VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
Argentina: La lucha continúa

La ayuda humanitaria como arma

Angel Gonzalo /Argenpres

Angel Gonzalo, periodista de la Agencia de Información Solidaria, bucea sobre uno de los temas menos conocidos: el negocio de algunos respecto de la 'ayuda humanitaria'.

Estados Unidos condonó a Egipto una deuda de 7.000 millones de dólares por su apoyo en la Guerra del Golfo de 1991. En 1986, el Gobierno británico forzó a la India a aceptar como ayuda humanitaria 21 helicópteros para la búsqueda de petróleo cercano a la costa. La ayuda humanitaria está siendo utilizada para favorecer a gobiernos, empresas o grupos armados y responde a políticas exteriores y comerciales de los países ricos, que camuflan sus intenciones bajo la etiqueta de cooperación al desarrollo.
Según el código humanitario que utilizan las ONG como manual de actuación en situaciones de emergencia (hambrunas, conflictos bélicos, desastres naturales), la asistencia humanitaria debe proporcionarse de acuerdo a los principios de humanidad, neutralidad e imparcialidad.
Sin embargo, según denuncian las propias ONG, cooperantes sobre el terreno y diferentes medios de comunicación, en algunas ocasiones esta ayuda desinteresada se convierte en todo lo contrario y se utiliza para favorecer los intereses de los gobiernos de los países solicitantes, de las fuerzas insurgentes alzadas en rebeldía o responde a políticas exteriores y comerciales de los países ricos, que camuflan sus intenciones bajo la etiqueta de cooperación al desarrollo.
Ejemplos no nos faltan. Según Gustavo Castro, en su estudio 'La ayuda humanitaria de las ONG en el contexto de un conflicto armado', en los años 80 Estados Unidos proporcionó tiendas, botas y equipos de comunicaciones a la insurgencia de Nicaragua en calidad de ayuda humanitaria. En 1985, el Washington Times invitó a prestar apoyo a los contras porque 'ayudar a derrotar al comunismo es sinónimo de ayuda humanitaria'.
Algo parecido puede estar sucediendo hoy con la todopoderosa CNN y Oriente Medio, en el caso de Irak o el conflicto israelí-palestino.
Además, muchas ONG reconocen que a veces hay que pagar una cuota con el fin de que la ayuda humanitaria llegue a su destino. Entonces ¿qué garantía hay para que la ayuda humanitaria llegue a la población afectada y no se quede en manos de tropas gubernamentales o fuerzas insurgentes? ¿Es necesario pagar un impuesto con el fin de que al menos una parte llegue?
Con la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) ocurre algo parecido. Según datos del estudio de Gustavo Castro, la AOD también puede ser un arma política útil, como cuando Estados Unidos condonó a Egipto una deuda de unos 7.000 millones de dólares por su apoyo en la Guerra del Golfo de 1991. O incluso se utiliza para resolver problemas domésticos. En 1986, el Gobierno británico forzó a la India a aceptar 21 helicópteros Westland W-30 para la búsqueda de petróleo cercano a la costa, restando del presupuesto de ayuda británica unos 65 millones de libras esterlinas. Esto salvó a la compañía Westland, pero no a la India, que terminó vendiendo sus helicópteros como chatarra a otra empresa británica.
Otro informe nos revela que hace diez años Canadá patrocinó un proyecto para que las planicies de Basuto en Tanzania se sembraran con cultivos no tradicionales de la región. En Tanzania, sólo los ricos podían tener acceso a esos cultivos, pero al cultivarlos en lugar del maíz, cereales o Kassava, Canadá obtendría contratos para sus compañías químicas y de maquinaria para el desarrollo del cultivo de harina refinada en lo cuál eran líderes mundiales en esa época.
Por si fuera poco, hoy en día en pleno debate internacional sobre la utilización de alimentos transgénicos, Estados Unidos obligó a Zimbabue y Zambia, países que sufren una hambruna actualmente, a recibir maíz de estas características como ayuda humanitaria. Igual ha ocurrido en otros lugares: India, Colombia, Ecuador, Bolivia y Nicaragua, que han recibido alimentos transgénicos, a pesar del rechazo de la población beneficiaria por los riesgos potenciales de estos productos.
En Sudán, la población se muere en estos momentos de hambre cuando hace no demasiados años este país era considerado la canasta del pan de África. ¿La razón? Sus dirigentes esperan utilizar la ayuda humanitaria para financiar la guerra religiosa entre el Norte y el Sur.
Y otro caso reciente y escandaloso es el de Robert Mugabe, presidente de Zimbabue. La grave sequía que causó la pérdida de las cosechas de trigo en las provincias del norte y del sur y la decisión gubernamental de desalojar a miles de granjeros blancos para redistribuir las tierras son factores claves para que la mitad de los ciudadanos de este país padezca malnutrición. Para subsanar este problema, el gobierno de Mugabe permite a algunas ONG distribuir alimentos gratuitos en el país, pero sin embargo mantiene el monopolio de la venta de granos. Aunque ha negado reiteradamente que utilice los alimentos como arma política contra la oposición, la FAO y el New York Times aseguran lo contrario.
Una solución para estos problemas sería una mayor especialización de las ONG -casi todas cuentan ya con departamentos específicos de emergencia-, así como mayores controles de las partidas de cooperación que se envían por parte de las Agencias de Cooperación Internacional. También es necesario generar un movimiento de transparencia desde la sociedad civil para asegurar que la ayuda humanitaria sea realmente ayuda humanitaria y hacer efectivas desde Naciones Unidas medidas de presión para evitar que señores de la guerra en África, gobiernos corruptos en América Latina y Asia o intereses políticos y comerciales de los países ricos hagan negocio con el sufrimiento humano.