tantas otras ciudades
del interior. ¡Se trataba de la mayor estafa empresaria en la historia económica
del país!.
En la creación mediática del affaire de la CAT, sin embargo, se
pueden establecer diversos grados de perfidia, de intriga refinada y de pura
venalidad. En este último extremo, el de la mentira desvergonzada y venal,
debería situarse a la revista Confirmado y al diario La Razón,
porque su manejo de los acontecimientos que rodearon a la liquidación
de la CAT constituye un ejemplo clásico de invención de la noticia:
a partir de la denuncia de Arechaga del 11 de mayo, La Razón inauguró
una sección cotidiana bajo el copete de 'El escándalo del azúcar',
que durante más de un mes reproduciría solícitamente las
noticias engendradas en la usina de Peyceré y Arechaga, repitiéndolas
y refritándolas incansablemente, una y otra vez. Confirmado aspiraba
en ese tiempo a elevarse a la condición de 'órgano teórico'
de la 'Revolución Argentina', algo así como la voz del caudillo
Onganía, del ''dictador del pueblo', a quien presentaba como el hombre
providencial llamado a modernizar el país y a terminar, de una vez y
para siempre, con la perimida política liberal-parlamentaria. Su nota
central sobre el affaire, titulada ''El azúcar podrido', debería
figurar entre los sueltos periodísticos más podridos y venales
en los anales del periodismo argentino. El diario La Nación, en cambio,
ocupaba el otro extremo, el de un controlado y casi bizantino manejo de la información
al servicio de la mentira del poder. La Nación procedió a un suministro
dosificado, sutilmente creciente, de los datos del ''affaire' que habría
de estallar, creándose así un aire de aparente indiferencia con
respecto al tema azucarero, aguardando hasta el momento en que el ''escándalo
del azúcar', instalado ya por todos los restantes medios en el comentario
público, parecía obligar al gran diario a dirigirse al país
por medio de su editorial, cuyo tono se sintetiza en la frase: 'al fin, asunto
judicial', puesto que ¿podría esperarse otra cosa de los industriales
azucareros tucumanos?
Se cierra el cerco sobre la CAT
En aquella solicitada que el diario La Nación se negó a publicar,
la conducción de la CAT denunciaba a Jorge Peyceré, Secretario
de Industria y jefe directo de Arechaga, por el acoso practicado contra la firma,
que ponía de manifiesto la continuidad en sus procedimientos, sus técnicas
persecutorias y sus acusaciones fraguadas con las del equipo formado por Salimei,
Galimberti y Pinali desde 1966. Denunciaba, asimismo, las severas presiones
que los funcionarios nacionales ejercían desde tiempo atrás sobre
las entidades crediticias de la firma, así como sobre los cañeros
y los obreros, a fin de cerrar el cerco alentándolos con la idea de una
'toma de posesión gratuita' de los ingenios de la CAT. Para el Directorio
de la empresa, la denuncia de Arechaga no era más que una escenografía
montada en los depósitos de Puerto Madero, fraguada por él mismo
y apoyada en aparatosas fotografías y secuencias fílmicas que
nada demostraban. Devolvían por fin la gentileza al Ministro del Interior,
afirmando que los 'señores de horca y cuchillo' por él denunciados
en Villa Quinteros no debían buscarse en Tucumán, sino en la Secretaría
de Industria y Comercio Interior y en la red de funcionarios que respondían
a Peyceré, con el fin de atentar contra la economía de Tucumán
y del país. La gente de la CAT sabía que se había descargado
el 'golpe final', aunque todavía proclamaran que 'Tucumán no será
barrido del mapa económico-social del país para servir a los intereses
del Norte', y que 'la CAT (....) no será arrasada'.
El Centro Azucarero Argentino, comandado por Arrieta-Blaquier, había
informado a todo el país, el día 15 de mayo, de su absoluto respaldo
a los funcionarios del PEN, amonestando al mismo tiempo a los directivos de
la CAT por pretender presentarse ante la opinión pública 'como
víctimas de la persecución de las autoridades, que obviamente
no han hecho otra cosa que cumplir con su deber'. Su pronunciamiento -agregaban-
sólo obedecía a la necesidad de 'salvaguardar el prestigio de
las empresas que representan, que no pueden ser alcanzadas por el desconcepto
propio de episodios de la naturaleza del que acaba de trascender'. 'Acababa
de trascender', como ellos mismos afrimaron, pero eso no impidió que
los cínicos industriales corporativos, beneficiados por la política
implacable del PEN que había sumido en la ruina a la provincia, prejuzgasen
antes de que la justicia hubiese iniciado ninguna investigación.
La suerte de la CAT ya estaba echada, en realidad, pero se resistía a
ser aniquilada. En un ensayo audaz y desesperado por encontrar apoyo popular
frente a la ofensiva brutal del Poder central, Emile Nadra convocó a
FOTIA y FEIA (las federaciones de obreros y empleados de ingenio), pidiéndoles
su respaldo para evitar el cierre de las fábricas. Rápido y algo
brutal, Martín Dip, abogado asesor de los gremios, exigió a cambio
la entrega a los obreros de la mitad del paquete accionario de la empresa. Nadra
contraofertó el 40 por ciento, y acordaron. Pero los gremialistas sabían
que el destino de la empresa no estaba ya en manos de sus dueños, sino
del PEN. En esos días febriles en que el cerco en torno a la CAT ya se
cerraba, los dos gremios azucareros entrevistaron al coronel Nanclares el 12
de mayo y le entregaron un memorando en el que advertían que no permitirían
el cierre de más ingenios: 'Nuestra meta es la conquista de las fábricas',
declaró entonces su asesor, quien confesó además que, ya
en enero de ese año, habían considerado extensamente el tema de
la CAT con Peyceré y Nanclares, oportunidad en que el primero les dijo:
'Al día siguiente que las empresas cierren las fábricas, las abrirá
el gobierno y las entregará a los factores de la producción'.
Los directivos de FOTIA y FEIA viajaron de inmediato a Buenos Aires, entrevistaron
a Imaz, salieron mudos y, de regreso en Tucumán, anunciaron un 'plan
de lucha': es evidente que Imaz los había anoticiado de que la confiscación
era una cosa decidida, al mismo tiempo que los apaciguó con la noticia
de que habrían de compartir el botín en una sagrada alianza obrero-militar.
El interventor-gobernador de la provincia, coronel Nanclares, se encontraba
atrapado, de hecho, en la misma situación que su conmilitón y
antecesor en el cargo, el general Aliaga García, años atrás.
Sucedía que, al llegar como delegados a su lejana satrapía, los
interventores de la 'Revolución Argentina' eran, invariablemente, unos
fieles creyentes del dogma sacarófobo, rápidos para ejecutar todos
los castigos y 'correctivos' que esa mala industria requería. Pero en
cuanto comenzaban a mirar las cosas desde la provincia, las iniquidades del
Poder central resultaban violentamente puestas en evidencia. Su rebelión,
sin embargo, acababa prontamente en renuncia o retiro forzoso, y Nanclares seguiría
pronto el camino recorrido por Aliaga. Pero en estas circunstancias iniciales
del complot, cuando Arechaga difundió las primeras noticias del supuesto
negociado, Nanclares convocó a los directivos de CAT buscando negociar
una solución, porque el coronel temía lo peor: el cierre de tres
nuevas fábricas y otros miles de desocupados lanzados al arroyo, y él
a cargo del polvorín. De Buenos Aires llegaron Aldo Rodríguez
y Kohan para ofrecer al gobierno de la provincia que tomase como garantía,
hasta tanto la investigación aclarara las cosas, todos los bienes de
la compañía, incluidas sus tierras y fábricas, ya que se
acusaba a la CAT de haber vaciado sus galpones y de no disponer del azúcar
que constituía el respaldo de sus créditos. Pero Onganía,
Peyceré y sus agentes no pensaban ya en ninguna salida negociada, de
manera que el gobierno provincial fue obligado a rechazar la oferta de la CAT.
El papel del gobierno provincial no era buscar salidas que dieran por tierra
con los planes del PEN, sino sumarse a sus objetivos mediante el asedio judicial
contra la firma.
Por otra parte, el aislamiento de la CAT era cada vez más completo: la
nueva directiva de los cañeros nucleados en UCIT, que se había
encaramado en la conducción del gremio en octubre de 1969 con el aliento
oficial, desplazando al díscolo Gaspar Lasalle, reclamaba ante Nanclares
la 'intervención total de la CAT' y la separación de sus directivos.
FOTIA y FEIA, a su vez, anunciaban conjuntamente que, de confirmarse la intervención
y expropiación de la empresa, 'ello causaría satisfacción
a las organizaciones obreras azucareras'. Que la CAT había sido condenada
a muerte se sabía ya en todo Tucumán, pero en Buenos Aires el
Director Arechaga, interrogado por los periodistas, declaraba no saber nada
acerca de la expropiación de la que toda la prensa del país se
hacía eco, agregando, muy candorosamente, que su repartición lo
único que hizo fue 'investigar' irregularidades de la Compañía,
para añadir, de inmediato, que la misma se encontraba incursa en una
evasión que alcanzaría a los 900 millones de pesos. El monto de
esa supuesta deuda subía en boca de los funcionarios nacionales y provinciales
con una velocidad pasmosa: los 900 millones pronto se transformaron en 1.300
y luego en 2.000 millones de pesos.
Cueto Rúa, a pesar de todo, denuncia el complot del PEN
El 21 de mayo, Julio César Cueto Rúa, quien ejercía la
Presidencia de la CAT desde los convenios de 1967, convocó a los periodistas
en su estudio de calle Corrientes 456 de la Capital Federal, y el país
se enteró entonces de que, en realidad, la CAT ya no tenía presidente:
su declaración escrita afirmaba que había renunciado al cargo
el 29 de abril. La oportuna 'retirada' no fue tan deshonrosa como puede parecer
a primera vista, sin embargo, porque este curioso presidente, especie de vigía
y de mediador, a la vez, entre el régimen militar y los 'comunistas'
de la CAT, durante sus tres años de convivencia en la empresa pareció
haberle tomado el gusto a su papel de 'empresario' azucarero. Poco antes del
complot de mayo de 1970, el todavía Presidente de la CAT le advertiría
a su Vice, Emile Nadra, que se cuidase porque los militares y sus agentes en
el área azucarera del PEN tramaban una intriga contra él.
El caso es que Cueto Rúa no era ya el sacarófobo de 1966, sobre
todo porque, pese a su decidida predilección por el modelo neoliberal
que no se cansaba de propagandizar desde las columnas de Análisis, no
pensaba como un neoliberal a secas, como sus amigos Krieger, Martínez
de Hoz y otros, para quienes 'liberalismo' significaba libertad para hacer negocios
desde y con el Estado, conjugada con una rígida 'disciplina social' asegurada
por la dictadura militar. Para Cueto Rúa, según se desprende de
la columna que firmaba en su revista, el régimen liberal comprendía,
al menos, un cierto grado de libertad política y civil y el respeto por
un marco jurídico mínimo, que el poder no debía violar
impunemente. Sus ideas no eran, por cierto, las de un apasionado demócrata,
como no sean las de un demócrata muy 'a la criolla', porque acariciaba
un plan diseñado para hacer de Onganía una especie de dictador
'magnánimo' y plebiscitado. Los neoliberales, en cambio, pensaban y actuaban
(como hoy) con igual estilo que los católico-fascistas, con quienes por
ese motivo convivían pacíficamente en el gobierno: las instituciones
para ellos carecían en absoluto de importancia, y en cuanto a las libertades,
constituían un franco peligro. Pero tales diferencias bastaron para distanciar
a Cueto Rúa de su amigo -y se decía que socio- Krieger Vasena,
de Martínez de Hoz, de Arrieta y su yerno Blaquier, como del puñado
de azucareros tucumanos para quienes bien valía la dictadura si les permitía
expandir sus empresas y capturar la parte del león en el negocio azucarero.
De manera que la declaración de Cueto Rúa contenía una
completa condena de la política del PEN porque, como sostuvo, las dificultades
de la CAT y de toda la industria tucumana obedecían 'principalmente a
la política seguida por el Secretario de Industria y Comercio', es decir,
el señor Raúl Peyceré, cuyo accionar había provocado
deliberadamente la caída del precio del azúcar y había
impuesto la asfixia financiera sobre los ingenios tucumanos, negándose
de manera discriminatoria a otorgar a sus fábricas iguales condiciones
que al resto de la industria argentina, favorecida, por ejemplo, por la ley
de 'rehabilitación industrial', dictada en esos años por el gobierno.
Cueto Rúa confesaba en su declaración que Peyceré traía
ya de tiempo atrás el propósito declarado de incautar los ingenios
de CAT, propósito que le había manifestado descaradamente durante
el curso de una entrevista en su propio despacho, en enero de ese año,
con el insostenible argumento de que la CAT adeudaba la segunda cuota del plan
de consolidación de sus pasivos, convenido en 1967. Cueto Rúa
le objetó en esa ocasión que tal situación no distinguía
a la CAT de ningún otro ingenio del país, de modo que de ser así,
Peyceré debía proceder a estatizar toda la industria azucarera
argentina. Acusó asimismo al Secretario de Industria de manejos irregulares,
como que no daba a conocer los balances de los ingenios Arno de Santa Fe y Bella
Vista de Tucumán, a los que había intervenido tiempo antes y cuya
conducción se encontraba bajo su mando directo, pero en las que no cumplía
con las obligaciones impositivas ni con las leyes previsionales. Reclamó
que la Justicia fuese la encargada de dictaminar si la CAT había incurrido
o no en irregularidades, 'que no le constaban', y concluyó interrogando
al país: '¿quién juzgará la responsabilidad de la Secretaría
de Comercio e Industria, cuyas medidas agudizaron las tensiones sociales, agravaron
los problemas económicos y desconocen las angustias y penurias de nuestros
trabajadores, productores y empresarios de las provincias del interior, y llevan
a la desocupación a cientos de miles de nuestros conciudadanos?'.
Hoy disponemos de la respuesta al interrogante de Cueto Rúa: sencillamente,
nadie. Al contrario, Peyceré dispuso pocos días más tarde,
el 17 de junio de ese año, por Resolución 225 de su secretaría,
la cesantía de todos los jefes de sección de la DNA, empleados
con más de veinte años de servicio, que se habían convertido
en testigos molestos del burdo complot contra la CAT, ejecutado bajo su dirección
por Arechaga. Este último, por otra parte, sería 'renunciado'
en esos días y premiado de inmediato con la vicepresidencia de CONASA,
la flamante empresa estatal erigida sobre los despojos de la CAT. En la DNA
le sucedió el señor Ricardo Entrena, cuyos antecedentes consistían
en que provenía de los servicios de información del Estado: si
no entendía mucho de azúcares, sin duda sería experto en
'comunistas'.