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Argentina: La lucha continúa

23 de octubre de 2003

Argentina: latinoamericanidad y cosmopolitismo


Daniel Campione
Rebelión
La inquietud por hacer pensable un nuevo internacionalismo, una globalización invertida, un 'mundo de los trópicos' en reacción contra el capitalismo avasallante, es el estímulo inmediato para estas breves páginas. Pero, también late aquí una dificultad más particular y localizada: La de 'pensar la Argentina', tierra de sueños perdidos, declinación incesante, de amagos de revolución seguidos de reacciones conservadoras, siempre como desarraigada de su propio entorno. Argentina es, ella también, un misterio. En un viejo chiste, un ángel dubitativo le preguntaba a Dios Padre: _Señor, para qué habéis creado a Argentina. _Para enseñar humildad a los cientistas sociales, contestaba Él, seguro del sentido último de sus obras, inescrutable para la escasa comprensión de los humanos.

Aquéllos que ejercemos el continuado oficio de pensar el país más 'carapálida' de la América exhispánica, no podemos sino haber adquirido esa humildad. Los que hemos visto, en los últimos diez años, crecer hasta quemarse las alas al sueño de la Argentina parte del Primer Mundo (así, con mayúsculas escritas por un capital predatorio, resuelto a borrar la historia, y hasta la geografía si es necesario), nos sentimos atraídos, de modo cada vez más fuerte, hacia ese Sur al que espacialmente pertenecemos hasta la exageración (al sur de Tierra del Fuego, no hay nada, salvo la Antártida, un trozo de la cuál aun reclaman nuestros gobernantes), pero al que culturalmente se pretendió rechazar. Para la mayoría de los argentinos, hablar del trópico suena a referirse a otras latitudes (por más que sea sabido que el trópico de Capricornio atraviesa orondo el extremo norte del país). Pensarse integrando el 'mundo tropical' puede resultar a primera vista forzado, extraño para un habitante de Argentina. Y sin embargo, resulta indispensable pensarlo para revertir cierta alienación, un modo de sentirse extraviados, 'traspapelados' en las márgenes del Río de La Plata, cuando se 'debería' haber nacido cerca del Sena, o del Hudson. Y se vuelve visceralmente necesario cuando se comprueba, como le ocurrió al autor de estas páginas, que podemos estar en Madrid como en nuestra casa, pero sentimos haber encontrado la felicidad sólo entre las callecitas del Cuzco o cuando por primera vez atardecemos bajo el glorioso sol de Itapoán .

a. El mito de excepcionalidad.

Los historiadores de los Estados Unidos suelen afirmar que no se puede comprender a ese país sin el mito dominante de la 'excepcionalidad norteamericana': Tierra de oportunidades, que no soporta rémoras precapitalistas ni desigualdades sociales institucionalizadas, abierta a todas las culturas, moderna, racional y pragmática por excelencia, patria de la libertad y la democracia a nivel mundial. En una escala obviamente mucho más modesta, en Argentina se alimentó también un mito de 'excepcionalidad': No a escala mundial, pero sí latinoamericana.

Argentina era, en ese contexto, el país diferente: Dotado de tierras excepcionalmente fértiles (lo que sólo es verdad para la Pampa Húmeda, el hinterland de la ciudad de Buenos Aires) que la convertían en 'granero del mundo', de un clima variado y en buena medida templado, de un nivel cultural alto, de un estilo de vida más europeo que sudamericano, de una gran ciudad (Buenos Aires) que podía competir con las metrópolis del Viejo Mundo, de una población de origen inmigrante laboriosa y capaz, de una clase dominante moderna y culta. En el mito dominante, esas características favorables dadas por la naturaleza y la conformación de la sociedad, hacían que Argentina fuera, como EEUU, una 'tierra de oportunidades', donde todos los sueños podían hacerse realidad, y con menos dificultades y trabajo que en otras latitudes. Hasta avanzado el siglo XX esta mitología mantuvo bastante verosimilitud. En ese contexto, la percepción de Latinoamérica en general y de los países vecinos en particular que se tenía desde Argentina, distaba de ser positiva: Brasil era un rival peligroso, por su tamaño, pero se lo desdeñaba por ser una sociedad más desigual y de menor nivel cultural, Uruguay era apenas una 'filial' apta para el turismo, Bolivia y Paraguay países pobres y atrasados indignos de ser tomados en cuenta, y Chile, no mucho menos pobre y atrasado, era visto como una amenaza para los territorios de la zona sur del país. Con respecto a Estados Unidos, durante un tiempo Argentina fantaseó con ser casi una 'potencia rival' (incluso la política exterior reflejó esta tendencia en las primeras décadas del siglo XX), y cultivó cierto desdén por la tosquedad y el materialismo de la cultura 'yanqui'. Los espejos donde mirarse, a todos los efectos (economía, cultura, moda, etc.), eran Inglaterra y Francia. España era el país que habíamos tenido la 'desgracia' de que nos colonizara ( ¡Cuánto mejor hubiera sido ser colonia de la industriosa y moderna Gran Bretaña¡ ), e Italia un país entre simpático y ridículo, y a los habitantes de ambos, Argentina les había 'matado el hambre' cuando emigraron en masa en los momentos de crisis y desempleo en Europa.

Quizás se puede leer la historia argentina (y su papel en la región) como la de la construcción, apogeo, decadencia, crítica y derrumbe de ese mito de 'excepcionalidad'. Hasta se podría intentar una 'periodización' sobre la que podría discutirse mucho, pero con un acuerdo general: A partir de la década del 70', ese conjunto de creencias estaban hecho trizas, y el debate político y cultural transitaba más bien entre una derecha que quería encontrar la forma de 'volver' a esa Argentina perdida, y una izquierda que impugnaba en bloque toda la trayectoria del país conducida por la clase dominante, y aspiraba a terminar con ella y dar una respuesta más o menos difusamente socialista a lo que se visualizaba como la dependencia económica y la alienación cultural de un país cuya 'latinoamericanidad' largamente negada se reivindicaba ahora airadamente (De esta época son Historia de la nación latinoamericana, de Jorge Abelardo Ramos, La formación de la conciencia nacional, de Juan José Hernández Arregui, y una multitud de ensayos y artículos, que atacan, a veces con más estridencia que rigor, la ideología dominante desde los albores del Estado argentino) Por desgracia, buena parte de esas críticas se inclinaron hacia un cierto 'fundamentalismo' latinoamericanista, con tendencias a despreciar todo lo europeo (y la herencia cultural inmigratoria, componente insoslayable de la configuración sociocultural del país), e incluso a elogiar actitudes e ideas reaccionarias, so capa de su carácter 'autóctono', libre de contaminaciones extranjeras. Una muestra: En los años 60 y 70, Juan Manuel de Rosas, caudillo conservador y clerical, terrateniente enemigo de todo rasgo de modernización (incluyendo las libertades públicas y todo atisbo de régimen constitucional), era defendido y reivindicado por los jóvenes partidarios de una "Argentina socialista". Otra línea de interpretación unilateral consistía, en aras de reivindicar la "latinoamericanidad" de Argentina y disipar el mito de la "excepcionalidad", en caer en la exageración opuesta, y pensar Argentina como si fuera similar a sociedades mucho menos desarrolladas y con una estructura social muy distinta, como Nicaragua o Bolivia, por ejemplo.

Un "asalto al poder" por una vanguardia armada (fuera en vena de guerrilla rural o de insurrección urbana) era visto como el camino para la transformación revolucionaria, ignorando olímpicamente la complejidad alcanzada por la sociedad civil y el aparato estatal en Argentina. Existía cierta obstinación en visualizar a Argentina como un país de 'Oriente', ignorando el fuerte desarrollo de la sociedad civil en el país, la existencia de 'organizaciones populares de tipo moderno', el arraigo de unas Fuerzas Armadas identificadas con la fundación del Estado y la nación . El fuerte deseo de poder resolver la transformación del país mediante una veloz 'guerra de maniobras', obturaba un análisis más complejo de la estructura social y la realidad cultural del país. El empeño de encontrar un rápido atajo hacia la victoria, se contó sin duda entre las principales causas de la derrota.

b. La configuración de Argentina.

Argentina tiene una integración territorial efectiva reciente: Hasta finales del siglo XIX buena parte del territorio nacional (aproximadamente la mitad) estaba ocupado por tribus indígenas: Esto abarcaba la Patagonia completa, buena parte del centro del país (Sur de Buenos Aires, La Pampa, sur de Córdoba y Mendoza) y el Nordeste (Norte de Santa Fe, Chaco, Formosa). La conquista militar de ese territorio fue el preludio de su ocupación efectiva por el Estado nacional. Como en EEUU. Argentina se afirma territorialmente con la destrucción del dominio indígena, y a partir de allí se da una uniformación cultural que abarca el idioma español, la religión católica, el predominio indisputado de la raza blanca (la minoría de negros ex esclavos estaba en disminución y desaparecerá gradualmente, los indígenas restantes se mestizarán y perderán identidad cultural en su mayoría), y un vasto plan de educación pública que tiende a socializar en una identificación con el estado argentino t anto a los descendientes de indígenas como a los hijos de inmigrantes europeos nacidos en el país. La clase dominante se identificará con los valores 'criollos', los que construyen un mito nacional en base al habitante rural de la región más rica del país (el hinterland de Buenos Aires), el 'gaucho', hombre de raza blanca, de antiguo identificado con la tierra y con el país (que como tipo social real estaba en desaparición, pero que era idealizado para oponerlo tanto al indio y al mestizo del interior del país, como al inmigrante europeo, ambos extraños por diferentes razones al 'ser nacional') En los primeros años del siglo XX se consagrará como 'libro nacional', el Martín Fierro, poema de tema rural, gauchesco, antes despreciado por la alta cultura. Identificándose con esa concepción de la 'argentinidad', la clase dominante procuraba convertirse en dirigente, en ejercer no sólo el dominio de la fértil tierra, del comercio y las finanzas, sino la 'dirección intelectual y m oral' de una sociedad todavía en formación.

Ya avanzado el siglo XX, y al compás del ascenso social de los inmigrantes o sus descendientes directos, y su inserción creciente en la alta burguesía (sobre todo por intermedio del desarrollo industrial, la banca y los servicios), el origen inmigrante se fue convirtiendo en un valor positivo, en un componente de 'europeidad' que había 'mejorado' la composición social y cultural del país. (Un ejemplo, el Día de la Raza, el 12 de Octubre, convertido en feriado con la idea de celebrar el descubrimiento de América y su consecuencia, la conquista y colonización española, se metamorfoseó con el tiempo en una celebración de la inmigración ) En Argentina ha existido, al menos desde los albores del siglo XX, un sentido común que liga en buena parte la 'identidad' nacional, la posibilidad de un 'orgullo' patriótico, a considerar a la Argentina como una suerte de 'potencia' regional (más desarrollada económicamente, más culta, con mejores 'indicadores' sociales y educativos) que sus vecinos latinoamericanos. Y junto con esa idea de mayor desarrollo, aparece casi siempre la noción de la 'europeidad' de Argentina.

El sentido común imperante se lamenta de que Argentina no haya tenido un destino de alto desarrollo como el de Australia o Nueva Zelanda (a veces se agrega Canadá), países agroexportadores de los que se piensa comunmente que tenían hasta los años treinta un nivel de desarrollo parecido al de Argentina. Muchos investigadores extranjeros, sobre todo norteamericanos, han intentado afianzar científicamente esta idea: La historia de Argentina sería la de su casi inexplicable 'frustración' en un 'destino nacional' que tendría más que ver con los antiguos dominios británicos que con las ex colonias españolas y portuguesas, con las que compartiría el espacio geográfico y la matriz sociocultural inicial, pero no su configuración como país 'moderno'.

c. El "cosmopolitismo"argentino.

Argentina es un país 'cosmopolita', sus intelectuales son más 'cosmopolitas' aún, al visualizarse como emisarios de la cultura europea en tierras extrañas, siempre lamentándose de la extrema lejanía geográfica respecto a las raíces de su cultura. Octavio Paz afirmaba, en una frase muy conocida en Argentina: 'Los argentinos son italianos que hablan español y se creen franceses'. En realidad esa imagen cosmopolita sólo es aplicable (y con limitaciones) a Buenos Aires, Rosario, Córdoba, Mendoza, y sus periferias cercanas. No es así en el Norte del país (el Nordeste selvático y el Noroeste montañoso, ambos con más influencia de culturas indígenas y menor peso de la inmigración) De todas formas la inmigración fue un elemento constitutivo en la configuración de Argentina como sociedad: La fuerza de trabajo debía ser en gran medida 'importada' en un país que era virtualmente un 'desierto' en el siglo XIX, en el que un escaso millón de habitantes se desperdigaban por un territorio de un par de millones de kilómetros cuadrados. Los trabajadores inmigrantes acompañaron la gigantesca afluencia de inversiones extranjeras (sobre todo británicas) y un crecimiento económico explosivo posibilitado por la inserción de Argentina en el mercado mundial como productora de lana de oveja primero, y de cereales y carnes después. En ese cuadro, la naciente clase obrera (al principio más ligada al transporte, la construcción y los servicios que a la industria) fue mayormente de origen inmigratorio. Sólo en los años treinta un fuerte componente migratorio interno (sobre todo de las provincias del Norte), matizó el predominio étnico y cultural europeo en los ámbitos obreros.

La propia izquierda de Argentina (en sus partidos tradicionales, socialista y comunista) padeció este cosmopolitismo (en el sentido gramsciano, de ser superficialmente nacional y superficialmente internacionalista), y nunca pudo acomodarse del todo a la realidad concreta que le había tocado vivir. Hasta 1945 Argentina le parecía un país relativamente 'normal' (a la europea, obreros de izquierda, burgueses de derecha, clases medias buscando alguna variante centrista). Luego comienza la 'anormalidad': El peronismo, un movimiento lleno de contradicciones ideológicas y prácticas, pero claramente anticomunista y apoyado por buena parte de las Fuerzas Armadas y la Iglesia, les 'arrebata' la conducción de la clase obrera a socialistas y comunistas. A partir de entonces (y en algún modo hasta nuestros días) el que los trabajadores sean 'peronistas' es un trauma para las izquierdas, que esperan siempre que algún día se produzca el 'milagro' de que dejen de serlo. En cierta medida, los militantes de izquierda han jugado un papel en fortalecer el sentido común de orientación conservadora, que indica que uno de los males de Argentina sería el 'atraso' cultural difícilmente reversible de parte de su población (cabe recordar que algo parecido comenta Gramsci de los socialistas italianos respecto a los 'meridionales'), esos trabajadores y pobres provenientes de la 'periferia' interna, con los que nunca terminó de encontrar un lenguaje en común. A su manera, Argentina tiene su 'cuestión meridional', poco comprendida, nunca resuelta.

El peronismo, en esa interpretación, sería fruto del atraso de sectores obreros recientemente incorporados, un gigantesco equívoco que debería terminar algún día. Hablando del tema del 'mundo del trópico', el peronismo ha tenido características que, por vía de metáfora podríamos llamar 'tropicales': Elementos de emotividad exacerbados, antirracionalistas, un cierto componente 'carnavalesco' en su sentido de inversión ficticia de la escena social: En el imaginario de los obreros peronistas, el advenimiento de Perón al poder era una revancha de enormes dimensiones, el Presidente de la Nación dejaba de comportarse como un integrante conspicuo de la burguesía, para proclamarse el 'primer trabajador'.

Perón no era un trabajador, por cierto: Era un militar de alto grado, hijo de una familia de clase media. Pero se 'transformaba' en trabajador, en jefe de un estado 'al servicio de los obreros y los pobres', quedaba investido simbólicamente con la identidad obrera, que a su vez, se convertía en una condición socialmente valorada. En términos de Gramsci, el peronismo fue una variante de 'revolución pasiva', liderada por un 'cesarismo progresivo', que constituyó una nueva ciudadanía para los trabajadores, desplegada en lo político, pero sobre todo en lo social y lo cultural.

En el fondo, el gobierno peronista buscaba subordinar crecientemente las organizaciones obreras al Estado. Y ese Estado pugnaba entre la necesidad de apoyarse en los trabajadores, y la pretensión de construir una base social más amplia que lo librara de la 'dependencia' respecto a su sustento en las organizaciones sindicales y (sobre todo) en el sentido común de millones de obreros y oprimidos en general. La pobreza, el comportamiento plebeyo, la ajenidad respecto a la cultura de las clases altas, eran blasones de orgullo para las masas peronistas. E incluso el origen rural, el color oscuro de la piel ('cabecitas negras' se les decía con desprecio a los inmigrantes de las provincias del Norte) viraron, de virtuales estigmas sociales, a signos de distinción. La seudoeuropeidad y el cosmopolitismo recibieron un duro golpe, pero éste no fue total ni definitivo. Con la caída del peronismo revivieron las ilusiones de re-construir una Argentina europea y cosmopolita, dispuesta a m odernizarse e integrarse en el mundo del 'desarrollo'.

d. El predominio de Buenos Aires: Eje del cosmopolitismo y la excepcionalidad. La preeminencia de Buenos Aires sobre el resto del país (y el lamento por la injusticia de esa situación, como contracara permanente) es una de las 'marcas' perennes de la conformación de la sociedad argentina. Buenos Aires es la gran ciudad por excelencia, el puerto que mira a Europa, el centro del comercio exterior, de la vida cultural, el sitio de concentración de la riqueza nacional en todas sus manifestaciones, materiales y 'espirituales'. Buenos Aires, para el sentido común de los argentinos, es la prueba de la 'europeidad' del país, una sociedad industrial, ilustrada, étnicamente 'blanca', que a sus habitantes se les ocurre parecida a París (o a otra ciudad europea, nunca a San Pablo, Santiago de Chile o Lima, con las que por cierto tiene mucho más de similar). Buenos Aires tiene mayor porcentaje de descendientes de inmigrantes europeos que cualquier otra urbe del país, y una identidad fuerte construida, algo paradójicamente, en torno a ese cosmopolitismo: El fenómeno cultural porteño (así se designa a los habitantes y a todo lo procedente de Buenos Aires) por excelencia, el 'tango', es demostrativo de la vocación internacional del habitante de Buenos Aires: En las letras de tango, todo el tiempo se habla de París como el lugar de la consagración y el éxito buscados, y a la hora de la frustración y el dolor, el origen inmigratorio surge con fuerza, generalmente en clave italiana (Hay tangos llamados 'Canzonetta', 'Aqquaforte' 'Giuseppe el zapatero', 'Pobre tano', siempre en vena desconsolada y nostálgica, mezclada con protesta social). Muchas veces se ha dicho que incluso la coreografía tanguística, con los bailarines siempre tomados de la mano, con movimientos que van hacia dentro y no hacia fuera, transmite un dejo de tristeza e introversión, producida por el desarraigo sempiterno del habitante de Buenos Aires.

Lo cierto es que las manifestaciones culturales de Buenos Aires, con el tango a la cabeza, no tienden al júbilo, a la extroversión, al colorido estridente, sino a la introspección, a la melancolía (la excepción es la murga, tipo de agrupación carnavalesca parecida y distinta a la de igual nombre de Montevideo, que agonizó durante muchos años y reapareció con fuerza últimamente). El desengaño profundo, el hastío de vivir, la soledad tan dolorosa como insuperable, son temas omnipresentes. Así como el desarraigo producido por la inmigración desde Europa, o por el posterior exilio hacia Europa de los nacidos en Argentina, desplazados por persecuciones dictatoriales.

En cierto modo, las clases medias urbanas de Argentina, las que dan el 'tono' cultural e incluso político al país, no se han recuperado nunca por completo de la frustración de su versión del 'sueño argentino': El país próspero a fuerza de venderles alimentos y materias primas a Europa, de amplias posibilidades de ascenso social por vía de los negocios o la educación, orgulloso de la distinción y elegancia de buena parte de sus habitantes, dueño de una floreciente industria editorial, de una cinematografía de más de cien películas al año (esa cantidad se filmaba en los años cuarenta), y de un género musical que ligaba melodía, letra y baile, capaz de imponerse en Europa. La Argentina de la segunda posguerra, el peronismo, hizo temblar a ese 'sueño', pero finalmente tendió a ampliar sus horizontes y a ratificar algunos de sus rasgos tenidos como positivos. La Argentina peronista sería un país industrial, una 'potencia', una referencia insoslayable en el 'concierto de las nac iones', y el ascenso social ya no sólo era para los habitantes blancos de las grandes ciudades, sino también para la 'Argentina morena' del norte y centro del país. Su derrocamiento no significaría la anulación instantánea de esa nueva ampliación del 'sueño argentino', pero a la larga marcaría una declinación prolongada del sueño original, un lento despertar a la realidad de que el país se contaba entre las víctimas, y no entre los beneficiarios, de la modernización capitalista.

e. La "latinoamericanización" del país.

En los últimos años, Argentina se ha 'latinoamericanizado' progresivamente, por varios factores: a) El empobrecimiento y la caída del nivel de vida, volvió más parecida la vida cotidiana de buena parte de los argentinos con la de los habitantes de los países limítrofes. b) Esto hizo caer mitos del tipo de ' a diferencia de en Brasil o en Chile, en Argentina nadie se muere de hambre', 'en nuestro país, el que quiere trabajo lo consigue', etc. para hacer patente la existencia de pobreza, desocupación, trabajo precario (la venta ambulante es cada vez más numerosa, la prostitución callejera también) e incluso la indigencia más completa, que irrumpen incluso en las calles céntricas de Buenos Aires. La Argentina deja de ser tierra de oportunidades y de ascenso social para ser un país signado por el estancamiento, la inseguridad en todos los órdenes, y una suerte de progresiva decadencia que destruye las creencias tradicionales sobre su 'excepcionalidad' c) La inmigración europea cesó casi por completo hace décadas, y cada vez hay más inmigración de los países limítrofes (Bolivia y Paraguay, en primer lugar) o de origen oriental (chinos y coreanos, principalmente). d) Los factores anteriores dan presencia creciente a rasgos culturales menos europeos. La música más difundida en los sectores populares de las grandes ciudades en los últimos años, es un híbrido llamado justamente 'música tropical', y en una ciudad con pocas fiestas populares callejeras, la celebración de Nuestra Señora de Copacabana, virgen patronal de Bolivia, es quizás la más masiva y ruidosa en los últimos años, punto de reunión de la cada vez más numerosa colectividad boliviana.

Con todo, la idea del cosmopolitismo reaparece una y otra vez: Se sigue repitiendo todo el tiempo que "los argentinos descendemos de los barcos" (con el consiguiente ninguneo de los descendientes de indígenas o de inmigrantes de países limítrofes), y en épocas tan recientes como la presidencia de Menem (1989-1999), la idea de que Argentina se integraría al 'primer mundo' fue virtual política de Estado, y algunos sectores sociales adhirieron a esa idea, si bien el nuevo desengaño no tardó en llegar. Así es que la evolución del país ha terminado por desconcertar a todos los componentes de la sociedad argentina, dominados y subalternos.

El único que sigue pareciendo a sus anchas es el gran capital, altamente internacionalizado, que sigue utilizando al país como plataforma para la obtención de ganancias rápidas y ha aprovechado de las reformas neoliberales, en particular del gigantesco proceso de privatizaciones vivido por Argentina, para aumentar esas posibilidades. En esas circunstancias, el componente 'latinoamericanista' de las críticas ha tendido a apagarse, sepultado bajo la idea de que la 'globalización' no deja lugar más que para una integración subordinada del tipo de la que los gobiernos neoliberales de Argentina y Brasil ensayan mediante el Mercosur. En estas condiciones, ideas del tipo de la 'globalización invertida', serían casi una completa novedad (no lo son ni en México ni en Brasil, donde hace tiempo que cientistas sociales y antropólogos juegan con ideas de este tipo), pero ofrecerían un campo fértil para desarrollar una crítica de izquierda que no se replegara ni sobre un nacionalismo infecundo y siempre propenso a girar a la derecha, ni un internacionalismo abstracto que nunca deja de lamentar el tener que lidiar con este 'pobre destino sudamericano' mientras sueña con ausentes Palacios de Invierno o cuarteles Moncada para tomar por asalto.

Sobrevivir en San Telmo

Argentina lleva dentro un sentimiento de tragedia (los desaparecidos, el fracaso económico, el empobrecimiento social y cultural), que no tiene la misma presencia en Brasil, y el argentino culto y progresista vive añorando ese potencial vital, hasta erótico, que atribuye a los brasileños Una canción popularizada en los últimos años de la dictadura, hablando de una típica chica porteña de clase media, decía: 'Ella soñaba con vivir en Bahía, pero en San Telmo (el barrio histórico de Buenos Aires) sobrevivía', reflejando la realidad de miles de jóvenes de nuestro país que padecían del deseo del nordeste brasileño (Río no sirve por demasiado contaminada y ruidosa, el sur por sospechosamente parecido a Argentina, Bahía es el ideal para punto de partida de periplos que suelen terminar en Fortaleza, y hasta en Maranhao o en Belem), como lugar para olvidarse de la vida gris y atemorizada bajo la dictadura de Videla. El otro 'viaje iniciático' de los jóvenes inquietos era (y es) al Pe rú, en una búsqueda distinta pero convergente, la de la hondura de siglos de la cultura inca, de la tragedia de la Conquista y el coqueteo cuasi-esotérico con el 'misterio' del Macchu Picchu. Mientras el nordeste brasileño y la ciudad de Salvador son imaginados por los argentinos de clase media a través del erotismo festivo que predomina en las novelas de Amado, al Perú de la Sierra se llega a través de alguna novela de Arguedas, de Manuel Scorza o de Ciro Alegría, por la lectura de Mariátegui, y por los relatos de la sublevación de Tupac Amaru. No se puede ir a Cuzco, a Arequipa o a Puno, sin encontrar a miles de argentinos de no más de veinticinco años, mochila al hombro, que con su piel blanca y sus apellidos italianos, vascos, gallegos o alemanes, buscan sumergirse en Indoamérica, para comprobar desencantados que en el lenguaje popular de los habitantes de Cuzco (también de los de Bahía por cierto) el argentino es tan 'gringo' como el turista norteamericano o francés. No por eso se rinden, y caminarán kilómetros en 'El Camino del Inca' y quizás se hundirán en El Amazonas, a mitad de camino entre los europeos alucinados como Fitzcarraldo o Lope de Aguirre y esos brasileños o peruanos que se mueven en la selva como en su territorio natural.

Y allí va el argentino (el de clase media de las grandes ciudades) , que no sabe una palabra de ningún idioma indígena (a diferencia de los paraguayos, los peruanos o los bolivianos), que no conoce otra religión que la católica (y que generalmente no practica ninguna, a diferencia de los brasileños), que desciende casi siempre de inmigrantes europeos recientes (a diferencia de los chilenos y de todos los demás, salvo los uruguayos), y encima padece el hundimiento definitivo de su sueño de grandeza europea en tierra americana. El último escalón de la decepción, para muchos, es la idea de 'volver a Europa', a la tierra de los abuelos o bisabuelos, a buscar el sueño perdido, invirtiendo el recorrido inicial. De nuevo 'El exilio de Gardel' , que era francés según los argentinos y uruguayo según los uruguayos, pero cuyo viaje a Europa y EE.UU fue vivido por muchos porteños casi como una traición, pero que significaba el retorno del inmigrante a las fuentes, un exilio por partida doble.

Pero decíamos, el argentino quiere irse (¿o volverse?) a Europa, quizás para repetir el ciclo de nostalgia y desarraigo, o para tomar revancha como 'triunfador en Europa', patente definitiva de argentino exitoso. Siete años de dictadura y diez de políticas neoliberales le han clausurado la esperanza, está convencido del 'piove, governo ladro...' más que nadie en el mundo, y no tiene al PT o a los Sin Tierra para que le hablen un lenguaje con mayores perspectivas. La gran creación política argentina de los últimos años, las Madres de Plaza de Mayo, es una derivación directa de la catástrofe, aunque últimamente hayan virado a la acción con miras a las jóvenes generaciones (La Universidad de las Madres de Plaza de Mayo, y la creación de la agrupación HIJOS, formada por los descendientes de las víctimas de la represión.) Y los manifestantes que cortan las rutas, los 'piqueteros', son un fenómeno demasiado nuevo como para incidir con poder sobre la perspectiva política (y vital) de la mayoría de sus compatriotas. En esas circunstancias, poner kilómetros de distancia de una tierra de la que se siente expulsado porque ya no es lo que le contaron en su juventud, aparece para muchos como una forma de romper la ambigüedad de ese no ser del todo latinoamericano, aun a costa de luego resultar como un negro de Nueva York o Los Angeles trasterrado a Nigeria o Burkina Faso, alguien que emprende un 'regreso a los orígenes' que resulta 'un viaje a ninguna parte' (el argentino tiene como ventaja relativa el que suele conservar algún primo lejano en Sicilia o Galicia, y allí lo dejarán autoengañarse plácidamente sobre su 'retorno' imposible).

Mientras los argentinos de cultura más ramplona y consumista delirarán con su instalación en un Primer Mundo al que siempre creyeron merecer, el que nos ocupa aquí, el reflexivo, el que eligió Cuzco y no Miami para hurgar en el sentido de la vida a sus veinte años, optará por el resentimiento o la melancolía, pero dificilmente se conformará con la idea de que 'la patria maravillosa' de sus manuales escolares ha quedado al otro lado del oceáno, hundida bajo el peso de sus capitalistas salvajes y sin que nadie haya pensado ya (como en los 70' cercanamente lejanos) en enfrentar a tiros a los enemigos, por otra parte menos corpóreos e identificables que entonces. Los que se quedan, casi todos en realidad, empiezan a vivir en carne propia el sentimiento de la desgracia interminable, de los gobiernos invariablemente saqueadores, de la disolución del estado en un magma de intereses capitalistas sazonados con corrupción e ineptitud, que ya hace décadas ataca a peruanos, colombianos, panameños y otras naciones en desgracia del subcontinente latinoamericano. Allí, en ese aprendizaje doloroso, en esa prohibición de continuar con el 'soñar con los ojos abiertos' de tantas décadas, se halla, creemos, la clave del encuentro de las clases subalternas de Argentina con la voluntad de transformar una sociedad cada vez más injusta y desigual, cada día más ostensiblemente victimizada por un capital globalizado que se complace en exprimirla hasta hacerla irreconocible. Los grandes capitalistas, la elite política que le depende, han demostrado hasta el hartazgo el agotamiento de su propio proyecto de 'revolución pasiva', y ya no ofrecen al 'pueblo' más que nuevos padecimientos.

Entre viejos y nuevos sufrires, los humillados y ofendidos de la sociedad argentina tienden a ponerse en creciente movimiento. Se ha terminado un tiempo de ilusiones, de buscar el destino en la huida de la realidad circundante. El destino se nos ha revelado profundamente latinoamericano, los dirigentes tradicionales han concluido por mostrarse como cómplices activos de la barbarie, ejercida por medios diferentes (tan diversos como la dictadura militar genocida y la actual democracia), pero con idénticos beneficiarios y similares perdedores. La 'tierra de oportunidades', que marchaba al encuentro de 'un destino de grandeza' ya no habita ni siquiera anestésicos discursos de los actos escolares. Entre 'cortes de ruta' y 'escraches' , una nueva generación intenta regresar del dolor de las muchas pérdidas, enfrentar la dictadura intelectual del neoliberalismo, desmontar la prolongada asociación entre militares genocidas, políticos mediáticos y empresarios que siguen persiguiendo ganancias tan grandes como rápidas.

No hay urgencias perentorias ni pasiones desbordadas, pero se percibe en el aire el fuerte deseo de empezar a 'cambiar la historia'. Y se repiten hasta el infinito las marchas de desocupados, trabajadores estatales en huelga, estudiantes en protesta contra la progresiva ruina de sus universidades y escuelas, productores rurales al borde de la quiebra, y un largo etcétera. En esas marchas, una canción pegadiza se ha hecho popular: Se llama 'Cumbia del Piquetero' , y la interpreta un grupo llamado 'Santa Revuelta'... también en sus símbolos, los argentinos se encuentran con el mundo del trópico, con su destino latinoamericano, y con el objetivo de rebelión de los de abajo, quizás el único que merece la consideración de 'santo' frente a los demonios de la globalización capitalista.

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A partir de diciembre de 2001, irrumpió con fuerza inusitada un nuevo fenómeno: La convergencia entre la ira de los pobres y los desocupados, con la de sectores de 'capas medias' (estudiantes, comerciantes, profesionales y técnicos), que con base en el ámbito local (y barrial), se lanzaron al llamado 'cacerolazo', protesta ruidosa que no tardó en derivar en mecanismos de autoorganización y democracia directa parecidos a los de los 'piqueteros'. Brotaron por centenares las 'asambleas populares', primero en barrios de Buenos Aires, y luego en los suburbios y el resto del país. Como pocas veces, el sordo pero real antagonismo entre los 'blancos' de los barrios más o menos acomodados, y los 'negros' de los suburbios, pareció caer hecho trizas: 'Piquete y cacerola, la lucha es una sola' se cantó en las muchas manifestaciones en las calles de Buenos Aires... Los sucesos fueron vertiginosos, pero la imagen de un Presidente sostenedor de políticas reaccionarias escapando en helicóptero frente a millares de personas que exponían el pecho a las balas policiales que no podían desalojarlos, quedó grabada en todas las retinas, y se convirtió en símbolo del poder que se adquiere cuando la negativa a obedecer se hace masiva. Luego de unos meses de movilización continua, el escenario social pareció 'normalizarse', y grandes empresarios, funcionarios, magistrados y magnates de los medios masivos volvieron a hacer de las suyas. Pero la estela de la unión vociferante de 'piquetes y cacerolas', la experiencia ganada en la sublevación, no puede ser anulada ni vuelta atrás. Y es inevitable relacionarla con fenómenos similares que sacudieron América Latina, desde Bolivia o Ecuador. La 'globalización' ya no aparece como un proceso único, dirigido en monopolio por los propietarios del gran capital. Los 'globalizados' al sur del Río Bravo, que parecían llamados a un papel de sufrimiento y silencio, hacen oir su voz. En el extremo sur, las clases subalternas de Argentina se encuentran con su pertenencia latinoamericana, que tal vez permita encontrar el camino del verdadero internacionalismo. Las notas del requiem para el país 'europeo' y próspero ya no suenan sólo en la realidad social, sino también en las mentes, mientras la oculta 'tropicalidad' rebrota desde los subsuelos...